Jacques Lacarrière
Altair, 2009
376 pp.
Atenas no suele gustar a los viajeros que la visitan. Le faltan largas avenidas, espacios nobles, las perspectivas armónicas que caracterizan al urbanismo de las capitales europeas. Y le sobra desorden. Es ese desorden el que disgusta al viajero y por el que empieza –sin hacerlo explícito- Jacques Lacarrière en su Verano griego.
El desorden de Atenas que inquieta al visitante, la desorganización en el dibujo de las calles, la falta de unidad en la secuencia de las fachadas, el barullo que invade las aceras, la sensación de caos es en realidad la esencia de la ciudad y no es para ella un defecto. La realidad es que Atenas es una capital oriental.
Puede parecer discutible que Lacarrière empiece su libro por el monte Atos y podría pensarse que es una concesión al exotismo. Pero Verano griego resulta un libro mucho más sabio de lo que parece a primera vista.
Grecia es para Lacarrière un país oriental. Bajo la luz de la cultura clásica que inunda la mirada de los visitantes, se olvida que Grecia es hija también del mundo bizantino. Y el monte Atos es el lugar por el que seguir el hilo que nos lleva al ovillo de Bizancio.
Una buena parte del libro se dedica a este lugar, que es, sin duda, una excepción en la propia Grecia. Es un entorno cerrado, detenido en el tiempo y convertido en un gueto. Es un lugar tan pintoresco como irreal. Pero Lacarrière descubre en él la misma tierra mediterránea, los mismos árboles, la misma luz que en el resto de Grecia. Y sobre todo la raíz de la que surgen tantas cosas que explican el presente. El mundo de Atos es en sí mismo materia para un libro y Lacarrière lo desmenuza con detalle.
Verano griego es el libro de un viajero profundamente conocedor del país, de su historia y de su cultura, y el resultado de sucesivos viajes. Lacarrière acude por primera vez a Grecia cuando acaba de terminar la universidad, en autostop, con una mochila y a la aventura, enamorado de antemano del país. Y regresa en varias ocasiones, cada vez con ideas más formadas y cada vez con mejor conocimiento del griego, lo que le permitirá desenvolverse con soltura y tratar con la gente con la familiaridad de quien comparte la misma lengua. Así, su libro recoge tanto la sorpresa inicial de su primer encuentro con el país como sus impresiones más elaboradas que resultan de hablar con la gente y de haber dispuesto del tiempo para sedimentar sus ideas. Pero la base de todo cuanto cuenta el autor no está tanto en sus conocimientos como en sus sensaciones. El relato de Lacarrière recoge en primer término la huella que Grecia deja en un espíritu todavía virgen, atento al entorno, alerta a todo lo distinto y abierto a lo que ese mundo tan especial que es la Grecia que lo rodea puede enseñarle.
Escena a escena, encuentro a encuentro, lugar a lugar, Lacarrière va desgranando ese verano griego con el que titula su libro en pequeños episodios. Los que transcurren en el monte Atos por los que comienza el texto sorprenden porque abren al lector una ventana a un mundo oculto, muy singular y que forma los cimientos sobre los que se construye el carácter de Grecia.
Luego desfilan por el libro otras regiones de la Grecia continental, del Peloponeso, de esa Creta que el autor ve tan poco europea, de las islas menores… Y al tratar de todas ellas siempre son las reflexiones de Lacarrière las que están presentes y las que dan pie a destapar nuevos temas y a llegar más allá de lo que es puro viaje. Las reflexiones a veces nos llevan a un registro más intelectual y nos acercan a un Lacarrière más culto y académico conocedor de la mitología, de la lengua o del teatro clásico. Otras, se desarrollan en un tono más a flor de piel tras el encuentro con pescadores, campesinos, marineros o con las mujeres.
El tema de las mujeres aparece repetidamente en el marco de una reflexión tensa donde la cultura tradicional –sensata, luminosa, hospitalaria, cordial- ahoga la libertad de las esposas y de las hijas y deja su vida reducida a un espacio sometido, estrecho y sin perspectivas.
Y junto a ello aparecen diseminados a lo largo de libro muchos más asuntos referidos a las costumbres, a la vida cotidiana, a las relaciones y ritos que rigen la vida en los pueblos y en las familias, que dan una extensa visión de ese mundo griego compacto y periférico en relación a Europa.
El primer viaje de Lacarrière a Grecia se produce en 1950 recién terminada la Segunda Guerra Mundial que ha afectado gravemente al país. Otros viajes transcurren cuando Grecia sufre una dolorosa guerra civil o en la época de la dictadura de los Coroneles. Poco aparece en el libro de estas circunstancias políticas, que sin embargo condicionan la vida del país, porque el autor busca más en la esencia que en los avatares políticos, pasajeros por su propia naturaleza.
Cuando ha transcurrido largo tiempo después de estos momentos a los que se refiere el libro, cuando Grecia forma parte de la UE y se han producido cambios sustanciales en el país y en todos los órdenes de la vida surge necesariamente la pregunta de cuánto queda en la realidad de esa Grecia de hace años de la que hablan las páginas de Verano griego.
Supongo que la respuesta es mucho y también poco. Y que, al final, resulta indiferente una cosa o la otra. Grecia es hoy, sin duda, otro país. La construcción de los países no se hace a corto plazo. Y comprender Grecia hoy y saberla mirar e interpretar tanto a través de las grandes obras de la época clásica como de sus signos más triviales requiere dar ese paso atrás que Verano griego proporciona con la frescura de la experiencia directa y la lucidez de un conocedor profundo y enamorado del país.
viernes, 11 de septiembre de 2009
Verano griego. 4.000 años de Grecia cotidiana
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