Quico Alsina y Ana María Briongos
Edición 2009
55 pp.
Versión PDF
Ana Briongos continúa hablando de Irán, pero esta vez da un giro a su relato. Junto a Quico Alsina concentra su mirada en la cocina y los dos sacan a la luz los secretos de los platos que más celebran los iraníes.
No es un libro para extranjeros ávidos de la cocina exótica, porque no hace falta que lo sea. En realidad es la extensión de esa proximidad a la vida doméstica que Ana Briongos maneja con soltura cuando habla de Irán y que acompaña a las celebraciones, a la convivencia familiar, a la vida entre las mujeres y a las viejas tradiciones que sustentan el gusto por unos alimentos y por su preparación.
Más que de un libro, estamos hablando de un pequeño cuaderno que empieza, justamente, por explicar el entorno que rodea al rito de comer. Como no podía ser de otra manera, el libro comienza por la cultura, que es lo mismo que decir que empieza por explicar cómo los iraníes desarrollan el gozo por la comida. Y también se detiene en contar brevemente el papel que juegan, y las variedades que ofrecen, alimentos tan centrales en los hábitos y para la vida como son el pan, el arroz, el azúcar o las especias.
Las recetas vienen a continuación. Y en este caso son recetas de verdad, salidas del buen hacer de las abuelas, que han heredado las madres y que las hijas, de gafas modernas y pantalones provocativos debajo de la tímida bata que las adecenta, están a punto de olvidar. No hay nada en ellas de los ingredientes de las recetas que aparecen en internet después de pasar por el filtro de algún maestro de la cocina francesa. Nada de nata líquida para suavizar la textura, ni de cualquier otra concesión a la autoridad culinaria de ningún chef. El arroz es arroz y las especias las mismas que utilizaron desde antiguo en esta cocina mediterránea que llega hasta oriente con el aroma del clavo y el color del azafrán.
Berengenas, cebollas, espinacas, lentejas, naranjas son las protagonistas vegetales que acompañan al arroz y a la merluza, el pollo y el cordero con los que contribuye el reino animal. Algún toque exótico -los pistachos, el zereshk o el kashk - matiza o realza los sabores y nos hace pensar en una cocina familiar pero lejana al mismo tiempo.
Nada como guardar un ejemplar de Irán. Recetas y hábitos gastronómicos entre los libros de cocina y echar mano de él cuando tengamos el capricho de innovar. Pero los autores han puesto a disposición de los cocineros y de los curiosos de la gastronomía su libro en formato pdf para que puedan acudir a él en caso de urgencia. Basta con un click, para tenerlo en pantalla, pero si vale de algo mi opinión he de decir que la versión en papel posee un aroma propio y en materia de gatronomía los aromas son la esencia del paladar.
Web Ana Briongos
domingo, 27 de septiembre de 2009
Irán. Recetas y hábitos gastronómicos
domingo, 20 de septiembre de 2009
A cien millas de Manhattan
A cien millas de Manhattan
Guillermo Fesser
Punto de lectura, 2009
495 pp.
Estados Unidos forma hasta tal punto parte de nuestra vida que hablar de lo que pasa en el país suena parecido a hablar de lo que nos pasa a nosotros. Pero de vez en cuando salta la sorpresa...
Guillermo Fesser
Punto de lectura, 2009
495 pp.
Estados Unidos forma hasta tal punto parte de nuestra vida que hablar de lo que pasa en el país suena parecido a hablar de lo que nos pasa a nosotros. Son tantas las escenas de películas, o de episodios que aparecen en revistas y periódicos que suceden en los EEUU que no puede uno evitar la sensación de tener información de sobra sobre el tema y que pocas novedades puede aportar un libro más para que la lectura no sea un ‘dejà vu’.
Pero de vez en cuando, salta la sorpresa y éste es el caso de A cien millas de Manhattan. Una sorpresa que tiene que ver con lo que el libro cuenta y que nace de quien lo cuenta: Guillermo Fesser.
Guillermo Fesser –lo cuenta muy bien en el prólogo- formó parte de Gomaespuma y durante años no paró de hablar, con humor, de todo lo que se le ponía por delante para mantener su exitoso programa de radio. Hasta que dijo: basta de hablar. Se propuso cerrar la boca y pasar al otro lado del flujo de la comunicación para escuchar. Cogió el portante y se marchó al norte de la ciudad de Nueva York a vivir un año y a ejercer de oyente de cuanto sucedía a su alrededor.
El resultado es, por supuesto, este A cien millas de Manhattan, inteligente, vivo, informado, sagaz y recomendable en todos los sentidos para quienes tengan el propósito de conocer algo mejor la vida cotidiana de los americanos, para quienes deseen tener unas cuantas de esas claves que no cuenta nunca nadie de un país por obvias y que con frecuencia pasan desapercibidas al forastero o simplemente para quien quiere tener un buen rato de entretenidísima lectura con un montón de historias y anécdotas todas interesantes, bien escritas y a menudo divertidas.
Guillermo Fesser es hábil en la escritura y rápido. Cuenta con facilidad y con fluidez sus experiencias. Y en esa simplicidad que impregna el relato ni siquiera se complica en organizar su narración por temas. Los capítulos del libro se llaman como los meses y en cada uno de ellos aparecen tanto los hitos más convencionales que marcan la vida del pueblo donde vive –las celebraciones, las fiestas, el paso de las estaciones- como las historias sorprendentes que aprende de personajes que por vecindad o por casualidad pegan la hebra con él y le cuentan sus vidas, sus trabajos o sus teorías.
No hay duda de que Fesser resulta tan buen comunicador cuando habla como cuando escucha. Sorprende lo bien que escucha, lo bien que entiende y –claro está- lo bien que cuenta luego todo aquello de lo que ha sido receptor.
Sin tratar de abarcar todo el libro y por picotear solamente el los primeros capítulos, la explicación que hace sobre las zapatillas de deporte y sobre la preparación de los atletas es soberbia y merece por si sola la lectura del libro. La lección de historia sobre la adquisición a Francia de la Luisiana por parte de los EEUU, con tratados de por medio que afectaban a España, es esclarecedora y un ejercicio ejemplar de síntesis. La explicación sobre esos escapes de vapor que en las películas expresan la decrepitud y el misterio de Nueva York la agradecemos todos los que nunca supimos a ciencia cierta de donde venían ni a dónde iban esas nubes que escapaban del asfalto. Y el interrogatorio a que es sometido por la camarera cualquier comensal al que se le ocurra pedir una hamburguesa sobre el punto de cocción, el tipo de pan, la salsa, la ensalada que acompaña la salsa, las patatas que se sirven con la ensalada y demás accesorios que componen al supuestamente inocente plato de hamburguesa, es un despliegue inteligente y magistral de humor.
Lo dicho. ¿Un libro divertido, ameno, descubridor de América incluso para quienes la tienen de sobras descubierta?: A cien millas de Manhattan. Entretenimiento asegurado, pero también conocimiento sobre un montón de asuntos, contados muchas veces –y para sorpresa de lector- con la precisión de un técnico y siempre con la soltura de un excelente escritor.
viernes, 11 de septiembre de 2009
Verano griego. 4.000 años de Grecia cotidiana
Verano griego. 4.000 años de Grecia cotidiana
Jacques Lacarrière
Altair, 2009
376 pp.
Atenas no suele gustar a los viajeros que la visitan. Le faltan largas avenidas, espacios nobles, las perspectivas armónicas que caracterizan al urbanismo de las capitales europeas. Y le sobra desorden. Es ese desorden el que disgusta al viajero y por el que empieza, sin hacerlo explícito, Jacques Lacarrière en su Verano griego.
Jacques Lacarrière
Altair, 2009
376 pp.
Atenas no suele gustar a los viajeros que la visitan. Le faltan largas avenidas, espacios nobles, las perspectivas armónicas que caracterizan al urbanismo de las capitales europeas. Y le sobra desorden. Es ese desorden el que disgusta al viajero y por el que empieza –sin hacerlo explícito- Jacques Lacarrière en su Verano griego.
El desorden de Atenas que inquieta al visitante, la desorganización en el dibujo de las calles, la falta de unidad en la secuencia de las fachadas, el barullo que invade las aceras, la sensación de caos es en realidad la esencia de la ciudad y no es para ella un defecto. La realidad es que Atenas es una capital oriental.
Puede parecer discutible que Lacarrière empiece su libro por el monte Atos y podría pensarse que es una concesión al exotismo. Pero Verano griego resulta un libro mucho más sabio de lo que parece a primera vista.
Grecia es para Lacarrière un país oriental. Bajo la luz de la cultura clásica que inunda la mirada de los visitantes, se olvida que Grecia es hija también del mundo bizantino. Y el monte Atos es el lugar por el que seguir el hilo que nos lleva al ovillo de Bizancio.
Una buena parte del libro se dedica a este lugar, que es, sin duda, una excepción en la propia Grecia. Es un entorno cerrado, detenido en el tiempo y convertido en un gueto. Es un lugar tan pintoresco como irreal. Pero Lacarrière descubre en él la misma tierra mediterránea, los mismos árboles, la misma luz que en el resto de Grecia. Y sobre todo la raíz de la que surgen tantas cosas que explican el presente. El mundo de Atos es en sí mismo materia para un libro y Lacarrière lo desmenuza con detalle.
Verano griego es el libro de un viajero profundamente conocedor del país, de su historia y de su cultura, y el resultado de sucesivos viajes. Lacarrière acude por primera vez a Grecia cuando acaba de terminar la universidad, en autostop, con una mochila y a la aventura, enamorado de antemano del país. Y regresa en varias ocasiones, cada vez con ideas más formadas y cada vez con mejor conocimiento del griego, lo que le permitirá desenvolverse con soltura y tratar con la gente con la familiaridad de quien comparte la misma lengua. Así, su libro recoge tanto la sorpresa inicial de su primer encuentro con el país como sus impresiones más elaboradas que resultan de hablar con la gente y de haber dispuesto del tiempo para sedimentar sus ideas. Pero la base de todo cuanto cuenta el autor no está tanto en sus conocimientos como en sus sensaciones. El relato de Lacarrière recoge en primer término la huella que Grecia deja en un espíritu todavía virgen, atento al entorno, alerta a todo lo distinto y abierto a lo que ese mundo tan especial que es la Grecia que lo rodea puede enseñarle.
Escena a escena, encuentro a encuentro, lugar a lugar, Lacarrière va desgranando ese verano griego con el que titula su libro en pequeños episodios. Los que transcurren en el monte Atos por los que comienza el texto sorprenden porque abren al lector una ventana a un mundo oculto, muy singular y que forma los cimientos sobre los que se construye el carácter de Grecia.
Luego desfilan por el libro otras regiones de la Grecia continental, del Peloponeso, de esa Creta que el autor ve tan poco europea, de las islas menores… Y al tratar de todas ellas siempre son las reflexiones de Lacarrière las que están presentes y las que dan pie a destapar nuevos temas y a llegar más allá de lo que es puro viaje. Las reflexiones a veces nos llevan a un registro más intelectual y nos acercan a un Lacarrière más culto y académico conocedor de la mitología, de la lengua o del teatro clásico. Otras, se desarrollan en un tono más a flor de piel tras el encuentro con pescadores, campesinos, marineros o con las mujeres.
El tema de las mujeres aparece repetidamente en el marco de una reflexión tensa donde la cultura tradicional –sensata, luminosa, hospitalaria, cordial- ahoga la libertad de las esposas y de las hijas y deja su vida reducida a un espacio sometido, estrecho y sin perspectivas.
Y junto a ello aparecen diseminados a lo largo de libro muchos más asuntos referidos a las costumbres, a la vida cotidiana, a las relaciones y ritos que rigen la vida en los pueblos y en las familias, que dan una extensa visión de ese mundo griego compacto y periférico en relación a Europa.
El primer viaje de Lacarrière a Grecia se produce en 1950 recién terminada la Segunda Guerra Mundial que ha afectado gravemente al país. Otros viajes transcurren cuando Grecia sufre una dolorosa guerra civil o en la época de la dictadura de los Coroneles. Poco aparece en el libro de estas circunstancias políticas, que sin embargo condicionan la vida del país, porque el autor busca más en la esencia que en los avatares políticos, pasajeros por su propia naturaleza.
Cuando ha transcurrido largo tiempo después de estos momentos a los que se refiere el libro, cuando Grecia forma parte de la UE y se han producido cambios sustanciales en el país y en todos los órdenes de la vida surge necesariamente la pregunta de cuánto queda en la realidad de esa Grecia de hace años de la que hablan las páginas de Verano griego.
Supongo que la respuesta es mucho y también poco. Y que, al final, resulta indiferente una cosa o la otra. Grecia es hoy, sin duda, otro país. La construcción de los países no se hace a corto plazo. Y comprender Grecia hoy y saberla mirar e interpretar tanto a través de las grandes obras de la época clásica como de sus signos más triviales requiere dar ese paso atrás que Verano griego proporciona con la frescura de la experiencia directa y la lucidez de un conocedor profundo y enamorado del país.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Magallanes. El hombre y su gesta
Magallanes. El hombre y su gesta
Stefan Zweig
Debate, 2005
240 pp.
Lo confiesa Stefan Zweig en el prólogo: lo escribió por vergüenza. Sintió que apenas conocía de la vida de uno de los personajes "más extraordinarios en la historia de los descubrimientos geográficos".
Stefan Zweig
Debate, 2005
221 pp.
Publicado por Pablo Strubell
Lo confiesa Stefan Zweig en el prólogo de este libro: lo escribió por vergüenza. Sí, por vergüenza. Porque no le quedó más remedio, afirma. Sintió que apenas conocía de la vida de uno de los personajes “más extraordinarios en la historia de los descubrimientos geográficos”. Magallanes.
A raíz de un viaje a Sudamérica, empezó a investigar, a leer y juntar historias y, para ordenar sus ideas, dejó escrita una brillante biografía del navegante portugués, que encontró la manera de dar la vuelta al mundo navegando sin interrupción. No es ésta la primera biografía que Zweig que escribió. Antes vinieron las de Fouché, María Antonieta, Balzac, Erasmo entre otras. A todas ellas les une la facilidad que tiene el autor para hacernos entrar en el mundo del personaje y para contar las cosas de tal manera que consigue que nos sintamos allí, pegados a la escena.
Ésta biografía que ahora reseñamos sigue manteniendo el estilo y precisión del autor. Publicada por primera vez en 1938, nos llegó en su versión traducida al español por Random House Mondadori, dentro de su sello editorial Debate, en 2005. A Fernando de Magallanes y, especialmente, a la vuelta al mundo que protagonizó están dedicadas las 221 páginas de este libro. Desde su nacimiento a su lamentable fallecimiento en las Filipinas que él “descubrió”.
No es ésta una sesuda y densa biografía. Todo lo contrario. Aún siendo un libro riguroso, el mayor logro es, sin duda, la sencillez con la que el autor nos traza un retrato que va aún más allá de la propia vida de Magallanes: en apenas unos capítulos logra sintetizar la historia del descubrimiento, ambientarnos en esa época en la que el nuevo mundo empezaba a tomar forma. A lo largo de todo el libro va desgranando sutilmente la lucha comercial que se desarrollaba entre España y Portugal, la división del mundo hecha a raíz de dichas tensiones, las estrategias de unos y otros. Pero también nos habla con detalle del día a día de la gran expedición, de las condiciones de navegación en los barcos, de las intrigas, motines y sufrimientos que la tripulación pasó en un viaje que duró, para todos aquellos que consiguieron terminarlo, tres años. A través de Magallanes aprendemos de la historia, de la navegación y del comportamiento humano.
Leer este libro hoy resulta inquietante o, más bien, impactante. Acostumbrados como ya estamos al uso exhaustivo de la tecnología y la información en cada uno de nuestros viajes o desplazamientos, conocer los detalles de la odisea que supuso este viaje, el contexto y los medios con los que se realizó y lo que realmente significó en aquella época nos deja sin más opción que la admiración hacia una persona que partió a corroborar lo que para él no era más que una simple sospecha: la existencia de un paso que unía España con las Indias navegando hacia el Oeste. No es difícil imaginar la gesta: entonces, los mapas apenas habían esbozado la existencia de América. No se conocía la extensión real de ese continente, ni, sobre todo, cómo llegar a aquel mar que Núñez de Balboa divisó (y que Magallanes bautizó como Pacífico) y que no fue sino la constatación de que Colón no había llegado a las anheladas indias.
No se cierra el libro sintiendo especial simpatía por Magallanes, pero sí, en cambio, una profunda admiración. A lo largo de las páginas del libro sale a relucir un carácter poco amable, arisco, casi prepotente. Poco amigo de dar explicaciones ni de hacer partícipe al resto de su tripulación de sus decisiones, sí era, en cambio, un hombre osado, con una determinación férrea y capacidad de sacrificio altísimo. Fueron, sin duda estas cualidades, unidas a su excelente conocimiento de la orientación y la navegación lo que permitió culminar el logro a quienes le sobrevivieron. Llegar a Las Molucas, cargar las bodegas de los barcos supervivientes y regresar a la Península Ibérica siguiendo rumbo oeste fue responsabilidad de Elcano, quien se llevó la fama y riquezas de tan prodigiosa gesta. 265 hombres partieron a la aventura y la mayoría de ellos murieron en el trayecto. Un trayecto de sufrimiento y hambre. De dolor. De enfermedades. Y de gloria para los 18 tripulantes de la única nave que consiguió regresar para contarlo: la nao Victoria.
En suma, este libro es una excelente aproximación a la figura de Magallanes, de lectura amena, sencilla, didáctica. No se necesitan especiales conocimientos de historia o un interés profundo en ese momento de la historia: Zweig consigue enganchar al lector desde la primera página, y lo embarca inexorablemente en uno de los viajes que más han representado para el conocimiento geográfico de nuestro mundo. Con él se demostraba que había un paso al Sur de eso que se vino a llamar América. Se demostraba que a través de la vía recién descubierta se podía llegar al océano Índico navegando siempre hacia el oeste. Se demostraba al fin, prácticamente, que la tierra era redonda (fue la primer prueba fehaciente de este hecho). Y se constató que la tierra giraba sobre sí misma, cuando al circunvalarla ininterrumpidamente en el mismo sentido, los expedicionarios comprobaron que habían 'perdido' un día en relación a lo que marcaba el calendario. Ahí es nada.