Eric D. Weitz
Turner, 2009
472 pp.
Alemania es para el mundo el templo de la razón. País ordenado, riguroso, ponderado, es el espejo de lo que debe ser. La cosa viene de lejos y se extiende hasta hoy. Alemania viene trabajando a favor del esfuerzo, del trabajo bien hecho y de lo que manda la cabeza desde que tiene memoria como país e incluso antes. Bach, Kant, Einstein son las puntas de un iceberg que ha colocado hoy a Alemania en primera línea de Europa. Que la ha convertido en un ejemplo a seguir.
Y guiados por esta estela Angela Merkel gobierna con talento y firmeza como gobiernan los hombres de negro que interpretan los dictados de Alemania y los cuentan una y otra vez a países como Grecia que al calor del Mediterráneo no aprendieron todavía las exigencias del pensamiento ordenado, pegado a la realidad y riguroso.
A los ojos de esta Alemania, que aparece como el cimiento de Europa, Aristóteles ni existió o nunca fue griego. Los fundamentos enteros de nuestra cultura, basados en la razón y arraigados en Grecia, se borraron de la memoria. Como se borraron los camiones cargados de soldados que Alemania mandó para invadir Grecia y el resto de Europa en nombre de una raza superior y de la cultura.
Por eso y porque, en su centenario, recordamos el inicio de la primera guerra mundial en el que también intervino como primer actor Alemania, hay motivos para que nos preguntemos cómo es en realidad este país, poderoso, ejemplar y peligroso al mismo tiempo. Y para que le dediquemos un tiempo a esta Alemania de Weimar que nos describe uno de los mejores historiadores norteamericanos sobre la Europa de entreguerras.
¿De dónde viene Alemania, sin necesidad de remontarnos a los orígenes? ¿Cuál ha sido su caldo de cultivo desde muy a finales del siglo XIX y sobre todo a principios del XX? ¿Cómo se explica el viraje que conduce al predominio de la derecha más violenta y termina en la segunda guerra mundial?
La Alemania de Weimar lleva la mirada, sobre todo, al final de la primera guerra, cuando Alemania se libera del viejo estado prusiano y con la nueva república abre un período apasionante de efervescencia cultural y de pasión vital que coloca a Berlín en lo más avanzado de Europa.
Justamente, uno de los atractivos del libro es que no sólo presta atención a la historia, tal como normalmente se entiende, sino también a la vida cotidiana, a ese Berlín, por ejemplo, lanzado al desenfreno, donde florece el cabaret y asoman las demandas de los homosexuales, donde los anuncios luminosos incitan sin tregua al consumo, donde la electricidad y el agua han llegado a las viviendas e incluso los obreros ilustrados y muchos de los funcionarios ven al alcance de su mano algo parecido a la felicidad.
La Alemania de la República de Weimar es la Alemania del progreso y la locura pero es también una Alemania lastrada por problemas que se mostraron irresolubles. Con la desaparición del imperio prusiano y la llegada de la república las mujeres alcanzan el voto y se desarrollan medidas que anticipan lo que será la seguridad social, pero no es verdad que haya muerto el estado prusiano. Con el enorme peso a cuestas del Tratado de Versalles que hace pagar a la Alemania derrotada los costes de haber iniciado la guerra invadiendo a los países vecinos, el gobierno socialista debe recurrir a los antiguos funcionarios y debe ponerse en manos de los mismos oficiales del ejército que provocaron la gran catástrofe. Debe contener a la izquierda revolucionaria que se mira en el espejo de Moscú y debe contener también a una derecha para quien la democracia es la imposición de los países vencedores y la derrota de la dignidad nacional.
Una Alemania llena de contradicciones se abre a los ojos del lector. Una Alemania que ha descubierto la libertad de opinión, el consumo en masa y ha cambiado sus costumbres pero que al mismo tiempo está arruinada, con la industria en crisis, una inflación estratosférica y con una sociedad hambrienta y sin esperanza. La Alemania de Weimar plantea un escenario que hoy no parece tan ajeno a la realidad como podía haber parecido hace unos años. Plantea una situación endiablada que termina por despertar todos los demonios que condujeron a la segunda guerra mundial. Pero muestra, sobre todo, la evolución de un país que viene de una situación de progreso extraordinario a finales del siglo XIX, junto a una Europa en plena efervescencia, regida todavía por imperios decadentes, y con una sociedad cada vez más fragmentada por las consecuencias de la primera guerra mundial. Una Europa que debe afrontar un futuro que se le escapa de las manos.
La Alemania de Weimar fue el preludio de la Alemania opulenta que conocemos hoy. Con sus claros y sus oscuros, con la mirada puesta en la vida de la calle y en las familias, además de ponerla en la política y la economía, el relato que nos ofrece Eric D. Weitz muestra cómo la historia se abre camino y ayuda a comprender también el presente. Quien tenga curiosidad por entender la Alemania de hoy encontrará en La Alemania de Weimar un excelente aliado. Leer más…