jueves, 14 de octubre de 2010

Breve historia de Alemania


Breve historia de Alemania
Hagen Schulze
Alianza Editorial, 2009
289 pp.

Schulze traza la historia de la formación de Alemania, que de alguna manera es la historia de la formación de Europa misma. Y lo hace con agilidad y al mismo tiempo con detalle...



Hagen Schulze
Alianza Editorial, 2009
289 pp.





Viajar por Alemania es hacerlo por un país esencialmente europeo. El continente posee en Alemania un pilar fundamental. Visitando sus ciudades o recorriendo sus regiones, tiene uno la sensación de hallarse en un estado como Francia o el Reino Unido, con una larga historia de prosperidad que explica su riqueza actual y su peso singular entre el conjunto de países vecinos. Y sin embargo, Alemania es una excepción. Es, como estado, uno de los últimos en aparecer en Europa y sus fronteras y su configuración como país son tan recientes que hay que esperar hasta el siglo XX para poder encontrar la Alemania que conocemos hoy. Alemania es una recién llegada. ¿O no?

Schulze, en su pequeño libro, traza la historia de la formación de Alemania, que de alguna manera es la historia de la formación de Europa misma. Y lo hace con agilidad y al mismo tiempo con detalle. La lectura es fácil, la exposición atractiva y el conjunto no es que sea una novela pero retiene la atención del lector atrapada en el interés por el desarrollo de los acontecimientos.

Los aficionados a la historia disfrutarán del libro y los menos aficionados seguramente también porque hablar de ese largo parto que ha sido la formación de Alemania es hablar de presente también. Por supuesto, referirse al país, cuando no existía, obliga a hablar de Europa. Y bucear en las raíces que dieron lugar a evoluciones tan distintas como la de las sólidas monarquías nacionales al estilo de España o de Francia, por un lado, y ese rebaño de pequeños principados alemanes que siguió pastoreando en las praderas de Centroeuropa hasta casi la entrada del siglo XX, por otro, lleva a mirar atrás y a dedicarle unas páginas a esa construcción monumental que fue el Imperio Romano.

Pero que nadie tema por el hecho de haber rebobinado hasta una fecha tan temprana. El relato de Schulze no es en ningún modo abrumador en la búsqueda de los hilos que han movido la historia. Se ocupa de destacar las corrientes más importantes que justifican esa rara situación que no acaba de fraguar en el centro de Europa durante siglos y que se opone a la creación de un estado alemán. Porque lo que nos muestra Schulze no es un territorio de lenta maduración que necesita alcanzar el final del siglo XIX para llegar a donde llegaron las otras grandes naciones europeas, sino un juego de intereses de estas naciones (de Francia, Austria, Suecia, Rusia, Dinamarca…) que necesitan en su espacio central un conglomerado de pequeños estados que sirva de colchón para amortiguar sus roces y deje una especie de tierra todavía moldeable para suavizar fricciones.

¿Y los alemanes, a todo esto, tienen algo que decir? ¿Actúan en contra de los intereses de sus vecinos que insisten en separarlos? Pues es que los alemanes no han tenido ocasión de serlo. Nunca han formado una nación y al ser herederos del viejo imperio romano –nuestro Carlos V fue emperador y después de él vinieron muchos otros- eran conscientes de pertenecer a un mundo de fronteras casi míticas que les daba cobertura y unidad a pesar hallarse divididos por principados, ducados, obispados, etc. con los que se entendían en el mismo idioma. Y que servían para resolver un conflicto casi irresoluble: el de la aparición del protestantismo en un ambiente de intolerancia religiosa que sólo podía digerirse mediante un mosaico de estados con obediencias distintas con los que atenuar la obligación radical de ponerse a favor de una u otra de las opciones religiosas.

Y aún había incertidumbres añadidas en esos alemanes que no tenían estado para actuar decididamente contra las fuerzas que preferían verlos separados. Por múltiples razones (y Napoleón no fue la menor de ellas) los pequeños estados se modernizaron y prosperaron tanto económicamente como culturalmente. Sin unidad política, actuaron para establecer entre ellos lazos de colaboración, ligas de intereses, asociaciones económicas, uniones industriales, científicas y culturales que ayudaron a su desarrollo y les permitieron crear sólidos espacios de encuentro. Y les llevaron también a reflexionar si como en la antigua Grecia no habría un espacio político más justo y eficaz que el modelo seguido por las grandes naciones a base de pequeñas entidades independientes políticamente pero unidas por la proximidad, la lengua, la cultura y por el desarrollo industrial y científico.

Schulze llega en su exposición hasta nuestros días. Su relato es una historia de la que el lector conoce de sobras el final. Aunque este conocimiento es parecido al de la foto-finish que documenta el instante de la llegada pero dice poco de la carrera que se ha venido desarrollando antes de terminar en la meta.

Nuestra imagen de una Alemania sólida y perfectamente encajada en el centro de Europa se ve tan acreditada por su poder económico actual y por su solvencia sea cual sea el ángulo por el que se la mire que casi no deja espacio a reflexionar sobre la trama que ha dado forma a su tejido. El libro se Schulze nos ayuda a ello, a conocer el largo proceso de formación del país y el frenético suceder de acontecimientos que desde mitades del siglo XIX nos han llevado hasta hoy. Y lo hace de una manera fácil y muy estimulante en esta Breve historia de Alemania que merece la pena leer.

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