jueves, 21 de marzo de 2019

Mi viaje a Lhasa

Mi viaje a Lhasa

Alexandra David-Néel
Tushita edicions, 2018
320 pp.

Es éste el más conocido de los libros de la más famosa viajera por el Tíbet, Alexandra David-Néel. Y se acaba de reeditar en España. Se trata de un clásico por excelencia de la literatura de viajes que toda generación debería leer.


Alexandra David-Néel
Tushita edicions, 2018
320 pp.





Reseña de Marta Torres Santo Domingo

Es éste el más conocido de los libros de la más famosa viajera por el Tíbet, Alexandra David-Néel. Y se acaba de reeditar en España a cargo de Tushita edicions, en su colección Caballos del viento, dedicada a literatura de viajes. [Por cierto, Tushita es uno de los cielos o reinos de la tierra pura donde habitan los Budas en su nirvana].

La primera edición de la obra se publicó en francés en 1927 (Voyage d’une parisiènne à Lhasa) y ese mismo año se publicó la edición inglesa (My journey to Lhasa). En 1929 se publicó en castellano con el título A través de la China misteriosa: viaje a pie, de la China a la India, a través del Tíbet (Barcelona, Ediciones Iberia-Joaquín Gil editor, 1929), en un libro delicioso con fotografías en blanco y negro y color, y un mapa del recorrido. Debió tener éxito porque en 1931 se publicó una segunda edición por los mismos editores, aunque cambiando el título, En el Tíbet misterioso, mi viaje secreto a Lhassa, la ciudad sagrada, residencia del Buda vivo. La tercera edición, con traducción de Milagros Revest, fue publicada por Península Altair en 1998, con el título de Viaje a Lhasa y ha tenido varias reimpresiones.

Esta de Tushita sería, por tanto, la cuarta edición en castellano, con la misma traducción de Milagros Revest que la editada por Península Altair. De esta edición se puede resaltar la incorporación del título inglés, lo interesante de las notas, unas procedentes de la versión inglesa y otras originales de los editores, y la inclusión del mapa con el recorrido que se publicó en la edición de 1929. Lástima que los nombres no se corresponden con los nombres que aparecen en los mapas actuales y se hace difícil seguir el camino de la viajera. El principal mérito de Tushita con esta edición sería volver a poner en manos de los lectores un clásico por excelencia de la literatura de viajes que toda generación debería leer.

Alexandra David Neel (1868-1969) es una de las mujeres más originales del siglo XX, con una biografía intensa de actividades, viajes y escritos. Pasó al conocimiento del gran público por su viaje a Lhasa en 1924, lo que la convirtió en la primera mujer occidental en entrar en la ciudad prohibida. Pero sobre todo, lo que la hizo famosa fueron sus libros en los que plasmó mucho de lo que fue aprendiendo en sus viajes por tierras budistas, con unas descripciones que cautivaron por su audacia y atrevimiento. Ella misma era consciente del interés que despertarían sus aventuras:

… la mía [actuación] vivirá, sin duda, largo tiempo en la memoria de los que fueron testigos. Quien sabe si en ese pueblo de imaginación fértil no entra a formar parte de la leyenda y si, andando el tiempo, no será objeto de estudio de algún erudito en folklore…[245].

Mi viaje a Lhasa es el relato del viaje que Alexandra David Neel llevó a cabo, junto con su compañero el lama Yongden, durante unos ocho meses, disfrazados de peregrinos, desde la provincia de Yunnan, frontera con el Tíbet oriental hasta Lhasa.

El disfraz fue el método que les permitió transitar libremente por el país, dado que estaba prohibido la entrada a los extranjeros. Y elegir el disfrazarse de peregrinos mendigos era muy adecuado pues en el Tíbet la peregrinación era una de las actividades más frecuentes entre los devotos budistas. De hecho, las primeras etapas del viaje las hicieron en el camino de la peregrinación al Kha-Karpo (Kawagebo Peak, en las montañas Meili de la provincia de Yunnan, una de las montañas más sagradas del Tíbet, como el Kailash), para camuflarse con otros peregrinos hasta conseguir cruzar la frontera.

Montañas, lagos, monasterios, ermitas, estatuas, cientos y cientos de lugares eran objeto de veneración y millares de tibetanos se ponían en camino en cualquier momento del año para hacer su propia peregrinación. Todavía hoy se siguen viendo peregrinos por las montañas y altiplanos del Tíbet. Alexandra se embadurnaba la cara de tizne, se teñía el pelo, se ponía peluca postiza hecha con pelo de yak, se cubría de ropas andrajosas y esto, junto con la suciedad propia del mendigo, hacía imposible reconocer en ella ningún rasgo occidental. El mendigar fue una acción sobre todo para dar verosimilitud al disfraz y, de hecho, cuando podían, compraban comida mejor con el dinero que llevaban escondido.

La acción se desarrolla en la época en la que el Tíbet, al menos teóricamente, se había liberado de la presencia china desde la expulsión de los últimos manchúes en 1912 tras la caída de la dinastía Qing en 1911. En 1913, con la vuelta del XIII Dalai Lama de su exilio en la India, el Tíbet vivió unos años de independencia formal aunque con muchos problemas para enfrentarse al reto de la modernización. La prohibición de entrada de los extranjeros era solo la cara más visible de un sistema sociopolítico inmovilista cuya cúspide estaba representada por rígidas instituciones teocráticas. Además, el año del viaje de Alexandra se produjo el conflicto entre el Dalai Lama, entregado a la influencia británica frente a las pretensiones chinas, y el Panchen Lama (el segundo cargo en importancia de la jerarquía lamaísta, con sede en el monasterio de Tashilhumpo en Shigatsé) quien, al sentirse amenazado, huyó a China a buscar refugio. Así lo cuenta Alexandra:

Me enteré en Temo de una noticia que me sorprendió penosamente. El Panchen-Lama de Tashilhumpo había huido, se decía, de su residencia, habían enviado soldados en su búsqueda….

….¿Cómo era posible que el poderoso señor espiritual de Shigatsé hubiera huido? No ignoraba que sus relaciones con la corte de Lhasa distaban mucho de ser cordiales. Sus simpatías por la China y su actitud antimilitarista no gustaban, se decía, al soberano del Tíbet…

…A medida que los años transcurrían aumentaba la animosidad del Dalai Lama y del partido de la corte, ganado a la causa de Inglaterra, contra el Panchen Lama…

…¿Los gobernantes de Lhasa querían encarcelar al Gran Lama de Tachilhumpo? Sólo ellos lo saben, pero entra dentro de lo posible. La venganza de la corte lamaísta contra los partidarios de China tras la derrota parece haber sido, a veces, cruel. [263 y ss.]


Todo el viaje está teñido de sensación de clandestinidad dada la necesidad de los falsos peregrinos de pasar desapercibidos y esto condiciona cualquier decisión: los caminos que toman, habitualmente para andar por la noche, los lugares donde duermen, alejados del centro de las ciudades más pobladas para no encontrarse con nadie que pudiera desenmascararlos, las conversaciones con otros peregrinos o lugareños, mejor cuanto más escasas y a ser posible llevando la voz cantante Yongden que se hacía pasar por el hijo de Alexandra, la anciana madre.

Aunque pasan por ciudades y monasterios importantes los protagonistas solo los rodean por lo que nos perdemos información importante de la ruta. Abundan, en cambio, las noches al aire libre caminando casi en la oscuridad por bosques, estepas, montañas, acampadas en la nieve o en cuevas tiritando de un frío espantoso, noches de tempestad, un accidente que deja inmovilizado a Yongden, días enteros sin comer más que un poco de te, y mil peripecias que revelan la constante tensión para no ser descubiertos y conseguir el objetivo de llegar a Lhasa.

Aún así, son variados los acontecimientos que suceden a lo largo del camino y algunos están relatados con mucha viveza, como por ejemplo el paso del río Salween atados a un cable y cómo Alexandra queda suspendida junto con una chica aterrada.

También son muchas las gentes con las que los peregrinos se encuentran: granjeros, bandidos, lamas, mujeres curiosas u otros peregrinos. Impresiona el testimonio de encontrar en el camino un anciano moribundo cuya historia era sencilla:

“… el anciano campesino había dejado su pueblo con un grupo de amigos para dar la vuelta a Kha-Karpo en peregrinación. Una rara enfermedad le había dejado sin fuerzas y ya no podía ni arrastrarse. Sus amigos habían moderado el paso durante unos días, incluso se habían detenido una jornada entera… Pero después habían continuado su camino. Esta es la costumbre tibetana, hasta en el desierto, donde el que no se recupera pronto o el que se retrasa, una vez agotadas sus provisiones, muere de hambre… por no hablar de los osos y lobos que merodean por allí…” [69-70].

[Esto mismo lo he leído en el relato de una peregrinación, también sagrada, a la Meca, en el libro Arabia deserta…]

Con frecuencia campesinos con los que se van encontrando requieren los servicios de Yongden como lama, bien como oráculo, bien para rezar por algún moribundo o bien para leer los libros sagrados. Al narrar alguno de estos casos se deja ver un cierto escepticismo de Alexandra, que escribe con ironía sobre la superstición de los tibetanos, aunque en otros se deja llevar por el espíritu de lo maravilloso de esta tierra y es ella la que defiende hechos como los fantasmas, la clarividencia, el calor interior (tummo), o tiene encuentros espirituales muy originales.

Pasan por muchos monasterios que a la autora le recuerdan los monasterios medievales europeos:

Hacia la caída de la tarde llegamos al monasterio de Sepo, románticamente situado en una especie de nidos de montañas y praderas y con un pinar a su izquierda: un verdadero retiro de benedictinos o franciscanos de los primeros tiempos. El Tíbet es uno de los últimos países donde el ideal cenobítico goza de una gran consideración… [149].

Y, a pesar de los sufrimientos de un viaje tan duro, son constantes las ocasiones en la que Alexandra deja por escrito la felicidad de estar allí, libre y sola:

¡Qué feliz era de estar allí!, en ruta hacia el misterio de las cumbres inexploradas, sola en ese profundo silencio, “saboreando las delicias de la soledad y la calma”, como dice un pasaje de las escrituras budistas… [160].

Por fin llegaron a Lhasa, la ciudad prohibida, y durante dos meses la recorrieron, visitaron el Potala (en donde queda muy impresionada de las pinturas que llenan las paredes), monasterios de los que da amplias explicaciones sobre su función y organización, templos importantes (como el Jokhang), y se unieron a los festejos locales. Destaca y describe, especialmente dos.

Hay una ceremonia en la que se expulsa de la ciudad a un “chivo expiatorio” (Lud Kong kyi gyelpo) que se ofrece en lugar de los pecadores y de los enfermos para que caigan sobre él la venganza de los dioses y la malignidad de los demonios. ¡Muy interesante¡ Y está también la descripción de la procesión que recorre toda la ciudad con motivo de las fiestas de Año Nuevo (Losar) que ella llama la procesión “Serpang”, que parece una larga serpiente tornasolada y que define como el espectáculo más bello que ha visto en el transcurso de sus viajes. Centenares de estandartes, banderas, sombrillas de brocado rojo y amarillo, dignidades eclesiásticas bajo palio, portadores de incienso, jóvenes danzando, hombres con timbales, elefantes, animales fantásticos de papel, dioses, guerreros, etc. Y todos los habitantes de la ciudad engalanados con sus mejores ropas y joyas, destacando los sofisticados tocados de ellas.

Tras dos meses de estancia se despiden de Lhasa definitivamente. Prosiguen el viaje por Gyantse, entran en la India por Sikkim y dan la aventura por terminada.

El maravilloso sol de Asia central iluminaba el paisaje, intensificaba los colores y hacia brillar las montañas blancas en el horizonte. Todo vibraba, tan lleno de luz que parecía arder… Espectáculo inolvidable que hubiera bastado, por si solo, para compensarme de las fatigas que había tenido que soportar [318].

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