viernes, 22 de febrero de 2013

Cambios

Cambios

Mo Yan
Seix Barral, 2012
127 pp

Con Cambios, Mo Yan hace de la escritura un pequeño juego, realizado sin esfuerzo y que se lee sin esfuerzo también, con rapidez y con una leve sonrisa a lo largo de las páginas....



Mo Yan
Seix Barral, 2012
127 pp





La concesión a Mo Yan del premio Nobel de literatura se justificaba porque “Con una mezcla de fantasía y realidad, de perspectiva histórica y social (había creado) un mundo que en su complejidad recordaba a los escritores como William Faulkner y Gabriel García Márquez, tomando al mismo tiempo como punto de partida la tradición literaria china y la cultura narrativa popular”.

Con Cambios, Mo Yan apunta más bajo. Hace de la escritura un pequeño juego, realizado sin esfuerzo y que se lee sin esfuerzo también, con rapidez y con una leve sonrisa a lo largo de las páginas. Cambios es una narración ligera, entretenida y reveladora del discurrir de China en los años recientes, tal y como se propone contarlo el autor.

Por supuesto, el discurrir de China es un tema de complejidad enorme y de unas honduras políticas que admiten las posiciones más diversas. La historia no es nunca neutral y los intereses y la ‘memoria’ de cada cual marcan sin remedio su relato. Pero Mo Yan apuesta aquí por unas pinceladas donde se refleja su propia vida. Habla de la evolución de China a través del pequeño retal de su experiencia. “Lo que describo son básicamente recuerdos –dice-; si en ellos hay alguna creatividad histórica es porque se trata de cosas acontecidas hace muchos años y me falla la memoria”.

Sin duda esta afirmación es un guiño al lector, que sabe que no son tantos los años ni tan pobre la memoria del premio Nobel. Mo Yan nos advierte de que va a tomarse alguna licencia y que se va a sentir libre para colorear su relato dejando un espacio a la creación. Nada como poder darse el capricho de escribir la historia y de matizarla al gusto de uno mismo.

Mo Yan habla de este extraño país que empezó siendo –en su niñez- rabiosamente comunista y terriblemente pobre para volverse, en un abrir y cerrar de ojos, rico y no se sabe muy bien qué en lo que se refiere a la política. La de Mo Yan es una visión irónica de la vida –de la vida oficial de sus años jóvenes- amablemente crítica en asuntos cotidianos siempre marcados por las reglas y las consignas oficiales, pero comprensiva y cariñosa en sintonía con los recuerdos juveniles donde asoma siempre un deje de nostalgia.

Su narración se nutre de historias pintorescas con anécdotas y personajes de sabor costumbrista, como de comedia: el cuadro del partido, el campesino pobre y el menos pobre, los profesores, los ‘técnicos’, los oficiales y los soldados… Unos personajes cuya suma da la imagen de esa China que hoy parece antigua y que fue la de los años que siguieron a la revolución.

Tanto Mo Yan como el lector se sorprenden de la velocidad y la magnitud de los cambios experimentados por China. Pekín y cualquier ciudad de provincias aparecen a los ojos de joven Mo Yan con aspecto pueblerino y dimensiones enanas comparadas con el tamaño y la desbordante vitalidad que tienen hoy. Ni un centímetro de autopista, recuerda, se había construido en todo el país algunos años después de la muerte de Mao. Auténticos desiertos se desplegaban donde ahora aparece un auténtico mar de invernaderos de los que salen hortalizas que los campesinos no habían visto jamás.

Pero no es únicamente la apariencia externa del país lo que cambia. Es, además, la vida de las personas empezando por la suya, que pasa de un humilde campesino a importante hombre de letras, y continuando por la de sus compañeros de escuela con una trayectoria tan sorprendente como la propia. China no para de generar libros y títulos que alimentan las mesas de novedades de las librerías. Está de moda. Entre todas estas novedades Cambios resulta peculiar. Se lee en un momento, es un libro amable y lleno de interés y da un reflejo más de China para ayudar a comprender, disfrutando de la lectura, uno de los fenómenos más importantes del presente.

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jueves, 14 de febrero de 2013

Benarés. La ciudad imaginaria

Benarés. La ciudad imaginaria

Edición Álvaro Enterría
Olañeta - Indica Books, 2012
229 pp.

Benarés, la ciudad imaginaria es, en realidad, un elogio a Benarés. Un elogio a través de escritos de diversos autores, matizados, todos ellos, por la esencia deslumbrante de esta ciudad única ...



Edición Álvaro Enterría
Olañeta - Indica Books, 2012
229 pp.






Benarés, la ciudad imaginaria es, en realidad, un elogio a Benarés. Y lo es sobre todo en los primeros 'capítulos'. He dicho capítulos aunque no es apropiado hablar de capítulos porque el libro es una selección de escritos de diversos autores relativos a la ciudad del Ganges. Escritos de sensibilidad distinta, pero los iniciales matizados, todos ellos, por la esencia deslumbrante de esta ciudad única cuya descripción acumula palabras e imágenes reiteradas que tratan de expresar una grandeza y una profundidad difícilmente abarcable.

El libro es un elogio, pero muy particular porque el 'peso' de la ciudad es tal que hablar de ella no es como hablar de cualquier otra urbe. El elogio a Benarés parte de lo más profundo del corazón. La visión de Benarés ha conmovido a todos los que se han acercado a ella y parte del convencimiento -primordial unas veces, sobrevenido otras- de que es el centro del universo, de un universo real, aunque para comprenderlo haya que hacerlo con los ojos del espíritu.

Quienes participan en este elogio son distintos autores, unos consagrados y otros menos conocidos, unos actuales y otros no, algunos europeos y otros con raíces y cultura indias, pero todos conmovidos por una ciudad que resulta única.

¿Qué tiene Benarés que despierta tanto respeto, por no decir veneración? ¿Cuál es la atmósfera de esta ciudad que atrapa a todos los que la conocen? Seguramente el secreto está en este conocimiento que, por debajo de la piel, permite asomarse a -y asombrarse por- tantos siglos de historia dedicados a destilar lo más profundo del espíritu y a convertirse en el corazón de una civilización entera.

Tras su apariencia exterior, Benarés posee una densidad cósmica que irradia y convierte en sublime la cáscara que la envuelve, esas casas, gentes, calles, olores que los sentidos producen pero que son reflejo de algo trascendental... Por eso quienes no conocen la ciudad pueden sentir rechazo por ella, por su suciedad, por el desorden, por los animales de todas clases que circulan por sus calle estrechas, por el horrible espectáculo de la miseria y de la muerte. Y quienes la conocen desde el corazón le perdonan los defectos y los encajan en un mosaico cuyo conjunto resulta ser la expresión del orden del universo convertido en ciudad.

Comprender Benarés para un occidental no es fácil y seguramente por ello el libro insiste en ese plano metafísico por encima del cual el viajero podría pasar sin percibirlo y le dedica buena parte de sus páginas de inicio. Pero en este Benarés, ciudad imaginaria hay mucho más. Aparece también la ciudad real, la de los oportunistas y explotadores de la credulidad de los peregrinos, la de la gente que vive y trabaja, aunque condicionada por tantos años de tradición y por ese carácter tan singular que tiene la ciudad más sagrada de la India.

Los distintos 'oficios' que siguen la estela de los devotos, y que viven de ellos en un entorno religioso tan confuso como es el indio, resultan invisibles para el occidental pero son parte importante de la ciudad y de su vida, y el libro nos los cuenta. Los barrios y su historia en una urbe tan abigarrada resultan incomprensibles y este Benarés, ciudad imaginaria nos habla de ellos y permite que nos asomemos a su existencia ofreciéndonos algunas claves para desvelar sus secretos. Los viejos maestros, conservadores del saber sánscrito y de las disciplinas de conocimiento tradicionales, o las instituciones religiosas vienen igualmente explicadas porque en Benarés tienen un peso distinto del que pueden tener en otros lugares menos iluminados y más distantes de la divinidad. Los templos también encuentran su espacio en el libro y también los escritores y los personajes para los que la ciudad fue importante o que fueron importantes para la ciudad.

Benarés justifica este nuevo libro que recoge ángulos distintos de su realidad y que está escrito desde sensibilidades distintas. Benarés, la ciudad imaginaria es sobre todo un libro para enamorados. Lo disfrutarán quienes sientan el calor de la ciudad antes de empezarlo y deseen sumergirse en el universo insondable que la envuelve y que es también su propia esencia. Pero también interesará a quienes, con menos complicidad, quieran aproximarse a una ciudad que no es como las otras, a una ciudad cuyo misterio exige que una colección de 'maestros' lleven de la mano al lector y lo introduzcan por sus calles hasta las orillas de este Ganges en el que se mira una civilización entera y en el que millones de personas ven el camino de la salvación.

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miércoles, 6 de febrero de 2013

Hotel del Norte

Hotel del Norte

Eugène Dabit
Errata Naturae, 2012
182 pp.

El escenario no puede ser más propicio a la ficción. Un hotel, el 'Hotel del Norte', modesto, frente al canal de Saint Martin, junto al barrio del Marais, con clientes sencillos envueltos en su vida de barrio...


Eugène Dabit
Errata Naturae, 2012
182 pp.






Los aficionados al cine francés conocen al más venerado de los directores de entreguerras, a Marcel Carné, y conocen también el más celebrado de los temas para las películas: París. Carné dirigió un clásico, Hotel du Nord, que era París mismo: sus calles, su atmósfera, su gente, sus ingenuas ilusiones, sus miserias … La película estaba inspirada en una novela, que se edita ahora en español, de Eugène Dabit.

El escenario no puede ser más propicio a la ficción. Un hotel, pero un hotel de aquella época, de los años treinta, modesto, frente al canal de Saint Martin, junto al barrio del Marais, con sus pequeños comercios y talleres y con una población sencilla envuelta en su vida de barrio, precaria pero sobre todo normal, sin ningún lujo, agarrada al presente, tratando de refugiarse de las penalidades grandes y gozando de las únicas satisfacciones pequeñas que se pueden permitir.

Es el París de los barrios de trabajadores y de después de la guerra, de un momento en que nadie quiere mirar atrás pero en que la miseria acecha. El Hotel del Norte es un hotel de habitaciones. No es para el turismo, que aún es escaso y se concentra en las plazas más céntricas y en los Grandes Bulevares. Es un hotel para residentes habituales, para los que no tienen casa y en lugar de pagar un alquiler pagan por una habitación. Son la capa humilde de la ciudad, aprendices, hombres mayores y solitarios, parejas jóvenes e inciertas hechas a base de ilusión y de los desengaños que la vida reserva a los más débiles.

La historia de cada personaje y de todos a la vez componen para el lector esa película para la que no ha hecho falta Carné. La que discurre por su imaginación en un género que llamaríamos de realismo poético. Dicen a veces que en la tradición del cine americano lo importante es lo que trastoca la realidad, el accidente, el hecho excepcional que rompe la normalidad y la trastorna para crear una historia. Con el Hotel del Norte estaríamos en una onda distinta, en la que deja fluir esa misma normalidad sin ningún aspaviento, tal cual es, pausadamente, casi con resignación. De ahí que a esta suerte de realismo le convenga el adjetivo de poético, porque la vida en ese microcosmos que es el hotel es sobre todo humana y contada con los ojos benévolos de quien entre las penas ve también las ilusiones y compone un entorno cálido donde cada cual encuentra un poco de protección entre todos los demás.

Capítulos cortos, historias pequeñas, anécdotas precisas componen el libro y sobre todo componen un París que se perdió pero que forma todavía  parte de su aroma cuando se pasea hoy entre sus tiendas, a la orilla de los canales que siguen atravesando la ciudad y junto a las casas hoy renovadas pero que hablan de una ciudad que fue humilde fuera de las grandes avenidas, palacios y monumentos con que la embellecieron reyes, emperadores y el famoso barón Haussmann.

Los días y los simples acontecimientos que distinguen unos de otros se suceden como secuencias en esa película que se hace el lector y que como los personajes que la animan es sencilla y nada pretenciosa. Si en Casablanca el propietario italiano se llamaba Ferrari, el capitán francés Renault y el oficial alemán Strasser, en un ejemplo de práctica y eficaz simplicidad, aquí los nombres rezuman igualmente sabor francés y parisino: Lecouvreur, Mercier, Trimault … No hay artificios para maquillar la sencilla historia que se desarrolla en este Hotel del Norte –que existe de verdad y que perteneció a los padres del autor- por el que asoma un París duro, cruelmente inhóspito a veces y entrañable también.

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