domingo, 28 de septiembre de 2008

Los Virreyes


Federico De Roberto
Acantilado, 2008
725 pp.





No es este un libro para lectores apresurados. Requiere atención y tiempo porque la acción transcurre tanto –o exactamente menos- en el plano superficial y físico como en el que se deja adivinar a través de las intenciones, de los comentarios dichos de pasada, de las insinuaciones, indirectas y sobreentendidos con los que juega el sinnúmero de personajes que pueblan la ficción.

Catania, segunda mitad del siglo XIX. Llega al palacio la noticia de la muerte de la princesa y, con la noticia, un torbellino de actividad y de personajes envueltos todos en las inquietudes, las intrigas y ambiciones que suscita el futuro de la casa y del linaje principesco.

Estamos ante una novela –una gran novela- decimonónica. Voluntariamente lenta y detallosa para no precipitar los acontecimientos y llevar el suspense de las situaciones con la calma que exige ese entorno nobiliario, mediterráneo y calmoso en el que discurre la escena.

Complejas son las relaciones entre la familia en cuyos entresijos se mezclan personajes de generaciones distintas, en situaciones y con sensibilidades diversas, de caracteres opuestos y, todos a su manera, calculadores en medio del juego de intereses que les afectan y en el que se ven zarandeados por efecto de los demás.

Una nobleza antigua, en un decorado palaciego y con los ecos callejeros de la revolución podría llevarnos a pensar en El Gatopardo. Pero no hay aquí el oropel viscontiniano que tiñe de romanticismo la acción, ni tampoco el brillo seductor de un protagonista con hondura intelectual y espíritu cultivado.

En Los Virreyes es una constelación de personajes la que arma la historia y la que va definiendo el lento acontecer por el que se desarrollan los hechos.

El detalle con el que De Roberto va encajando los personajes, las palabras con las que estos se expresan y se definen, las situaciones en las que se mueven dibujan la imagen de una Sicilia señorial, necesariamente endogámica y única. A través de la ficción aparece esta Sicilia que rebosa cultura y tradición y que contrasta con la yerma aridez de los pedregales que asolan tantos de sus paisajes: la Sicilia que fascina al viajero y que le remueve con el misterio que se oculta tras las fachadas barrocas de las grandes iglesias y en la penumbra de los ventanales, siempre con las persianas echadas, de los palacios que aquí y allá salpican calles y plazas.

Tiempo para disfrutar del intencionado encaje de bolillos sobre el que se asienta la trama es lo que reclama Los Virreyes al lector. Tiempo para la lectura cuidadosa y para gozar de una novela sobresaliente que transporta a otro tiempo y a un lugar lleno de historia y de historias apasionantes.

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domingo, 21 de septiembre de 2008

La jungla polaca


Ryszard Kapuscinski
Anagrama, 2008
208 pp.





Como un regalo tardío aparece en castellano La jungla polaca, un nuevo libro de Ryszard Kapuscinski, escritor que cuenta con una verdadera legión de fieles seguidores, de la que forma parte con entusiasmo. Este fue su primer libro, publicado en 1962 cuando el escritor tenía 30 años, y tanto los lectores como los críticos admiraron entonces su manera personal de escribir reportajes que tienen todo el sabor de la mejor literatura.

La edición recoge veintidós textos, cada uno con su propia forma y sonido, en los que los protagonistas son las personas: mujeres que se matan a trabajar, jornaleros que deambulan en busca de trabajo, habitantes de los inmensos bloques levantados en Varsovia, mendigos, deportistas que entrenan en solitario, campesinas que buscan novio...

En algunos textos se percibe el uso de recursos literarios que más tarde desaparecieron en una forma más límpida y aparentemente fácil. Otros capítulos, en cambio, son más escuetos y directos, más depurados, y en ellos está ya la escritura exacta y precisa que la excelente traducción de Agata Orzeszek nos permite disfrutar.

Y en todos está la mirada que identifica al autor, su profunda empatía y atención a lo que cada persona tiene que decir, su interés por sus vidas individuales. Recorre palmo a palmo su país, se mantiene en un sutilísimo segundo plano y despliega para nosotros los sueños, esfuerzos y fracasos de sus compatriotas. La creciente pasión por el consumo, la distancia entre las aldeas remotas y las ciudades, que se agranda rápidamente, las vidas arrasadas por la guerra, el poder de la iglesia, los atestados bloques de viviendas... asuntos todos muy cercanos para quienes vivieron esos mismos años en España.

El primer texto, ejercicios de la memoria, es de fecha más reciente y en él revive sus recuerdos de la guerra. Las pequeñas cosas que reseña son demoledoras y transmiten con viveza la tragedia, como el sudor frío de su abuelo paralítico, tumbado sobre un carro, que no puede buscar refugio durante los bombardeos. Pero Kapuscinski no es sólo un cronista, y aquí el narrdor aparece con voz propia y aplomo. Los recuerdos se enriquecen con reflexiones del autor sobre la guerra y sus secuelas que le emparentan con otros corazones grandes como Primo Levi.

Kapuscinski ha sido capaz, a lo largo de sus libros, de hablar con la voz del sentido común y acercarnos a países y personas lejanos. En este libro nos lleva al país que mejor conoce: Polonia. Y no solo por el tema del libro, sino porque esto es lo que se escribía y leía allí en 1962.

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Dos viajes al Monte Athos


Eugène Melchior de Vogüé y Nikolái Strájov
Edición de Selma Ancira
El Acantilado, 2007
148 pp.





Basta con asomarse a las primeras páginas del prólogo para caer en la cuenta de que se está ante un libro singular y lleno de atractivos.

Si para un lector de literatura de viajes el exotismo es ya un elemento que predispone a favor de la lectura, el Monte Athos y su particularísima situación y historia ofrece un claro interés de entrada.

Una república –por llamarla de alguna forma- aislada del mundo, teocrática en sus leyes y forma de gobierno, regida por religiosos, fundada en los años de esplendor del imperio bizantino y que ha llegado hasta hoy con pocos cambios, es sin duda de una rareza que sorprende y despierta la curiosidad. Residuo de la iglesia griega más tradicional, requiere todavía un permiso especial para acceder a ella y sigue manteniendo las viejas restricciones de vedar la entrada a toda mujer y a todo animal hembra o por motivos doctrinales prohibir el uso de las cámaras de video, pero no el de las fotográficas.

Dos viajes al Monte Athos es, como el mismo nombre indica, un libro de viajes. O más exactamente, de dos viajes emprendidos en el siglo XIX por dos personajes distintos: por Eugène Melchior de Vogüé y por Nikolái Strájov, ambos intelectuales de relieve. El primero, noble francés, diplomático, escritor, fue miembro de la Academia Francesa. El segundo, ruso, confidente de Tolstoi, biógrafo de Dostoievski, fue el introductor en Rusia de importantes pensadores y literatos franceses y alemanes.

Los dos viajan al Monte Athos y dejan sus relatos que el libro que nos ocupa recupera después de haber quedado olvidados durante largo tiempo. Pero se trata de relatos divergentes y por ello mismo doblemente interesantes.

El viajero, al menos el viajero moderno, es propenso a la fascinación. Convertido en un bien de consumo de quien busca emociones y experiencias en otros lugares, el viaje predispone a la satisfacción porque quien lo emprende acostumbra a hacerlo con actitud positiva y abierta a obtener gratificaciones.

Dos viajes al Monte Athos rompe con este presupuesto y ofrece dos visiones divergentes, positiva la una y negativa la otra. Eugène Melchior de Vogüé, racional, hombre de su tiempo, partidario del progreso ve en el arcaico mundo religioso que se mantiene en el Monte Athos un sistema perverso que obstaculiza el curso natural del avance de las sociedades y añade sólo infelicidad y oscuridad a un mundo dotado de una naturaleza rica y bella. No es que el autor pierda la ecuanimidad. Conoce bien la historia, interpreta bien el presente, describe bien y objetivamente lo que ve. Pero destaca una visión crítica porque ve difícilmente defendible la persistencia de modelos medievales derivados de situaciones caducas y enquistados en ese Monte Athos, varado en el pasado, sin grandeza y que depende aún del sultán de Estambul con arreglo a una fórmula política absolutamente excepcional administrada con ineficacia y dejadez.

‘Seguramente jamás hemos experimentado hasta tal punto la sensación de caer en el pasado…’ exclama, casi con irritación, en su encuentro con los monjes.

Strájov, en cambio, se acerca al Monte Athos con una mirada diametralmente opuesta. Y no es que vaya a ser menos objetivo, es que va a poner de relieve aspectos que le interesan sobre manera y que valora. Va a realzar precisamente el valor de la particularidad religiosa que vive el Monte Athos que le fascina y que le acerca, en este sentido, al viajero más moderno. Nikolái Strájov vive la polémica del despertar de los valores religiosos que tanto influye en el Tolstoi de la madurez y que tanto se mezcla con el revivir de los sentimientos nacionalistas de la Europa de fin de siglo.

De este modo, la posición de Strájov en relación a la de de Vogüé no es la de quien desconoce el presente y vive de la tradición, sino paradójicamente y como la de este último, la de un hombre de su tiempo. Los lectores tendrán en Dos viajes al Monte Athos dos versiones del mismo momento, por supuesto en algunas cosas coincidentes, pero en otras divergentes y sin embargo valiosas las dos. Tendrán además, y no es poco, la ocasión de acercarse al análisis magistral que hace de Vogüé de la pintura, del arte y en general de la evolución del espíritu y de la cultura en el Monte Athos relacionándolas con la que tuvieron en la Italia del Renacimiento y en la Europa occidental. Unas páginas esclarecedoras y brillantes.

El Acantilado acostumbra a deleitarnos con libros inesperados, siempre excelentes. Lo ha hecho una vez más y los lectores no podemos más que agradecerlo.

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domingo, 14 de septiembre de 2008

India, vagón 14-24


Ignacio Carrión
Rey Lear, 2008
195 pp.





India, vagón 14-24 es un libro de viajes. Un libro de los que encajan de manera cabal en la definición del género, sin que haya que buscar justificaciones de ninguna clase. Es además un libro ameno que prende el interés del lector desde el principio y anima a seguir leyendo. Se trata de un libro corto y de relajada lectura.

Ignacio Carrión, el autor, afincado en Cambridge, contrata, después de haberse enterado por un anuncio de periódico, un viaje a la India. El viaje es en ferrocarril y en un vagón que un inglés que vive en Delhi ha comprado y engancha según le conviene en trenes cuyos trayectos componen un circuito por todo el país. Podría tratarse, según esta explicación, de un viaje de lujo con todo incluido. Pero nada es más distinto a ese panorama que el caso que nos ocupa. El vagón es modesto, rayando a lo miserable y el resto de viajeros apuntados a la aventura, lo mismo que Ignacio, cualquier cosa menos elegantes y refinados.

La fórmula del viaje es poco habitual y da a Ignacio Carrión la libertad de moverse a sus anchas en todos los lugares donde el vagón recala para conocerlos, mezclarse con la gente, andar por calles y callejuelas, comer en restaurantes o entrar en templos, hablar con personajes notables o con simples chavales y contarlo con soltura.

El panorama, que a modo de abanico abre Ignacio Carrión a sus lectores, cubre desde las escenas más humildes hasta la propia Indira Ghandi a la que entrevista. Pero el relato, a pesar de su amplitud, no tiene nada de estudio antropológico ni de vocación erudita. Es la pura experiencia organizada, como él mismo indica, a modo de quien lleva una doble contabilidad. Apuntando por un lado los hechos –los hechos reales- y, por otro, esa visión subjetiva que le hace a uno interesarse por unas cosas y contarlas de una determinada manera y no de otra.

La forma de contar de Ignacio Carrión es fluida y ligada al presente: a lo que le pasa, a lo que hace, a lo que ve, a con quién se encuentra, a dónde duerme. Y esa fluidez y esa proximidad a lo concreto llevan al lector a ver a través de sus ojos y a sentir la presencia real de la India de la que habla.

Sentido del humor, capacidad de análisis, levedad en el relato hacen de India, vagón 14-24 un libro a todas luces recomendable. Y aquí hay que avisar que, a pesar de estar ante una edición salida de la imprenta ahora mismo, el texto se editó por primera vez a finales de los años 70. Pero el aviso, que es obligado para situar al lector, requiere también que se advierta que nada tiene que ver con la fecha de caducidad del libro. El relato es tan atractivo hoy como debió serlo cuando vio la luz originalmente y la India a la que hace referencia el libro tan real como la India real de hoy día, a pesar de los cambios que ha vivido en el tiempo transcurrido desde que se escribió el libro.

Una buena y estimulante reseña de India, vagón 14-24 es la que aparece en Solodelibros.
Mas información sobre el autor.

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lunes, 8 de septiembre de 2008

Una muerte en Brasil


Peter Robb
Alba, 2004
384 pp.





Comienzo con la duda de si debo clasificar Una muerte en Brasil como un relato o como un libro sobre la actualidad social o política del país. Cualquiera de las dos opciones se ajusta a la realidad como ocurre también con los textos de Kapuscinsky o del más periodístico, menos conocido e igualmente revelador John Carlin.

Leí por primera vez a Peter Robb en Medianoche en Sicilia, de la que me gustaría hablar en otro momento en este mismo blog. También llama la atención que haya de ser un australiano quien desvele la historia y la intrahistoria de la isla del Mediterráneo.

Una muerte en Brasil sigue la misma tónica que Medianoche en Sicilia aunque el país sea tan distinto en todo de la antigua, árida y geográficamente insignificante isla.

Robb viaja y da la sensación de que se queda en el lugar sobre el que escribe. De ahí que sus textos se lean como el relato directo de su propia experiencia, de su aventura. Robb va a Brasil, se instala allí y parece que pone a funcionar una memoria prodigiosa para contar, luego, al detalle, cuanto ve y cuanto hace. Lo cuenta con precisión, con los nombres de las personas a las que encuentra, con el contenido de las anécdotas, con los pormenores visuales de los sitios en los que se detiene o por los que pasa. Es esta precisión la que transmite al lector un sentimiento de realidad que no se basa solamente en las sensaciones de quien escribe sino en la imagen que le permite formarse a través de la descripción exacta.

Pero hasta aquí, Robb sería un simple notario. Hábil, ameno, pero no haría más que presentar al lector el escenario. Y la realidad es que el autor va mucho más allá porque su interés está no sólo en describir sino en entender. En entender sobre todo el presente, y del presente, los problemas de contenido social que atraviesan la realidad y la condicionan. Cuando hablaba de Sicilia, hablaba también de la mafia. Ahora, nos habla de esa complicada realidad que hace de un Brasil rico en recursos y en potencial, el nido de pobreza y de problemas que lo lastra e interfiere en su camino hacia el progreso.

Una muerte en Brasil es una lección sobre Brasil. Como siempre, hay muchas y muy distintas lecciones. Jorge Amado, admirado tan merecidamente, habla de un Brasil real, el de Bahia –por decirlo en pocas palabras-, ese Brasil cálido y dulce, de mezcla africana, provinciano y misterioso. Robb nos habla del mismo Brasil pero desde un ángulo radicalmente distinto. Robb, comparado con Amado, es un periodista. Pero es un periodista con muchas vueltas y con antenas puestas en mil direcciones. Mira al presente pero va al pasado, se refiere a la calle pero rebusca en la política, cuenta la anécdota y acaba resultando que esa anécdota es un hecho relevante.

Robb es un curioso con instinto o un husmeador afortunado. El discurso medio improvisado en la calle resulta ser de un sindicalista al que llaman Lula y que se presenta a candidato a la presidencia, un libro comprado por casualidad da entrada a la historia de Brasil y sobre todo de las haciendas y a la relación entre hacendados y esclavos, la necesaria superación del pasado trae a la escena esta lista de presidentes (Getulio Vargas, Kubistchek, Quadros, Goulart,…) que se mezclaron con gobiernos militares en un proceso oscuro pero que acabó desembocando en una democracia imperfecta y prometedora.

Muerte en Brasil no es un libro para ser contado. Debe leerse. Ofrece muchos elementos para el entendimiento y para la reflexión. Abre el apetito por seguir leyendo sobre Brasil. Y depara unos momentos de lectura muy interesantes y provechosos. En definitiva, es un libro totalmente recomendable.

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