domingo, 30 de noviembre de 2008

Heroica tierra cruel. Crónicas africanas

John Carlin
Seix Barral, 2004
412 pp.






Cuando vuelven a llegar noticias de guerra desde la regiones de África próximas a los Grandes Lagos, cobra nueva actualidad Heroica tierra cruel, de John Carlin.

Carlin es un escritor polífacético con raíces de periodista. Su punto fuerte es África, que conoce bien y donde ha vivido largo tiempo. El prólogo, cortísimo, de Nelson Mandela al libro pone de relieve el afecto que el político sudafricano profesa a Carlin y avisa a los lectores de que deben prestar atención a lo que se dice en el libro.

Para mi, el secreto de Carlin es la concreción, su modo de llegar a lo general partiendo de los hechos más concretos: su defensa de las ideas a partir de realidades evidentes, que investiga para hacerlas más evidentes aún y que acaban por convertirse en auténticos alegatos.



Heroica tierra cruel tiene dos partes, ambas impresionantes. La primera hace referencia a Sudáfrica en el momento en que inicia –con la liberación de Mandela- su transición desde un régimen de apartheid a un régimen democrático. La segunda que hace referencia Ruanda, a la terrible guerra que vivió con la operación de exterminio más sangrienta que el mundo ha conocido desde la Segunda Guerra Mundial, y a los años posteriores de regreso a la normalidad y a la convivencia de las partes enfrentadas.

¿Qué es lo que impresiona de Carlin? Para mi, la eficacia de su discurso y su visión. Me explico. Leo en los periódicos el desastre en el este del Congo, leo sobre el descalabro en Zimbabwe, leo sobre muertos por asuntos de religión en Nigeria, leo sobre Darfur, Somalia, Chad…  Pues bien, ante un panorama tan desolador, Carlin aporta la mirada positiva de quien analiza la situación con más elementos que los que juegan exclusivamente a favor de la catástrofe y abre la perspectiva de que otra solución es posible.

La realidad es que Carlin no está solo. Su voz forma parte de una estela más amplia –Jeffrey Sachs, por ejemplo- que parece hoy utópica frente a la contundencia de los acontecimientos que refleja la prensa. En los periódicos se habla poco de la construcción de la paz porque la noticia necesita del aspecto escandaloso de los hechos de guerra.

¿Y cuál sería el motor que trabaja a favor de la paz según Carlin? El título del libro no es casual y encierra la respuesta a esta pregunta: el heroísmo y la dignidad de una enorme población dispuesta a recomponer los horrores de la guerra.

De Sudáfrica el papel de Mandela, su fina inteligencia, su olfato y su absoluto rechazo al rencor y a la revancha explican esa transición que necesitó también que muchos otros actores confluyeran hacia el mismo proyecto y con la misma actitud y, desde posiciones opuestas, en situaciones muy difíciles, alcanzaran acuerdos, comprendieran que tenían grandes intereses en común y abrieran un espacio a la colaboración para construir juntos el futuro.

De Ruanda vuelve Carlin a poner de relieve el mismo proceso basado en la disposición de los dirigentes a mirar hacia el futuro y a cerrar heridas por crueles que hubieran sido, con generosidad.

Las élites –Mandela, Kagame en el caso de Ruanda- han sido providenciales, pero el heroísmo al que hace referencia Carlin, por supuesto, no se refiera solamente a ellas. Habla de la población entera. Destaca la capacidad de millones de personas dispuestas a reconocer lo que pasó, a perdonar y a mirar hacia el futuro. Destaca, sorprendido y admirado, después de tratar con una población maltratada, perseguida y sufriente, su dignidad y su apuesta decidida por la reconciliación.

¿Será que África, con su cultura oral y no escrita, es menos rehén de la historia de lo que son los pueblos de otros lugares donde se guarda la memoria en libros? ¿Será el éxito de Sudáfrica y de Ruanda un espejismo o el resultado parcial de un partido que está lejos de concluir?

Todo es posible. Pero el caso es que el libro de Carlin ilumina sobre aspectos de la realidad poco conocidos, los ilumina con una claridad y precisión muy poco habituales y desvela la posibilidad de un final feliz en medio de ese panorama cruel que parece haber condenado sin remedio a África al fracaso y a la desesperación.


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lunes, 24 de noviembre de 2008

El corazón del cazador


Laurens van der Post
Península, 2008
286 pp.





Laurens van der Post era un personaje excepcional, que dedicó gran parte de su enorme energía a combatir el apartheid y el exterminio de pueblos en peligro, especialmente los bosquimanos. Rodó documentales, escribió libros y movilizó las conciencias del público británico alertando del peligro que suponía la desaparición de este pueblo nómada y cazador. A ellos les dedicó dos libros, ya clásicos, El mundo perdido del Kalahari y este, El corazón del cazador. En él recoge una parte de sus exploraciones por el desierto y especialmente las relaciones que mantuvo con diversos grupos de bosquimanos, que ya recelaban abiertamente de su contacto con las poblaciones blancas.


Su interés no es sólo descriptivo, aunque describe y muy bien los imponentes y durísimos paisajes del desierto, la riquísima y casi invisible vida que alberga y la potencia infinita que tiene la naturaleza cuando el hombre se sumerge en ella y las muletas que la civilización le presta se revelan inútiles. El objetivo de su libro es acercarnos al corazón del bosquimano, a su modo de entender el mundo y la vida, a su concepción del universo y a su conocimiento del mundo natural. 

Y este acercamiento no lo hace con la frialdad del antropólogo, sino con la cercanía de un amigo y la pasión de quién defiende un causa justa. Van der Post sostiene que la humanidad no se puede permitir la extinción del más primitivo de los pueblos que la forman; que ellos son quienes nos mantienen cerca de nuestras raíces comunes, de quiénes fuimos y de quiénes seguimos siendo por más que nos sofistiquemos: mamíferos cazadores que viven en grupos.

El libro mezcla sabiamente la descripción de los paisajes y personajes individuales y sus peripecias con la reflexión acerca de su importancia para el bien de nuestra alma; plantea así el asunto moral de la responsabilidad que todos compartimos por el destino de los más débiles de nosotros.

Y los más débiles son los bosquimanos: de pequeño tamaño, escasísimo desarrollo técnico y una forma de vida tan absolutamente integrada en el entorno que las alteraciones que se producen en él amenazan su existencia. Medidas teóricamente proteccionistas, como limitar la caza de determinadas especies animales, les resultan profundamente incomprensibles; durante siglos han cazado para alimentarse, aquel es su territorio y no conocen ni pueden conocer otra forma de vida. Son asediados tanto por los pueblos negros como por la extensión de la colonia blanca, que quiere incluirlos en sus listas de personas obligadas a pagar impuestos. Y se puede imaginar la magnitud de la catástrofe que esto supone para un pueblo que, de hecho, vive en la Edad de Piedra.

El grueso del libro está dedicado a recoger y comprender los mitos y narraciones que los bosquimanos han creado para explicarse el mundo y que se han transmitido de padres a hijos desde los tiempos más remotos. El autor sabe bien que esta cosmogonía es un tesoro a punto de perderse y dedica ímprobos esfuerzos a recoger lo que podrían ser sus últimos capítulos. En estos últimos capítulos que forman la tercera y última parte, el libro alcanza un gran vuelo poético, que nos acerca a concepciones ajenas al racionalismo y que son profundas y por eso muy africanas. 

Cuando el autor interroga con insistencia a un cazador para que le explique los comienzos del mundo, él le responde.- “Es muy difícil porque debes comprender que siempre hay un sueño que nos sueña.” Y aquí hay resonancias de Calderón, Shakespeare y Freud que inician una exploración no del Kalahari sino del corazón del cazador, que es el bosquimano pero también el lector.

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domingo, 23 de noviembre de 2008

Torneo de Sombras: El Gran Juego y la pugna por la hegemonía en Asia Central


Kart L. Meyer y Shareen Blair Brysac
RBA, 2008
586 pp.





A poco que se mire, habrá que concluir que ninguno de los puntos calientes o de los conflictos que aparecen en las páginas de política internacional de los periódicos es nuevo. Todos se arrastran desde hace tiempo y revolviendo en sus orígenes descubrimos que echaron raíces siglos atrás.

De ahí la actualidad de Torneo de Sombras. La caída de la Unión Soviética dejó en el centro de Asia un espacio que ocuparon repúblicas nuevas, algunas de ellas de grafía impronunciable. Para quienes –como nos ocurre a los españoles- tuvimos en el pasado nuestra mirada puesta en otros intereses –y me refiero más que nada a América del Sur-, la situación de Asia con la emergencia de estas nuevas entidades es un elemento inédito. Pero para muchos otros países, esta novedad no es más que el último episodio de una historia que se escribe desde tiempo atrás y a la que han estado muy atentos.

Torneo de Sombras recupera esta historia. Y para enmarcar el libro, pienso que es bueno mirar hacia el pasado y advertir al lector sobre un hecho que tienen meridianamente claro los ciudadanos y los políticos del este de Europa: Asia, a diferencia de otros continentes, es una gran llanura sin barreras naturales en el paso hacia el oeste. De ahí que una y otra vez, hordas asiáticas se hayan puesto en marcha y hayan llegado y desbordado las fronteras de Europa. Ese desierto que es el corazón de Asia, despoblado y yermo, es también un crisol donde se han cocinado las mayores migraciones, próximas en el recuerdo y perfectamente documentadas. En Asia se esconde –si hay que hacer caso a la historia- un enemigo real.


¿De qué va Torneo de Sombras”? Torneo de Sombras se mueve en la segunda o la tercera derivada de lo dicho más arriba y nos conduce al presente. Nos da las claves para empezar a entender el conflicto de hoy.

Inglaterra, en el siglo XVIII ha conquistado la India. No lo ha hecho el Estado, lo ha hecho una sociedad: la Compañía de las Indias Orientales, que pone en pie sobre este territorio colonizado una administración y un ejército propios como si de un Estado soberano se tratara.

Para políticos y militares asegurar el presente es anticipar el futuro y empezar a actuar para que cuando llegue sea lo más parecido a lo que interesa que sea. Y en esa anticipación es en la que se basa lo que se denominó The Big Game: el conjunto de movimientos militares y políticos que durante el siglo XIX emprendieron las grandes potencias para asegurarse el dominio del Asia Central.

Por un lado Gran Bretaña convertida en potencia marítima y por otro Rusia. Una Rusia atrasada, ineficaz, que mantiene todavía vivas instituciones muy parecidas a la esclavitud pero cuya expansión natural es Asia y cuyo potencial los ingleses empiezan a temer.

Pone los pelos de punta mirar ahora cómo los estrategas británicos deciden prevenir el desorden que supondría que los rusos alcanzaran la frontera de la India si llegaban a Afganistán. Esa gran potencia que es Inglaterra –la Compañía de las Indias se desvanece cuando va en serio la operación que se prepara- se arma y envía a su ejército a ocupar un país donde hay poco más que riscos, cabras y unos habitantes díscolos sin más recursos que lo que los riscos y las cabras dan. El relato que hace Torneo de Sombras convierte lo inimaginable en sencillo y claro. La tremenda derrota del ejército inglés, destruido y perseguido en retirada, caería sobre Londres como una maldición de la que tardaría décadas en recuperarse.

Torneo de Sombras en un libro de historia a la inglesa, si se me permite decirlo así. Seguramente, hace demasiado hincapié en las personas, en los protagonistas de la aventura sobre Asia Central contando la vida y las penalidades de los de casa. Lo hace así y lo avisa.

Los autores han querido rescatar las andanzas de quienes protagonizaron los hechos pero quedaron en el olvido, ocultos por las sombras intencionadas del torneo que tenía lugar. Sombras intencionadas porque la información –o lo que es lo mismo el espionaje- compuso lo esencial de los movimientos que tuvieron lugar en la región, intencionadas también porque lo mismo que en los naipes se trató de un juego de posiciones donde los gestos sustituyeron tanto a los hechos como a las intenciones reales e intencionadas, al fin, porque los desastres de la guerra, la ineficiencia del ejército y los errores de los políticos obligaron a sepultar la realidad de lo que debía haber sido una epopeya a mayor gloria de la Inglaterra de la reina Victoria.

Pero Kart L. Meyer y Shareen Blair Brysac desbordan el siglo XIX y proyectan la sombra del célebre torneo hasta hoy. Recuerdan que fue Tocqueville, el intelectual americano, quien daría el indicio de cuál iba a ser la evolución del Big Game que se estaba disputando.

Vio con una intuición sorprendente que la confrontación feroz entre Oriente y Occidente, que se sólo emergía en episodios puntuales como los de la célebre carga de la Caballería Ligera en la Guerra de Crimea, tenía en los dos grandes oponentes Inglaterra y Rusia los protagonistas equivocados. Tan distintos por tantas cosas, Tocqueville advirtió que el eje de la confrontación sería, con el tiempo, entre Rusia y Estados Unidos.

Y por ese camino se desliza Torneo de Sombras. El siglo XX no cabe ya casi en el libro. Pasa por él de puntillas porque la investigación se inclina sobre todo por desvelar el origen. Pero aunque sea sólo de pasada, llega a la Segunda Guerra Mundial, a Mao Zedong, Eisenhower, Kennedy, Kiessinger, Allen Dulles y un rosario entero de nombres de los personajes que hicieron la historia del mundo a lo largo del último siglo.

Pueden ponerse reparos a Torneo de Sombras. A su enfoque tan inglés, a la forma casi de película de mostrar a los personajes o al excesivo peso de unas cosas en relación a otras. Pero en conjunto hay que reconocer que es un libro espléndido que despertará las ganas de saber más a cualquiera que lo lea.


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martes, 18 de noviembre de 2008

Botchan


Natsume Soseki
Impedimenta, 2008
238 pp.





Botchan es un clásico en Japón. Es uno de esos libros que todo el mundo conoce y que los chicos han leído en la escuela o en casa de manera general. Ha sido una referencia, como libro entretenido y jocoso, para varias generaciones.

Se escribió Botchan en el momento justo en que empieza el siglo XX. Japón hace muy poco ha iniciado una transformación rotunda al abrirse hacia occidente. Sigue siendo un país de tradiciones y de cultura muy distintas de las europeas, pero el fin del período Edo marca, además de la liquidación del régimen feudal, el principio de un interés por el mundo exterior que tiene a Inglaterra y a Estados Unidos como referentes.

Natsume Soseki, el autor de Botchan, va a Londres para conocer de primera mano lo que ocurre en Europa. Su propia historia da pistas del país en el que transcurre la historia de Botchan. Su familia procede de viejos samurais venidos a menos que lo entregan en adopción a unos sirvientes. Esta familia que entrega al hijo se ocupa, sin embargo, de que estudie. Pasado el tiempo y con más de treinta años, después de haber ejercido de profesor en escuelas modestas, Soseki consigue una beca para marcharse a Londres donde, confiesa, vive los años más tristes de su vida.

Botchan se publica por entregas en un periódico y es un rotundo éxito. Trata de un joven estudiante, Botchan, que termina su carrera y encuentra trabajo como profesor en un instituto perdido en alguna de las numerosas islas que componen Japón. La experiencia de Soseki, que ha vivido la misma trayectoria, se refleja en el libro, pero el secreto del éxito de Botchan no está tanto en las circunstancias y hechos que narra, como en la curiosa personalidad del protagonista, imprevisible, ilógica y casi siempre con alguna componente que a quien lee le parece fuera de lugar.

El lector esperaría de Botchan un joven maduro en el momento en que se incorpora a las tareas de profesor: sensible al entorno, previsor, prudente… En lugar de eso, Botchan es un joven disparatado, aunque no vacío. Se guía por un alto sentido de lo que considera los principios morales. La verdad, el deber, el respeto, la fidelidad son para él imperativos a los que no renuncia. Pero la vida lo enfrenta a situaciones en que lo trivial e incluso lo miserable se entremezclan con ese mundo de elevados valores con el resultado de situaciones de esperpento.

Botchan causa estupor y risa. Pero también lástima como sujeto de ingenuidad extrema sometido a las intrigas del mundo real. Porque a las débiles armas de que dispone nuestro héroe para manejarse a sí mismo en un mundo que lo desborda se añade la maldad del entorno, reflejada en las luchas de intereses y en las inquinas poco confesables que mueven a los perros viejos que son los colegas del instituto.

El libro empieza poniendo el foco de la acción sobre Botchan que se va dibujando como personaje centrado en su propia realidad, lo que equivale a decir descentrado con respecto a la realidad que le rodea. Pero a medida que avanza, el relato se abre y lo que aparece es un Botchan empujado por el oleaje, para él incomprensible, que levantan quienes le rodean, todos más maliciosos que él.

Tal vez la mejor descripción de Botchan la hace el traductor, José Pazó, en la introducción del libro. Dice que Botchan es como Forrest Gump. Y salvando las distancias es probablemente la comparación más ajustada al personaje.

A pesar de lo que dicen numerosos comentarios sobre el libro, no creo que hoy sea Botchan una lectura recomendable para los chicos. Quienes nacieron en una cultura televisiva difícilmente encontrarán seductor al personaje de Botchan ni a la historia que se teje alrededor suyo. Pero en cambio, al lector más sosegado, a quien desee leer entre líneas, a quien tenga el humor de desentrañar todo cuanto hay detrás de este personaje quijotesco y de la sociedad que hace posible que exista, el libro le parecerá divertido, lleno de interés y un buen reflejo del mundo en el que la acción transcurre.


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domingo, 9 de noviembre de 2008

Rumbo a las 7 Islas



Josep A. Pujante
Nacional Geographic/RBA Libros, 2008
383 pp.





Desde el inicio de la lectura de Rumbo a las 7 Islas se aprecia que J. A. Pujante ha nacido para viajar. Se mueve de un lugar a otro con soltura, disfruta del viaje y consigue vivirlo sin aparente esfuerzo y siempre con gusto.

Es importante reseñar esto porque Rumbo a las 7 Islas no es una aventura cómoda y se prestaría a hacer de ella un relato con las tintas cargadas en el esfuerzo y en el sacrificio por superar los obstáculos. No en vano, el viaje que nos cuenta J. A. Pujante no es un recorrido de placer. ¿O sí lo es? La duda es lo que hace singular al libro y a su autor.

Rumbo a las 7 Islas es la crónica de una expedición cuyo objeto es recalar en las siete islas más grandes del planeta y en cada una de ellas coronar la cumbre más alta. Viajar y subir montañas son palabras mayores cuando estamos hablando de ascensiones de unos cuantos miles de metros. El viaje no es un paseo. Muchas de las cumbres entrañan una dificultad técnica elevada y la ascensión obliga a quien la emprende ser algo más que un aficionado. Pujante y el equipo que lo acompaña tienen ese algo más. Son expertos en escalada y se han medido con las cimas más complejas en todos los continentes. Antes de sus siete islas, Pujante lleva a cuestas –entre otras hazañas montañeras- una ascensión al Everest de la que dejó constancia en otro libro: Alcanzar la cumbre de cristal.

Equipo de escalada, información, preparación con tiempo, obtención de permisos, aproximación a la base, instalación de un campamento, evaluación de la meteorología, ataque a la cumbre… todo lo que rodea al alpinismo en serio figura en la aventura de Pujante y sus amigos. Y todo nos lo cuenta el autor, con soltura y en detalle, de una manera fresca y que capta el interés del lector incluso cuando no siente especial afición por las proezas deportivas camino de la estratosfera.

Confieso que este es mi caso. Pensé que el mundo de la escalada no me llamaba especialmente la atención y sin embargo la lectura me satisfacía. Pero la realidad es también que el centro de gravedad del libro no está tanto en las montañas como en el viaje que conduce hasta ellas. El título, Rumbo a las 7 Islas, lo indica así. Y estoy seguro de que el autor no vería con malos ojos si digo que la ascensión a las siete cumbres más altas, tanto como un objetivo, es una excusa para emprender un largo viaje alrededor del mundo y para disponer de un guión que lo aleje de los recorridos más trillados.

J. A. Pujante no es un viajero cualquiera. Basta repasar su historial para preguntarse qué hace escribiendo libros de viajes y andando por ahí en lugar de dedicarse a ocupaciones más serias. La solapa del libro asegura que es doctor y especialista en neurocirugía. Es experto en alta dirección hospitalaria, campo en el que no solamente tiene títulos sino que ha trabajado de verdad. Además de doctor en medicina lo es también en Relaciones Internacionales y parece que colecciona masters en alta dirección empresarial por ‘las más reputadas escuelas de negocios’. Es académico de la Real Academia de Medicina …

Pues bien, resulta que añadida a esta lista envidiable de títulos, habilidades y virtudes es también paracaidista, corredor de ultramaratones, explorador de desiertos y selvas y escalador, además del Everest, del K2, del Annapurna y de otros ochomiles que no mencionaremos aquí por no agobiar.

Esta condición polifacética es la que hace a J. A. Pujante singular y es la que se refleja en su libro dándole un interés especial. He dicho más arriba que el centro de gravedad del relato no está en las montañas. Y creo que conocida la personalidad del autor es fácil comprender el por qué. El interés que le suscita el viaje es mucho más amplio que el que reflejaría una sola veta de todas cuantas lo traspasan. Y el mismo Pujante nos lo cuenta: ‘Conocer, aprender e integrarse en las costumbres nativas es un objetivo más serio y más profundo que la mera búsqueda de un reto deportivo, Y para comprender es conveniente disponer de información previa a fin de disponer de determinadas referencias imprescindibles. El montañero debe observar con curiosidad e interesarse por todo (…); muy especialmente por la historia y la cultura de los territorios que visita, donde moran los habitantes de los valles en que se alzan los altivos picos que tanto anhela.’

Es así como el relato que contiene Rumbo a las 7 Islas se engrandece y en el horizonte que abarca desfilan los maoríes de Nueva Zelanda, los aborígenes australianos, los habitantes de regiones perdidas de Madagascar, los de Mauricio y Nueva Guinea o de Groenlandia, además de un sinnúmero de personajes que en la expedición encuentra el autor y de los que nos habla para enmarcar su crónica y para conseguir el propósito de dar alas al conocimiento.

Rumbo a las 7 Islas es un largo paseo por el mundo lleno de aventuras, de anécdotas y de información. Es una fructífera lectura y una ocasión para asomarse a lugares poco conocidos y para participar de un proyecto –el de subir a las cumbres más altas de las siete islas más grandes de la tierra- singular y emocionante.

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jueves, 6 de noviembre de 2008

Historias secretas de Birmania. A la sombra de George Orwell


Emma Larkin
Altair, 2008
260 pp.





Publicado por Vanesa García Cazorla

“¡Ah, el profeta!” De estar en un país musulmán, no nos extrañaría semejante exclamación. Pero estamos en Birmania y quien lo dice es un budista para referirse, no ya siquiera a Buda -que es más maestro que profeta-, sino a un escritor: al inglés George Orwell. Porque, según los birmanos, Orwell no escribió un libro sobre Myanmar (su primera novela, Los días de Birmania), sino una trilogía que se abre con éste, sigue con Rebelión en la Granja y se cierra con 1984.

Y es que, un lector dado a las ensoñaciones literarias, podría esperarse que tras el título de este libro, Historias secretas de Birmania: A la sombra de George Orwell, la autora se limitara a hacer un recorrido turístico-literario por los espacios que habitó el escritor en la Birmania de los veinte durante los cinco años que estuvo al servicio de la Policía Imperial británica. Pero no. El libro va más allá. La autora no sólo va a los lugares de Orwell, sino que indaga en los acontecimientos recientes de este país del Sudeste Asiático a través de las historias e intrahistorias de sus habitantes. Unos habitantes condenados al silencio y al secretismo por miedo a un régimen militar que en su empeño por borrar la memoria colectiva de su pueblo rebautiza calles y ciudades. En Birmania las cosas no suceden, sino que, como por arte de magia, se des-suceden en la propaganda emitida por ese prestidigitador dictatorial que es la Junta Militar.

Así, que recorrer Birmania a la sombra de Orwell no es para Emma Larkin un mero recurso literario: esa excusa tan manida en la literatura de viajes que consiste en seguir los pasos de un gran escritor o viajero de otra época para regocijarse de un cierto fetichismo literario tiznado de exotismo. Lo que justifica que sea Orwell y no cualquier otro personaje el que nos guía en este periplo es el contenido de su obra, esa especie de presagio literario sobre la historia de Birmania que conforman las tres novelas antes citadas.

Orwell profetizó con una clarividencia espeluznante la historia del país: si de los días del Imperio Británico da muestra su primera novela, Los días de Birmania, Rebelión en la granja sería una especie de trasunto del camino birmano hacia el socialismo y 1984 sería la pesadilla escalofriante -por lo que tiene de real- de la omnímoda mano que todo lo controla y del ojo “omnividente” del gran hermano que es el régimen de la Junta Militar.

El libro de Emma Larkin se puede contar entre la mejor literatura de viajes. La autora le recuerda a uno a esos grandes viajeros del XIX, como Richard Burton (Mi peregrinación a Medina y La Meca, Laertes) o como el menos conocido Edward Granville Browne (Un año entre los persas, El Cobre), ambos grandes eruditos, conscientes de la importancia de hablar la lengua local para integrarse en el entorno que les rodeaba y para comprender así, no sólo la manera de pensar de un pueblo sino, sobre todo, las historias oídas de “primera boca” que surgían de las conversaciones con sus gentes.

Así, si Burton aprendió el árabe y se disfrazó de mahometano para entrar en La Meca y Browne aprendió concienzudamente el persa antes de su viaje a Irán, Emma Larkin se embarcó en el estudio de la lengua birmana en la prestigiosa universidad de Londres antes de ponerse rumbo a Birmania.

Con ese conocimiento del idioma, la autora recoge historias que escucha de los birmanos con quienes se encuentra. El escenario no puede ser más simple: a menudo alrededor de una tetera en una de esas típicas casas de té al aire libre, que bajo la vegetación exultante de los árboles milenarios que jalonan las aceras de Rangún y Mandalay y con banquetas y mesas que no superan la altura de la rodilla, se convierten en un lugar de encuentro y en un centro social donde se discute de casi todo.

Historias secretas de Birmania no sólo resulta ameno y divertido, sino interesante y didáctico. Porque el acierto de la autora está en haber entrelazado magistralmente elementos típicos de la literatura de viajes (el viaje en sí, las descripciones de los lugares) con un análisis sociopolítico en profundidad del país.

Es de agradecer que Emma Larkin se haya despojado de ese insidioso paternalismo etnocéntrico que aqueja a tantos relatos de viajes y de esa latosa superficialidad que da lugar a tantos malentendidos culturales. Y también hay que celebrar que la autora-viajera no se presente ante sus lectores como la heroína de su libro: no hace ostentación de ser una avezada viajera que se arriesga en un país sometido a una terrorífica dictadura, con todos los peligros imaginarios o reales que eso pueda entrañar. En un ejercicio de humildad y sensatez, Larkin cede el paso al verdadero protagonista de su libro: el pueblo birmano. Y quizás sea esto lo mejor del relato, ese diálogo coral articulado a partir de las voces de los diversos personajes autóctonos que pululan por sus páginas. Emma Larkin no nos cuenta historias: nos permite a sus lectores escucharlas directamente de sus protagonistas.

A estas bondades hay que sumar el tino con el que la autora ha seleccionado las citas de las obras de Orwell que salpican aquí y allá las páginas del libro, con lo que los amantes de la literatura quedarán más que satisfechos.

En resumen: aventuras, geografía, historia, literatura y la voz viva de un pueblo son los ingredientes que hacen de este Historias secretas de Birmania un plato suculento para los amantes de la buena literatura de viajes.

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