martes, 17 de abril de 2012

Con el agua al cuello

Con el agua al cuello

Petros Márkaris
Tusquets, 2011
322 pp.

De la Grecia de hoy, ahogada por la crisis, es de lo que nos habla Márkaris en una entretenidísima novela policiaca donde el inspector Jaritos deberá desentrañar una serie de extraños asesinatos...



Petros Márkaris
Tusquets, 2011
322 pp.





Diez o quince años atrás, si le hubieran preguntado por Grecia es probable que hubiera usted respondido aludiendo a Mikonos, Santorini o a cualquiera de las islas que hacían del país un paraíso de las vacaciones en el Mediterráneo. Y si la pregunta se la hubieran hecho unos años más atrás todavía hubiera hecho referencia al dórico, al jónico y al corintio, a la maravilla del Partenón o a los dioses del Olimpo.

Pero los tiempos cambian y hoy Grecia es otra cosa. Y los griegos están en otra cosa también. La crisis se ha extendido por todas partes y ahora proyecta sus sombras hasta el punto de cambiar el humor entero del país.

De esta Grecia, de la Grecia de hoy es de lo que nos habla Petros Márkaris en Con el agua al cuello. El título no puede ser más explícito. ¿Y desde cuándo la crisis entra a formar parte de la literatura de viajes? Pues seguramente desde siempre, desde que los viajeros prestaron atención a la gente de los lugares que visitaban y consideraron que sus condiciones de vida, sus buenos y malos humores, su comportamiento y su modo de ver la realidad formaban parte de los países lo mismo que los árboles y las montañas. Y lo cierto es que Grecia ha sufrido un vuelco tan inesperado como dramático como resultado de lo que podríamos llamar un grave accidente económico y ha dejado de ser, en muchas cosas, el país que guardamos en nuestros recuerdos.

Por supuesto, Márkaris no ha hecho, para hablar de todo ello, ninguna excursión por las finanzas o por la sociología, al menos en su vertiente científica. Es el inspector Jaritos el que nos pone al corriente de la situación y es a través de una novela policiaca como se revela este país al borde del naufragio.

Una sucesión de asesinatos ponen en marcha la novela que, anticipo ya, se lee gustosamente porque es ingeniosa, escrita con enorme soltura y de alguna manera alegre, a pesar de la situación que presenta y del tema. Márkaris se las compone para eludir la pesadumbre del género negro y situarse en una normalidad más grata, menos teatral y mejor encajada en el mundo. Jaritos ni es el hombre atormentado que suelen ser los detectives ni su mundo es oscuro como resultado del crimen o del aire irrespirable de la comisaría. Su sintonía vital discurre hacia la luz. Pero vive la situación del país, que afecta a todos los órdenes de la vida. Atenas se ha vuelto intransitable. La manifestaciones colapsan el tráfico y convierten en un lío la ciudad. La economía doméstica se resiente porque a los funcionarios les han ‘recortado’ el sueldo una cuarta parte y el futuro está que da miedo. En la calle, muchas tiendas han cerrado y los tenderos que aguantan hablan de presente con pesar y del futuro sin esperanza. Claro que Grecia gastó lo que no tenía y que lo de pagar impuestos era cosa anecdótica, pero uno a uno, cada griego se ha visto de repente al borde de la miseria o en la miseria misma. Y si los polvos de los gobiernos anteriores dieron lugar a estos lodos, el chorreo de los países ricos de Europa lejos de resultar una lección positiva sólo ha servido para hundir al país y no dejarle levantar cabeza.

¿Asoma la política? Cómo no iba a asomar si alrededor de Jaritos discurre la vida misma y se expresa en todas direcciones. El discurso, ficticio, que en la novela hacen las sociedades de calificación de la deuda no tiene desperdicio porque se formula sin pelos en la lengua y aparece con toda su desvergüenza. La prepotencia de los funcionarios europeos frente a los griegos desarmados y culpables es tan llamativa como hiriente. El poder de la banca, encumbrada gracias al dinero de todos –de Jaritos y del resto de la población- y dispuesta a dar lecciones al pueblo llano que sufre la crisis sin haberla provocado pone de relieve la hipocresía de los privilegiados que salen de rositas tras una fiesta ruinosa que acaban por pagar los demás.

La Grecia alegre y soleada deja paso a una realidad nueva y cargada de amenazas.  “En este momento hay en el mundo inversores que están apostando fortunas ante la posibilidad de que Grecia se declare en quiebra”. Este es el run run que sobrevuela en el ambiente mientras la vida trata de encontrar huecos por donde seguir y mientras Jaritos trata de desentrañar el misterio de los asesinatos que inquietan al mismo gobierno.

Una cara inédita de Grecia es la que aparece en la última novela de Márkaris. Una cara que el lector conoce por los periódicos pero a la que seguramente no había puesto todavía rostro. La lectura de Con el agua al cuello permite descender del nivel de la noticia al de la calle, o mejor, al del interior de los hogares, al de la conversación entre compañeros, al de la reflexión a la hora del desayuno. Y por ello, porque tiene que ver con las personas que dan vida y sobre las que se sostiene el país,  ayuda a ver la Grecia de hoy con una visión más humana y mucho más clara también.

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miércoles, 11 de abril de 2012

Enterrad mi corazón en Wounded Knee

Enterrad mi corazón en Wounded Knee

Dee Brown
Turner 2012
459 pp.

Enterrad mi corazón en Wounded Knee es de alguna manera un libro aterrador. Pero es un libro necesario porque recuperar la verdad ayuda a reponer las cosas en su sitio...



Dee Brown
Turner 2012
459 pp.





“Si un hombre pierde algo, vuelve sobre sus pasos y lo busca cuidadosamente, lo encontrará; eso y no otra cosa es lo que hacen, ahora, los indios al acudir a ti en demanda de lo que se les prometió en el pasado; y no creo que sea justo que se los trate como bestias.”
(Toro Sentado, en una reclamación al gobierno norteamericano.)

¿Son ustedes, como yo, de los que ven a los indios norteamericanos como un pueblo perdido en el pasado, lo mismo que se perdieron bosques y paisajes, como un mal inevitable de la civilización? ¿Son de los que creen, como yo, que la marea de americanos blancos no podía hacer otra cosa que arrasar las precarias comunidades indígenas para construir esta Norteamérica que conocemos y que descuella en tantas cosas en el mundo?¿Son de los que piensan en los descendientes de europeos, de africanos, de asiáticos o de hispanos, pero no de indios, cuando se habla del pueblo americano y de quienes han contribuido con su historia a forjar el país?¿Son de los que ven en los rascacielos de Manhattan, en las prósperas ciudades que rodean el lago Michigan, en las fuentes de tecnología que manan en California, en Facebook o en Boeing reflejos de las esencias de Norteamérica sin que en ellos aparezca huella alguna de las comunidades indias?

Si como yo, a primera vista, tienen esta impresión de Norteamérica les recomiendo la lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee en la seguridad de que disfrutarán de ella y de que cambiarán de opinión en lo que se refiere a Norteamérica y al pueblo indio.

Enterrad mi corazón en Wounded Knee es de alguna manera un libro aterrador. Pero es un libro necesario porque recuperar la verdad ayuda a reponer las cosas en su sitio, hace justicia a quienes fueron desposeídos de ‘visibilidad’ y por consiguiente de ‘razones’ y muestra una América más real –aunque más herida también- de lo que era mientras permanecía oculta una parte sustancial de su historia.

La llegada de los europeos a América –del norte o del sur- es tanto una gesta como la fuente de graves problemas, porque fue, al fin y al cabo el origen de una invasión. La invasión de unas tierras de las que un gran número de comunidades, articuladas en grandes y pequeñas tribus eran propietarias. Varios millones de indios constituyen la población indígena de Norteamérica y un grave impedimento para que la población de origen europeo pueda extenderse por el país. Lo que empieza, al principio de la colonización, como unas relaciones comerciales, continúa con fricciones y acaba en auténticas guerras en las que participa el ejército como cuña en territorios no pacificados donde los indios ofrecen resistencia a los blancos. El ejercito lucha, negocia, somete, planifica… aparece, en definitiva como el actor principal de lo que resulta un expolio.

Pero la lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee, que mantiene este papel protagonista del ejército, abre más puertas a la comprensión del problema. Si los indios sobran, hay que dar cobertura legal a lo que no es otra cosa que un exterminio. Y esta cobertura se construye, a base de ambiguedades, en las ciudades, lejos del campo de batalla. La construyen los ciudadanos que comulgan con el principio de la propiedad privada y que deben, por ello, reconocer al indio sus derechos. Y que, en beneficio de su propio interés, deben también conseguir que estos derechos de los indios a sus tierras y a sus vidas sean cada vez más pequeños, aunque sea recurriendo al incumplimiento de los tratados que se redactan y se firman una y otra vez, tras cada una de las batallas y que se vuelven sin excepción más severos y humillantes para cada tribu y para el conjunto de la nación india.

La derrota militar es para los indios el resultado de una derrota legal y política. Y para el pueblo norteamericano el resultado de una derrota moral. Pero su propia legalidad obliga a los norteamericanos blancos a argumentar acerca de la persecución a que someten a los indios y para ello a dejar constancia de los hechos. Hay que escribir.

Enterrad mi corazón en Wounded Knee nace de los archivos oficiales norteamericanos, de la transcripción de conversaciones, acuerdos, tratados, promesas y lamentos que quedaron escritos en el curso de la negociación –desigual- del gobierno norteamericano, casi siempre a través del ejército, con sus interlocutores indios. Y nace en torno a la fecha en que se cumple el centenario de la última batalla, en realidad de la última matanza, ocurrida en Wounded Knee, que sella la derrota definitiva de los indios.

A punto de iniciarse el siglo XX, en 1890, tiene lugar el último enfrentamiento reseñable entre norteamericanos. Un enfrentamiento tan desigual como terrible para la nación india y para el historial de la democracia norteamericana. Es la culminación de una larga relación basada premeditadamente en el engaño y en la necesidad de exterminar al pueblo indio. Mientras el discurso oficial es de exaltación del heroísmo de los colonos, de su sacrificio, del valor del individuo incansable frente al trabajo y frente a la adversidad, el lamento del indio queda reducido a una acusación que se pierde en el olvido: “Es inútil hacer tratos con los estadounidenses. Son todos unos mentirosos, nada de lo que dicen puede creerse”.

La lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee abre los ojos a una realidad de sobras conocida. La trae de nuevo a primer plano y pone en un contexto humano a ese indio que los vencedores consideran una bestia y que Toro Sentado reivindica dramáticamente antes de morir y antes de la última y definitiva matanza que asola a la población india en Wounded Knee. Es una historia humillante para todos, pero es también una oportunidad de hacer las paces con el pasado y de reconocer el precio tan elevado que Norteamérica pagó para ser el país, en tantos aspectos ejemplar, que conocemos hoy.

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