viernes, 29 de mayo de 2009

Un buen lugar para morir. Historias del Cáucaso


Un buen lugar para morir. Historias del Cáucaso
Wojciech Jagielski
Debate, 2009
413 pp.

Hay otros mundos además de éste. La globalización parecía habernos enseñado que nuestro planeta había acabado siendo igual por todas partes... Pues no. Al margen de este mundo globalizado, al menos hay otro mundo y está en el Cáucaso.

Wojciech Jagielski
Debate, 2009
413 pp.






Hay otros mundos además de éste. La globalización parecía habernos enseñado que nuestro planeta había acabado siendo igual por todas partes porque se habían extinguido las diferencias que antes distinguían un lugar de otro. Pues no. Al margen de este mundo globalizado, al menos hay otro mundo y está en el Cáucaso.

La verdad es que lo conocíamos a través de los periódicos, pero las noticias se difuminan cuando pierden rabiosa actualidad y parece que la realidad se oculta. La mini-guerra que tuvo lugar en Georgia hace sólo unos meses y la tragedia que se vivió en Chechenia hace algo más nos pusieron sobre la pista de situaciones complicadas en una región de la que sabemos poco. 

Un espacio montañoso, arbolado a veces como si fuera Suiza, con numerosos pueblos relativamente aislados, con culturas y tradiciones propias, asentados en el lugar desde tiempos inmemoriales, situados en un rincón apartado del mundo, podría hacer pensar en un territorio idílico. Y sin embargo no es así.

Wojciech Jagielski se ocupa de proyectar luz sobre el Cáucaso y lo hace con ojos de periodista que ha recorrido la zona durante años y conoce bien de lo que habla. Su condición de polaco lo ayudó sin duda cuando la región dependía todavía de la Unión Soviética y el comunismo hermanaba a quienes procedían de países situados en a órbita de Moscú. La estela de Kapuscinski, convertido en maestro del género, parece que orientó igualmente su camino.

Un buen lugar para morir se lee casi de un tirón. Preside todo el libro la experiencia personal del autor que relata de primera mano lo que ha vivido día a día y lo que ha aprendido en sus andanzas como reportero de medios de comunicación europeos. Personajes de lo más diverso –autoridades, funcionarios, políticos, soldados, guerrilleros, negociantes, tenderos, amigos, chóferes, gentes encontradas al azar- se asoman al libro y a través suyo permiten mostrar la realidad. Una realidad singular y dramática, tratándose del Cáucaso. 

Pero el dramatismo lo pone el lector ante los acontecimientos que se le desvelan y que dibujan la situación de unos pueblos históricamente condenados al conflicto. Porque Wojciech Jagielski es todo menos dramático o melancólico. Al contrario, él mismo es un superviviente de ese mundo que pasa de la crisis a la guerra y de la guerra a la crisis en un bucle al que no se ve salida y que afronta con guiños de humor y con la distancia que necesitan los que están envueltos en la situación para hacerla soportable.

Más que resignación ante la tragedia, lo que hay es sentido común frente a un disparate histórico que tiene rehenes a todos los pueblos que componen la región. Cuenta Wojciech Jagielski, para situarnos, que para los pueblos del Cáucaso, los agravios de muchos siglos atrás se mantienen vivos como si fueran de hoy. Y explica los motivos     -algunos de los motivos, al menos- para que sea así. El Cáucaso, puente entre Europa y Asia ha sido el lugar de paso de invasores que lo han arrasado una y otra vez. Y ha sido la frontera disputada entre potencias (Irán, Rusia, Turquía…) que en diversas épocas se establecieron en su periferia. Siempre ha vivido bajo la bota de alguno de sus grandes vecinos, de manera que sus diversos pueblos nunca pudieron ajustar las cuentas que se traían entre ellos. Y que estos ajustes, guardados en la memoria secular como pendientes, afloraban siempre que las potencias dominantes por debilidad o descuido perdían el control y su capacidad de imponer el orden.

La caída de la Unión Soviética significó una pérdida de poder de la potencia ocupante y por ello mismo una bocanada de aire para reactivar los conflictos no resueltos entre etnias, naciones y pueblos vecinos.

La mayor parte del libro se dedica al país que más presencia tiene en los periódicos en la actualidad: a Georgia. Aspectos jocosos ilustran acontecimientos gravísimos y dan también medida de los hechos. La oposición amotinada decide tomar las armas y atacar con fuego de mortero el edificio del parlamento. Pero la ineptitud de los sublevados es tal que tratando de hallar un buen ángulo de tiro disparan tan alto que acaban por darle al farol que tienen sobre sus cabezas con el resultado que el lector puede imaginar. 

Pero hay episodios más serios como la dramática huída del presidente Shevarnadze de Sujumi, la capital de Abjacia donde ha ido a restablecer la paz, perseguido literalmente a tiros por la guerrilla independentista apoyada por Rusia. O la ocupación de esta misma ciudad por los ‘voluntarios’ en su mayoría chechenos a quienes, como compensación, se concede tiempo para saquearla antes de que el ejército separatista entre en ella y restablezca una administración.

“Desde hace algunos años, las naciones del Cáucaso y de Asia Central sufren permanentemente el azote de la guerra. En cualquier punto entre el Mar Negro y el Pamir se oyen disparos. Anatolia, Abjasia, Georgia, Alto Karabaj, Armenia, Azerbaiyán, Tayikistán, Afganistán, Cachemira…”  En este mar de guerras no hay posibilidad de establecer la paz. Tal como reconoce Vazén I, el ‘papa’ de la iglesia Armenia, “Se ha derramado demasiada sangre. El dolor y la desesperación oscurecen la mirada de la gente, hacen ver al prójimo como odioso enemigo al que no basta con vencer, sino que debe ser aniquilado, exterminado. Es como una locura, una obsesión. La gente quiere escapar de todo esto pero a veces resulta demasiado tarde. A menudo, ya no son capaces.”

Un buen lugar para morir resume la situación. Deja, como es lógico, muchos ángulos sin tocar. Pero da las claves para empezar a comprender las interioridades de un haz de conflictos enraizado en ese espacio que une Europa y Asia y para acercarnos, a través de la vida de numerosos protagonistas, a una realidad cotidiana que marca el carácter de una zona crucial en el mundo.

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viernes, 22 de mayo de 2009

Ven y dime cómo vives


Agatha Christie
Tusquets, 2008
272 pp.





Publicado por Ignacio Jáuregui

Agatha Christie cuenta de sus viajes a Siria e Irak siguiendo las investigaciones arqueológicas que en el momento se llevaban a cabo.

Cuando, tras un primer matrimonio bastante infeliz, la escritora se casó con el arqueólogo Mallowan, ya era una talludita dama victoriana; también era una mujer que sabía lo que vale un minuto de felicidad: cuando su marido decidió marcharse a excavar colinas en Babilonia no dudó ni un segundo en acompañarlo. "Ven y dime cómo vives" es el relato discontinuo de esos años de expediciones arqueológicas, y uno de los libros más llenos de amor por la vida que me ha sido dado leer.

El título reproduce la pregunta que le hacían, a cada retorno, las amigas que la invitaban a tomar el té en al esperanza de encontrarla agotada, ojerosa y con síntomas de disentería, y veían aparecer por el contrario a una mujer encantada de la vida, rozagante y tan cargada de historias divertidas (inolvidable el relato de las compras en Harrod’s, la contradicción insoluble entre tallas grandes y romanticismo; el desdén milenario –bah, rumi- con que los zapadores locales echaban a un lado las piezas de los romanos, esos recién llegados; o la obra de arte imprevisible en que convertía su criado favorito la mesa del desayuno cada mañana –hoy sólo cuchillos, mañana todos los platos apilados en el centro) como ansiosa por volver al país de sus alegrías a recopilar otras tantas.

Como escritora, la señora Christie alcanza aquí su nivel más alto; libre de las tramas cuadradas y del consabido juego de pistas falsas y piruetas deductivas, la pluma se hace más selectiva e impresionista, más ágil. No sabe uno qué disfrutar más, si la capacidad de calar a las personas de un primer vistazo –aquí aparece inevitablemente Miss Marple, a quien nadie pillaba de nuevas porque en St. Mary Mead siempre había alguien parecido-, la de describirlas con un rápido golpe de pluma, o la habilidad para seleccionar los detalles de manera que al final tres años de actividad caben en un librito manejable sin que echemos nada a faltar.

Pero el disfrute que extraemos del libro es más humano que literario: la autora es una mujer extraordinariamente alegre y animada, uno de esos seres que hacen la vida fácil sin abnegación ni sacrificio, simplemente encontrando razones de disfrute siempre que razonablemente se puede y apechugando sin aspavientos con las malas faenas que nunca se nos ahorran. Además, ama profundamente esa vida y esas tierras, y consigue transmitirlo en cada frase. Cuando cerramos el libro nos domina la nostalgia hipotética de no haber tenido una tía como ella. Dejémosle la palabra:

"Escribir estas sencillas notas no ha sido una tarea, sino un parto de amor. No es una evasión hacia lo que fue, sino la contribución, en medio de las durezas y pesares actuales, de algo imperecedero que no sólo tuvimos, sino que todavía tenemos.

Amo ese generoso y fértil país y a sus gentes sencillas, que saben reir y gozar de la vida, que son ociosas y alegres, que tienen dignidad, educación y un gran sentido del humor, y para quienes la muerte no es terrible.

Inshallah, volveré, y las cosas que amo no habrán perecido en esta tierra… "

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domingo, 17 de mayo de 2009

La Honorable Sociedad. La mafia siciliana y sus orígenes


Norman Lewis
Alba, 2009
306 pp.






Hay realidades que requieren tiempo y empeño en la observación para hacerse visibles. Otras que el viajero percibe casi de inmediato, aunque su interpretación no sea fácil y requieran de información y conocimientos elaborados para comprenderlas en toda su amplitud. Para quien visita Sicilia, la realidad de la mafia se hace perceptible a poco que se mueva por la isla.

No es que los sicilianos tengan aspecto de delincuentes o de víctimas ni que su comunicación con el forastero delate una barrera producida por el miedo o por la necesidad de ocultar información. La cosa es mucho más simple y también más clara. Un recorrido por los principales pueblos del interior muestra un urbanismo degradado hasta el extremo. Absurdo incluso para un país como Italia donde la picaresca suplanta al recto espíritu de las leyes y la vida inventa veredas imaginativas por donde se cuelan los despropósitos más variados.

Lo de Sicilia es demasiado llamativo, es muy notorio en una isla de belleza y atractivos inmensos. Y sin embargo la mafia permaneció oculta durante décadas a los ojos de todos y se movió por detrás de la escena, en un país donde una buena parte de la política transcurrió en una semiclandestinidad.

Sin embargo, la existencia de la mafia era al mismo tiempo un secreto a voces. Tan a voces que altos personajes del gobierno y las instituciones de los EEUU fueron investigados e interrogados con luz y taquígrafos en relación a los tejemanejes de determinadas agencias oficiales con otros personajes, mucho más oscuros, de lo que era en realidad otra forma de gobierno, aunque no explícita, asentada en Sicilia.

En la investigación y divulgación pública de lo que es la mafia Norman Lewis es un nombre imprescindible y su libro La Honorable Sociedad un hito que empieza a desvelar en profundidad, acudiendo a referencias históricas y a hechos recientes, la auténtica dimensión del fenómeno.

Norman Lewis ha destacado como novelista y como autor de importantes libros de viajes. Pero antes, trabajó para los servicios de información británicos y tuvo, sin duda, un puesto de observación privilegiado en la operación de desembarco y conquista de Sicilia por parte del ejército norteamericano. Él mismo cuenta ese secreto a voces de la alianza con la mafia para desbancar al gobierno fascista que sirvió en bandeja la victoria militar a los americanos y una patente de corso a los mafiosos para instalarse en el poder sin condiciones ni preguntas embarazosas.

Lewis tiene la osadía de abrir los ojos, declarar la realidad de la mafia y explicar cómo es y por qué. No es evidente ninguna explicación sobre una organización tan atípica. Su carácter sanguinario, unido a su sólida moral de respeto y de fidelidad a sus principios, su explotación descarnada a la vez que su protección sobre poblaciones débiles e indefensas, su religiosidad y su descreimiento requieren una mirada fina para desbrozar la maraña de síntomas bajo los que se esconde esta sociedad esquiva pero omnipresente.

Lewis afirma que el origen de todo el embrollo está en la pervivencia de una sociedad feudal en un grado superlativo. Y trata de mostrar como en Sicilia se ha producido una cadena de acontecimientos históricos que no ha tenido reflejo en ningún otro lugar. Los grandes latifundios romanos se mantuvieron en la edad media y si bien la llegada de los industriosos árabes pudo abrir la oportunidad a innovaciones, la conquista de la isla por los primitivos normandos devolvió las condiciones sociales al más puro feudalismo y conservó una estructura de la propiedad a base de latifundios que se mantuvo casi hasta el presente.

Lewis desgrana la situación y sólo acude a la historia para dar las claves del fenómeno. El detalle, esa mafia con nombres y apellidos, la extrae se su propia investigación y de los sucesos que los periódicos y la justicia han hecho aflorar. Poco a poco entra en el carácter de la mafia, en sus costumbres y en esos rasgos contradictorios que la caracterizan. Muestra el por qué de su infiltración en la sociedad y de su fuerza.

Si era un secreto a voces la ayuda de la mafia al desembarco norteamericano en la isla, era menos conocido del público el hecho de que en ese momento la Honorable Sociedad pasaba por sus horas más bajas después de que Mussolini consiguiera descabezarla y hubiera puesto en la cárcel a buena parte de sus miembros. El precio que se paga por la ayuda en la guerra es enorme y destapa la boca de ese túnel inmenso y oscuro de la connivencia entre los políticos de la Democracia Cristiana y la mafia siciliana.

Lewis no toca este tema tan trascendental. De hacerlo probablemente hubiera debido escribir una enciclopedia. Para entendernos, si recordamos la noticia del apresamiento de los grandes mafiosos, de Provenzano o de Totó Riína, vemos que Lewis proyecta su luz sobre estos hombres refugiados poco menos que en un corral, gobernando la mafia a golpe de pizzinis –esos papelitos escritos a mano con órdenes escuetas- que un campesino cualquiera trasladaba a la ‘organización’ y sin otra lectura que un pobre misal.

Quedan por aclarar esas otras fotos de los mismos personajes recibiendo –y besando discretamente- a los grandes políticos nacionales en encuentros difícilmente comprensibles a la luz de la escena anterior primitiva y rural. Y quedan también fuera del foco de la atención de Lewis las relaciones con el crimen organizado norteamericano y el cambio dramático que se produce con la entrada de los sicilianos en el mercado más evolucionado y boyante del tráfico de drogas.

Digamos que La Honorable Sociedad habla de Sicilia: muestra Sicilia como el vivero de este fenómeno singular, trágico y de dimensiones enormes y nos ayuda a entender la isla, su geografía yerma –asiática, dice-, sus gentes, su supervivencia precaria y su histórica indefensión ante la calamidad y ante los amos. Y al hacerlo desvela las condiciones que modelan el carácter de esta mafia que acabará incrustándose en el territorio y a su vez moldeándolo.

Lewis escribió La Honoralbe Sociedad en 1964. Desde entonces se ha escrito mucho más del tema, la mafia se ha hecho más presente en la conciencia del mundo, ha evolucionado también y la justicia ha obtenido sobre ella sonadas victorias y derrotas. El tiempo, sin embargo, no ha restado actualidad al libro. Su lectura sigue siendo apasionante y el contenido tan esclarecedor como el primer día sobre esta historia desgarrada y dramática que es la de la Sicilia de hoy.


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lunes, 11 de mayo de 2009

De Estambul a El Cairo. Diario de viaje por un Oriente roto


Eduardo del Campo
(Fotografías de Ricardo Venturi)
Almuzara, 2009
528 pp.






No es propio en la reseña de un libro de más de quinientas páginas llenas de contenido empezar elogiando la portada. De Estambul a El Cairo contiene, además del texto, una pequeña sección con fotografías de extraordinaria calidad, entre las cuales la de la portada destaca y es la mejor introducción a lo que es el libro. La imagen de una mujer kurda, sentada en una silla sobre un suelo de baldosas, en actitud severa, concentrada y digna es el preludio del contenido de un libro rico, singular y apasionante.

“Al pie de la muralla, junto a un puesto ambulante donde venden platillos de habas con caldo que hay que pelar con la boca e impregnar de sal y especias, se levanta la estatua ecuestre del rey Saladino… La capa vuela hacia atrás, su caballo salta por encima de un cruzado y el rey sujeta con la mano izquierda las riendas mientras con la derecha blande la espada con la que atiza a un enemigo. Un fotógrafo sexagenario se pasea a la sombra de la efigie metálica con su vieja cámara Polaroid colgada sobre la corbata de su traje….

[En el bazar] Me fijo en los estantes de las tiendas especializadas en pañuelos y embozos para tapar la cabeza femenina. Decenas de cabezas de maniquíes cortadas por el cuello muestran en línea cómo sientan los últimos modelos, con una variedad tan exhaustiva que una mujer podría cubrirse con un pañuelo distinto durante unas cuanta vidas. Los hay naranjas, rosas, negros, blancos, con bordados, con incrustaciones de cristales, estampados, con flecos.”

No he podido resistirme a reproducir unas líneas de lo que Eduardo del Campo cuenta sobre Damasco. Porque es importante destacar que estamos ante un libro que también es un ‘libro de viajes’. Me explico: se han hecho reseñas y se han escrito comentarios sobre este libro excelente y creo que debieran escribirse muchas más porque lo justifica. Pero el tema del que trata, la región del mundo de la que habla, tiene tanto calado que la problemática y el dramatismo de la situación escala por encima de todo lo demás y sin querer silencia lo que también es este libro: la mirada atenta y sensible sobre ciudades, pueblos y gentes de un viajero que se detiene y que sabe ver las pequeñas cosas de la cotidianidad para llevar de la mano al lector a través de sus descripciones a todos los lugares por los que él pasó.

No debiera sorprender que ello sea así tratándose –como indica el subtítulo del libro- de un ‘diario deviaje’. Se espera que el autor nos cuente lo que ve, nos hable de la gente que encuentra y de lo que siente. E insisto que Eduardo del Campo lo hace con brillantez y de manera exquisita. Lo que ocurre es que hablar de Oriente Próximo y hacerlo con ojos de periodista y con conciencia de la durísima condición en la que viven quienes les ha tocado en suerte esta región del mundo podía haber inclinado el discurso hacia la crónica política o hacia el análisis social y haber apagado esa mirada hacia lo cotidiano que da vida a los relatos de viajes.

Eduardo del Campo escribe un libro que sólo un periodista puede escribir, lleno de referencias a las situaciones que ocupan las páginas de noticias de los periódicos. El lugar se presta a ello y la inmensidad de los acontecimientos que ocurrieron y que saltan en el libro a primer plano son materia que da todo el juego para volver sobre ella en un tono más reposado y más humano que el que permite las limitaciones y la urgencia de un noticiario.

Eduardo del Campo hace en su libro un homenaje a las personas y las cubre de un manto de afecto. No es fácil hacerlo, porque todos tenemos opinión sobre los dramas de los que habla y es difícil evitar la condena frente al cúmulo de barbaridades que ensombrece la historia reciente en tantos lugares de esta región. Turquía y el conflicto de los kurdos –la guerra, más bien- está en el arranque del libro, para seguir por Irak, nada menos, martirizado por una invasión extranjera pero también por la furia de unas comunidades contra otras arrastradas en una corriente que no ofrece soluciones. Siria, con este Damasco magnífico o con la extraordinaria Palmira, pero también sumido en la maraña de despropósitos que ancla el país en la miseria de la falta de libertades y de las formas perversas de la política. Por supuesto el viaje de Eduardo del Campo lo conduce al Líbano y a Palestina y a Jordania … hasta terminar en Egipto.

No ahorra el autor miradas a los problemas. Habla con la gente y pone en contexto, con una información que a los lectores –olvidadizos y confundidos ya por la acumulación de noticias- nos devuelve las coordenadas desde las que recordar los acontecimientos que han ido empedrando el camino de esta complicada e interminable historia.

La guerra del Líbano –las guerras, habría que decir-, Sabra y Chatila, los colonos en Israel, los cohetes de los palestinos sobre Sderot … todo ello encuentra la voz de alguna persona que lo ha vivido y que al contarlo le da al lector una dimensión mucho más real que la que pudo deducir de los periódicos. Y se descubre que no todo es tragedia. Porque en la boca de quienes la viven, la realidad se convierte en vida cotidiana que es, en definitiva, vida.

En medio del desastre también hay humor, en cualquiera de los bandos. Y hay confianza en el presente y cordialidad. El desparpajo con el que un partidario –cristiano- de Hezbollah cuenta su currículum de combatiente, iniciado a los doce años, eso sí con una vida suficientemente ordenada como para darle tiempo a ir a la escuela por la mañana, jugar luego un rato y pegar tiros por la noche con un fusil ruso para defender su casa en la misma línea del frente lleva también a concluir que la vida está llena de ángulos insólitos desde los que mirarla. Y vuelve a poner de relieve el papel ponderado y abierto de Eduardo del Campo para mostrarnos, con prudencia ejemplar, el lado humano de esa serie numerosa de ‘invitados’ que pasan por las páginas de su libro para ilustrarnos de lo que puede ser hoy un viaje entre Estambul y El Cairo.

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lunes, 4 de mayo de 2009

Bajo el sol. Argelia 1881: de Argel al Sáhara



Guy de Maupassant
Marbot, 2009
222 pp.




Un libro de viajes por África, escrito en el s. XIX, pero no de un explorador o de un aventurero, sino de un escritor. Guy de Maupassant decide viajar al sur, a las colonias francesas, a Argelia, atraído por la llamada del exotismo. Siente tanto la necesidad de alejarse de la rutina de la vida en Francia como el deseo de dejarse envolver por ese mundo evocador y caluroso que empieza en la orilla sur del Mediterráneo. Y nos cuenta una experiencia donde se mezclan escenas y comentarios que apuntan a direcciones muy diversas y que hoy siguen leyéndose con interés.

La Argelia de la que habla Maupassant es en primer lugar la de la colonia. Es a sus ojos –y a los ojos de la gente de su tiempo- una extensión de Francia donde conviven franceses y ‘árabes’, comerciantes, emigrados, funcionarios, militares, campesinos, nómadas… en un entorno donde se mezclan ciudades de aire mediterráneo, aldeas del desierto, vergeles e inmensidades de tierra cubiertas de arena.

La curiosidad de Maupassant, su sensibilidad y su mirada cultivada lo lleva a mostrar opiniones propias y frecuentemente contradictorias con algunas de las cuales hoy podríamos coincidir y otras que no pasarían ni de lejos el filtro de lo políticamente correcto. Ser hijo de la Francia metropolitana y del siglo XIX tiene necesariamente que reflejarse en puntos de vista muy marcados cuando se hace referencia a asuntos que tuvieron que ver con las colonias.

Maupassant ve y nos cuenta los paisajes y las ciudades, los caminos y los pueblos que descubre en sus andanzas. Y lo hace con detalle, en un momento en que viajar era menos fácil que ahora. El calor insoportable, las estrellas, las casas, las enormes distancias, los campos… Pero nos cuenta también de las gentes y de sus costumbres con el mismo detalle para destacar las particularidades que le llaman la atención y que con frecuencia las separan del mundo ‘civilizado’.

Se sorprende del fanatismo. Dice, al referirse al rezo en las mezquitas, que ‘una fe salvaje planea, llena a esas gentes, los hace inclinarse y levantarse como títeres; es una fe muda y tiránica que invade los cuerpos, inmoviliza los rostros, oprime los corazones’.

Por otro lado, la imagen, teñida de fundamentalismo virtuoso, que tenemos hoy de los países musulmanes choca con el relato que en ocasiones hace Maupassant: ‘las casas de placer clandestinas, llenas de rumores, son tan numerosas que no es posible andar cinco minutos sin topar con dos o tres’. Y cuenta de las tribus del desierto tradicionalmente dedicadas, como algo de lo más natural, a suministrar mujeres a los prostíbulos, donde amasan un pequeño caudal con el que regresan a la tribu para casarse y vivir en familia.

La precariedad del poder de Francia sobre la colonia se pone de relieve a través del viaje por un territorio extenso y muchas veces hostil por los excesos del clima y la inmensidad del territorio. Maupassant sale de la región suave a orillas del mar y se interna tierra adentro. No parece que la pereza o la dificultad lo desanimen. En tren unas veces, o a caballo acompañando a alguna expedición militar otras, pasa del desierto a los oasis, de las tiendas de los nómadas a los pequeños pueblos recorriendo caminos interminables que le permiten conocer el país. 

La insurrección de alguna parte de la población contra Francia está siempre latente y los cabecillas campan por el desierto y se emboscan en gargantas de ríos secos, en matorrales y dunas para desesperación del ejército cuyos oficiales convierten su incapacidad de conocer y adaptarse al lugar en incompetencia para dominar a su escurridizo enemigo.

Hay entre los franceses desplazados a Argelia funcionarios amables y militares incapaces, campesinos arruinados, comerciantes esforzados, hombres de bien y escoria. Y hay, entre los argelinos, igualmente, personajes respetables y sujetos carroñeros. Y también locos y asesinos. Con crudeza, Maupassant expone cómo los locos del desierto pueden convertirse en santos, bajo el aura de su inexplicable estupidez, o morir abandonados, rechazados por sus familias . Es llamativa la forma como –según Maupassant- se aplica la justicia por medio de caids –jueces tradicionales- corruptos en una sociedad que ha asimilado que la mentira es una forma corriente y aceptada de desenvolverse en cualquier pleito. 

Maupassant no parece hostil a la población autóctona, pero seguramente con los ojos de su tiempo, tampoco puede evitar una condena sin matices de las formas de vida de una sociedad atrasada cuyos criterios no comparte. Ve a los nómadas como ‘un pueblo extraño, infantil, que sigue siendo primitivo como en el origen de las razas. Sus casas no son más que ropas tensadas… No hay camas, ni sábanas, ni mesas… Apenas saben curtir las pieles de macho cabrío para poner el agua, y los procesos  que emplean en cualquier circunstancia son tan toscos que nos dejan estupefactos.’

Se queja Maupassant de una sociedad tan conservadora que considera que todo trabajo es deshonroso y que desprecia a los ‘mozabitos’, los pequeños comerciantes, cuyo trajín y espíritu industrioso los lleva de un lugar a otro en una actividad próspera y elogiable.

El viaje de Maupassant nos lleva, como indica el título del libro, de Argel al Sáhara y se extiende aún a Córcega. El trayecto es largo y los ojos del autor abarcan un horizonte tan extenso como sugerente. Es de la Argelia de su tiempo de la que nos habla, aunque da la impresión de que muchas de las cosas  que relata resuenan todavía hoy en los oídos de quienes quieren acercarse al país y conocerlo. Y por supuesto habla también de una forma de ver a los otros pueblos que condicionó la  mirada de los europeos de la época en que se escribió el libro. 

Bajo el sol es un libro atractivo, lleno de temas, anécdotas, episodios e historias. Es una excelente aproximación a esa Argelia que más de cien años después sigue manteniendo muchas de las tradiciones, cultura y caracteres heredados del pasado.

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