miércoles, 24 de diciembre de 2008

El africano


Jean Marie Gustave Le Clézio
Adriana Hidalgo, 2008
144 pp.





Son numerosas las reseñas que han aparecido de los libros de Le Clézio desde que le fue concedido el Nobel de literatura. Al referirme a El africano quisiera hacerlo poniendo el acento en el entorno de la literatura de viajes.

El africano es un libro raro. Tiene numerosas lecturas, diversos ángulos, emociona y desconcierta. Tras su lectura me cuesta decir quién es su protagonista. Es un libro corto, denso en contenido, sobre todo emocional. Es extraordinario.

Son tantos los planos de lectura, que también me resulta difícil elegir uno por el que empezar. Tampoco es cuestión aquí de suplantar el trabajo que corresponde a la crítica literaria. Pero voy a comenzar por decir que resuenan en él los grandes mitos de los que se ha nutrido la literatura africana, Conrad a la cabeza.

El caso es que El africano es demasiado corto y la voz del autor demasiado europea para sostener la intensidad de esos libros clásicos que para los blancos se convirtieron en espejo de África. Pero a lo largo del texto el relato roza los paisajes, la naturaleza y la vida en el continente con tal proximidad que hace sentir al lector todo lo que una literatura mucho más extensa transmitió antes que él.

El africano es un libro humilde. Es un librito de impresiones personales. Recoge los sentimientos del autor, que vivió parte de su infancia en África. Y se transforma en un homenaje a su padre -huraño, autoritario, ausente- sacrificado en su lucha como médico en tierras africanas y también en un reconocimiento amargo a esta África que se perdió.

He dicho que es un libro raro y lo es por muchas cosas que atraerán al lector. La primera, por la que empieza, es por el hecho de que Le Clézio cuenta su experiencia de niño. Él y su hermano llegan a un pueblo perdido en Nigeria donde su padre es el único médico en toda la región. Son los únicos blancos, no tienen un entorno ‘colonial’ que los vincule a Europa. Rodeados de paisajes nuevos, insertos en una vida radicalmente distinta de la que habían tenido en Francia, amigos de otros niños del poblado con los que conviven, son, ellos mismos, africanos.

La experiencia de la vida en África moldea la sensibilidad del autor y lo hace sensible a lo que ocurre en el continente. Posiblemente, Le Clézio estaba predestinado a ello. A pesar de ser francés es un outsider. Su padre viene de Isla Mauricio. Consigue una beca y logra estudiar en Inglaterra. Y terminada la carrera de medicina entra al servicio del ejército británico para ejercer en territorios de ultramar.

No son éstos unos elementos que favorezcan una mentalidad estrecha y ligada a un solo lugar. Le Clézio viaja. Lo hace de pequeño para reunirse con su padre en África. Y lo hace de mayor, y concretamente en este libro, para volverse a reunir con él desde la comprensión del esfuerzo y de la pasión que supuso dedicar la vida a curar, en los lugares más remotos, a la población africana sin más medios que un maletín relleno de unos pocos instrumentos y de poquísimos medicamentos en todos los casos.

El africano es su padre. Y hay un tono melancólico en el libro porque en este africano, destruido por el esfuerzo, aislado, sin familia a mano, endurecido al extremo por la disciplina a que obliga el sobrevivir, está el fracaso de una vida y la metáfora del fracaso de un continente que tuvo la esperanza de ser mejor que lo que ha sido.

El lugar a donde va ‘no son regiones aisladas ni salvajes (…). Al contrario, es un país próspero, donde se cultivan árboles frutales, el ñame y el mijo, donde se practica la ganadería. … Al este está Banyo y el país bororo, al sur la antigua cultura de los Bamouns de Fumban que practican el intercambio, son maestros en el arte de la metalurgia e incluso utilizan una escritura inventada en 1900 por el rey Njoya…. Los montañeses de Banso siguen viviendo como siempre lo hicieron, a un ritmo lento, en armonía con la naturaleza sublime que los rodea, cultivando la tierra y apacentando a sus rebaños de vacas de largos cuernos’.

El África todavía esperanzada que encuentra el padre y que mueve a la reflexión a Le Clézio es tranquila, civilizada y en orden. Hace referencia a este ‘África que no pudo ser’ de Luis Reyes, a un continente frustrado, indomable y cruel por el que asoman Conrad y las vidas llenas de crueldad de los grandes exploradores, quebradas en su afán por penetrar y permanecer en su territorio.

Lejos del África humana, aparece el mundo sórdido del crimen y la guerra, de la lucha tribal, de la desconfianza y la inseguridad: el África condenada por sus propios excesos a los que se añade la terrible lacra del colonialismo y de la intervención –por exceso o por defecto, pero siempre guiada por los intereses propios- de los países extranjeros. La famosa guerra de Biafra, que sigue a la de los kikuyos en Kenia o a la de los zulúes en Sudáfrica y que antecede a tantas otras que vendrán después y la igualarán en crueldad y en maldad, quiebra la visión esperanzada de la vida. Y quiebra el sentido del trabajo y la resistencia personal del médico extranjero que socorre a la población con la esperanza de ayudar a que un día sea menos sufriente.

África nos aparece en el libro de Le Clézio en un relato desde primera fila. Un África vista a través de la reflexión –o del reflejo, si se quiere- de la imagen recuperada de la propia infancia y de la reconstruida y reinterpretada a través de la vida del padre. En muchos aspectos es un África irreal.

Han pasado muy pocos años desde aquellos en que transcurrieron las escenas que se cuentan en el libro y, sin embargo, África parece ser hoy otra. Han ocurrido, en este tiempo, demasiadas cosas para creer que lo que Le Clézio cuenta sigue ajustándose a la realidad. Tampoco quedan ya los grandes espacios abiertos a la aventura, todavía sin mapas, como los que encontró el padre del autor.

El africano, a pesar de los tintes de horror que contiene, nos lleva a un África desvanecida: que se perdió. Pero ¿no podemos pensar también que era aquélla –la humana y aproximadamente feliz- el África real y que la de ahora, su hija, es sólo un mal sueño del que hay que despertar? ¿No puede ser el África sonriente de Le Clézio el punto de partida desde el que redibujar la senda por la que el continente hubiera podido avanzar y puede aún recomponer su futuro?

El libro de Le Clézio está lleno de profundidad y merece una cuidadosa lectura. De ella extraerá el lector conocimientos y, sobre todo, emociones. Emociones, información, opiniones y, muy especialmente, comprensión que le acercarán, desde horizontes distintos, a esa África tan contradictoria, compleja y difícil de perfilar y tan presente para todos.

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lunes, 22 de diciembre de 2008

Treinta días en Sidney


Peter Carey
Herce, 2008
222 pp.





Hay comportamientos simples que definen a un país y que a menudo no aparecen en las guías. Son tan cotidianos que pasan desapercibidos, tan triviales que caen en el olvido de quien los presencia, tan frecuentes que se vuelven transparentes a la mirada con la costumbre pero quizás por ello mismo son señas de identidad de sociedades enteras y reflejan su carácter profundo. El conserje del hotel indicando al viajero que acarree él mismo sus maletas o el cliente de un taxi colocándose en el asiento delantero junto al conductor son dos ejemplos que Peter Carey desliza en su Treinta días en Sidney y que entre muchos otros le sirven para mostrar al lector el alma de la ciudad y de sus habitantes.

No voy a esperar al final de esta reseña para aconsejar la lectura del libro y para decir que es magnífico. Lo es sin duda. Y lo apreciará el lector aunque no sienta interés especial por la capital australiana. El libro está lleno de hallazgos y de profundidad. Está escrito con sensibilidad y con inteligencia y se lee con interés creciente y con gusto.

Sidney es el protagonista del libro. Y podría serlo de muchas maneras. Carey huye de la descripción. No construye sobre el inventario de lo que se ve o de lo que hay en la ciudad del modo como lo haría una guía. Lo suyo son los encuentros con las personas y con sus propios recuerdos y la capacidad para extraer de ellos el pasado y el presente a través de indicios. La mano de Carey se desvanece. No es él quien cuenta. Ni siquiera los personajes que hablan definen Sidney. Es el lector quien construye la ciudad y al hacerlo, después de tantas derivadas, a donde llega es a su esencia.

La literatura es un arte de prestidigitación. Por ello y a pesar de lo dicho más arriba, hay que reconocer que por supuesto es Carey quien maneja los hilos de lo explícito y lo implícito y de cuánto el lector entiende y concluye. Y hay que decir que lo hace con sensibilidad suficiente como para fingir que no es él quien construye la historia sino sus personajes y el lector.

Carey habla de Sidney mezclando su experiencia en primera persona y las conversaciones con sus interlocutores, en forma de texto dialogado cuyos planos se apoyan y conviven a lo largo del relato. Y de esta forma, en el curso de esta mezcla, deja surgir temas con los que cobran cuerpo una ciudad y una sociedad llenas de singularidades, herederas ambas de viejos presidiarios y que son hoy ejemplos de prosperidad y de éxito.

El modo como Carey desarrolla su texto encaja con su condición de profesor de literatura creativa. Escribe con la misma soltura y facilidad con que introduce los temas más diversos.

Cuenta sin morderse la lengua que la Australia de hoy es el resultado de una guerra contra los aborígenes, que los blancos nunca quisieron reconocer y de cuya derrota han sido siempre conscientes los indígenas. Cuenta de lo poco comprensivos que han sido los blancos con las condiciones naturales del país, con sus precarias condiciones para la agricultura y con el peligro que suponen los terribles incendios que asolan la ciudad. Cuenta de los incendios y de la fuerza brutal del viento como si la naturaleza tuviera todavía toda la energía de un mundo sin domesticar. Cuenta, en un relato escalofriante, de la existencia de un país joven a través del gusto por el riesgo en el mar o del placer de enfrentarse a la naturaleza. Cuenta del aprecio a la libertad del espíritu hablando de la innovación en la arquitectura, del escaso interés por las formas convencionales de vida y del hábito y el gusto por las mezclas y los cambios en casi todo.

Y junto a la tensión que subyace a los contrastes, Carey desvela su admiración por la ciudad. En todo momento, emerge un Sidney grato, luminoso, bendito por la belleza del paisaje y por la presencia del mar. Treinta días en Sidney es un homenaje cálido a la ciudad, a sus habitantes y a la vida. Es un libro para disfrutar y para leer con gozo.

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domingo, 14 de diciembre de 2008

La Mansión del Califa. Nuestro primer año en Casablanca


Tahir Shah
Alcalá, 2008
398 pp.






Si existiera el género, diría que La Mansión del Califa pertenece al de la ‘literatura tranquila’. Es un libro que fluye poco a poco, sin sobresaltos, a un ritmo indolente como corresponde al de la vida habitual en Marruecos, donde sucede la historia.

El libro se inscribe en esa tradición europea que consiste en romper con la dureza del frío y de los cielos grises de los largos inviernos –hablo, naturalmente de la Europa que cuenta para estas aventuras que es la atlántica- y busca en el sur la liberación que significa vivir en lugares de atmósfera luminosa y cálida donde la gente desconoce la prisa y en buena medida el orden.

Esos relatos que cuentan asombrados el descubrimiento de la luminosa Italia o España, tienen en este caso una versión más moderna que encuentra en Marruecos la utopía soñada. Huir de Londres es el objetivo de Tahir Shah, escritor, para hallar con su familia no sólo un entorno más grato, más cálido y más natural también sino, además, una cultura más próxima a lo humano. Las exigencias de la civilización urbana en occidente tienen remedio fuera de Europa en un país cuya trayectoria lo ha llevado a mantener unas formas de vida más pausadas que las que marcan la cotidianidad, para el caso que nos ocupa, de Londres.

El autor –y el nombre lo delata- no es un personaje cualquiera. Hijo de afgano pero nacido en la capital británica, es en primer término inglés, aunque no le es ajeno el mundo árabe y musulmán. Ha escrito de viajes, conoce el mundo pero descubre, lo mismo que otros ingleses cuyas ocupaciones les daban libertad para establecerse en cualquier sitio, que hay un mundo más enriquecedor lejos de Londres.

Él mismo es consciente del carácter utópico de sus deseos y conoce el riesgo de arrastrar a su familia a vivir a Marruecos, donde la fantasía de encontrar un sueño tropieza con realidades que no son todas color de rosa. Pero frente a las dudas se impone el hallazgo de una casa, encontrada casi al azar en Casablanca, cuyo gran atractivo impide echarse atrás. Su dimensión enorme con jardines, patios, porches con columnas, altísimas puertas, grandes ventanas y una arquitectura magnífica difícilmente repetible componen el argumento para no dejar escapar la oportunidad.

No es en el libro todo poesía ni mucho menos. Sus primeras páginas arrancan con el atentado que conmovió a la ciudad hace muy pocos años. Con ello Tahir Shah nos sitúa en el Marruecos moderno. Y es precisamente esto lo que da personalidad a su relato, porque al hacerlo mezcla de forma amable, e interesante también, el ‘choque –particular- de civilizaciones’ que se produce cuando él y su familia desembarcan en su nueva casa y tratan, con ayuda de quienes se ocupan de ella –vigilantes, jardinero, cuidadora de los niños, cocineras- de poner orden e instalarse lo más pronto y cómodamente posible.

El orden –el orden material y el lógico- londinense se da de bruces con el desorden material de la casa y de la gran capital marroquí y sobre todo con la forma de actuar y de ver las cosas de las gentes del nuevo país. La lógica y la experiencia del Tahir Shah londinense chocan con las de sus interlocutores de los que depende y que supuestamente lo deben ayudar. Por supuesto no hay mala intención en el desencuentro. Hay solamente tradiciones distintas, creencias y formas de afrontar la realidad que dan lugar a jocosos incidentes y a una visión del Marruecos de hoy que el viajero casi nunca tiene oportunidad de vislumbrar.

¿Hasta qué punto no hay una exageración de Tahir Shah para resaltar con ironía los aspectos más folclóricos de los personajes con quienes se encuentra? Seguro que la hay y que su relato vive del juego de la caricatura hábilmente manejada. Pero en líneas generales es también verdad que en el Marruecos moderno persisten viejas tradiciones que proceden tanto del mundo musulmán como del mundo propiamente rural del que se han nutrido recientemente las grandes ciudades y que siguen vivas, mezcladas con las apariencias más modernas y menos llamativas.

Un Marruecos donde se cree en los espíritus, se los cuida y se los apacigua, donde la familia extiende sus redes casi hasta el infinito, donde la nobleza, la ayuda, la fidelidad, y la solidaridad crean poderosas relaciones que lo mismo son un apoyo providencial que un engorro abrumador del que casi es imposible liberarse aparecen en La Mansión del Califa en un relato de vida cotidiana animado por una ironía muy inglesa y por el buen humor.

La Mansión del Califa habla de costumbres y de anécdotas, de gentes distintas y de un país con admiración y con la curiosidad del viajero que hace una parada larga, se detiene a mirar a su alrededor, trata de entender lo que ve y se siente como en casa, a la vez que sorprendido por el mundo que descubre en tantas cosas distinto del suyo.


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domingo, 7 de diciembre de 2008

Tigre Blanco


Aravind Adiga
Miscelánea, 2008
297 pp.





Apetece de vez en cuando leer un disparate, un disparate de verdad: excesivo sin recato alguno, iconoclasta, incorrecto desde todos los puntos de vista, provocador. Y si el autor del disparate en cuestión es indio y vive en la India -a pesar de llevar una trayectoria tan estrambótica como pasar la infancia en Australia, haber hecho sus estudios universitarios en Oxford y haber sido alumno de la universidad de Columbia en Nueva York- y además si la historia que cuenta no es que suceda en la India sino que tiene la pretensión de presentarse como el retrato total, cierto y verdadero de lo que es la India hoy, el esperpento y la diversión están servidos.

No hay peligro en desvelar la trama del libro, porque su jugo está en todas y cada una de las cosas que cuenta y en como se cuentan.

El protagonista es Balram un empresario autoconvencido de su éxito a pesar de la situación manifiestamente miserable en la que vive. Bangalore, el corazón del desarrollo tecnológico de la India es su campo de operaciones. Y el Primer Ministro chino el destinatario de una extensa carta en la que, para ilustrarlo acerca de su país, le cuenta, apuntando en todas direcciones, las más diversas cuestiones sobre la vida, la religión, la familia, las castas, la economía, el progreso, las ciudades, los políticos y todo cuanto el lector pueda imaginar en forma de alegato sin contención alguna.

Por supuesto, Balram organiza su relato desde su particular punto de vista que mezcla desmelenadamente realidad, prejuicios, fantasía, crítica radical, y cuantos elementos más se quieran añadir a partir del delirante discurso que genera su propia historia y las contradicciones del mundo en el que vive.

Además de supuesto empresario de éxito, el origen profesional de nuestro héroe es el de chofer y los estudios de los que parte no van más allá de pocos años de escuela. Si a ello se añade que es el asesino del patrón para el que hacía de chofer y al cual admira, no sorprenderá que los consejos y explicaciones con los que pretende sacar de la ignorancia al Primer Ministro chino sean una desaforada retahíla de despropósitos cuya exageración y absurdo conducen siempre a situaciones que se resuelven en clave de humor.

¿Pero se trata realmente de despropósitos? Sin duda no. Como tantas veces, la disección de una realidad trágica como puede ser la de la India recurre al artificio literario del desvarío. No se trata de darle voz a un loco. El absurdo de esa India, convertida en granero tecnológico de occidente a la vez que anclada en el más remoto pasado en lo que se refiere a costumbres, creencias o simplemente a pobreza, justifica la emergencia de un personaje como Balram cuyo apodo, el Tigre blanco, resulta tan irónico como puede resultar ahora el de aquel otro personaje de película que fue “el Tigre de Chamberí”. Balram más que un loco es un hijo extremo del mundo que le rodea. O mejor, en lugar de loco, es el más lúcido de sus congéneres y el que apartando de sus ojos prejuicios y barreras desnuda la realidad hasta presentarla como algo fuera de toda lógica y justificación.


Sin cortarse un pelo, el modo como habla del Ganges, a la manera de estercolero nauseabundo y lleno de enfermedades, o como cuenta la trágica muerte de su padre en un hospital lleno de cabras al que los médicos no acuden por el particular sistema que practican los funcionarios para eludir sus responsabilidades y beneficiar sus bolsillos son una lección de vida real y terrenal que casi sin querer el lector español enlazará con la novela picaresca.

Agudo e irreverente, el libro de Aravind Adiga muestra, como indica su publicidad, esa otra India dibujada en trazo grueso alejada de los aromas de azafrán o del remolino de los saris que tan asociados tenemos al país y a su cultura. Tigre blanco es una excelente novela con la que pasar el mejor de los ratos. Ha sido ganadora del célebre premio Booker del año 2008.

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jueves, 4 de diciembre de 2008

Ciudades Patrimonio de la Humanidad. Trece joyas de España


José Manuel Navia
La Fábrica, 2008
296 pp.







Publicado por Pablo Strubell

Hay poetas que “disparan” con pluma y papel. Otros, como Navia, lo hacen empuñando una cámara de fotos. No hay más que ver su último libro para darse cuenta de ello. Ciudades Patrimonio de la Humanidad, editado por La Fábrica, un libro que recorre ciudades, monumentos y gentes de las trece ciudades españolas que han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad.

Se intuye detrás de las fotos a un Navia paciente, reposado. Aguardando el momento único a inmortalizar, al contrario que tantos otros fotógrafos. Le imaginamos caminando sigiloso en callejones solitarios. O resguardado en un soportal esperando a que pase la tormenta, mirando lo que ocurre a través de su objetivo. Un fotógrafo atípico, como el resultado de este libro, que habla de ciudades y monumentos, pero a través de ellos, de las gentes, la cultura, la historia.

De las 210 imágenes del libro, casi ninguna es previsible. Gusta el autor del alba y del ocaso, momentos de escasa luz en las que jugar con pequeños puntos de luz (o de sombras) creando imágenes más habituales en la obra pictórica del sxviii que de la fotografía actual. Como esos cielos encapotados, de oscuras nubes, casi tenebrosas, bajo los cuales algún destello de luz, de color, llama la atención del lector. Pienso, por ejemplo, en esa foto casi fantasmagórica del Monasterio de El Escorial. Seguimos pasando páginas y vemos fotos en penumbra, al anochecer, teñidas de azul y frío, en la que la luz de una pequeña ventana entreabierta permite intuir lo que sucede en el interior de la casa al fondo de un callejón empedrado. Fotos en las que las sombras dicen más que las luces, dejando a nuestra imaginación lo que está sucediendo. Fotos movidas, trepidadas, en la que la vibración es lo de menos: Muchos otros las desecharían, pero con él consigue emocionar aún con esos “desperfectos”.

Navia, nacido en Madrid en 1957 es uno de los más reconocidos fotógrafos españoles. Licenciado en Filosofía, empezó trabajando como reportero, algo de lo que con el tiempo se fue desligando. Evolucionó hacia una fotografía más personal, con un estilo claramente definido con el tiempo. Le obsesiona el poder evocador de la fotografía y su relación con la literatura, y queda claro en cada una de sus cuidadas obras. Es miembro de la agencia Vu desde 1992 y numerosos libros como “Pisadas sonámbulas: lusofonías”, “Marruecos, fragmentos de lo cotidiano”, “Antonio Machado, miradas” o el libro que hoy repasamos: “Ciudades Patrimonio de la Humanidad”, del cual se está realizando una exposición itinerante por España.

Volviendo al libro, y según pasamos las páginas, disfrutamos de la excelente maquetación hecha por Sonia López y Fernando Gutiérrez, que potencian con el ritmo y color impuesto al libro cada una de las instantáneas, ya sean magnificándolas en grandes tamaños o todo lo contrario, jugando con pequeñas imágenes que captan la atención al instante. Caemos también en la cuenta de que no hay un solo retrato en este libro. En su lugar, gentes que pasan, que observan, que viven. Gentes anónimas que no obtienen trascendencia. Ni en eso Navia es un típico fotógrafo de viaje. Seguro que él se definiría mejor, en todo caso, como un fotógrafo que viaja. Que disfruta de lo uno y lo otro, independientemente.

Y es que de una manera sencilla pero tremendamente efectiva Navia ha conseguido crear uno de los mejores libros que hayan sido nunca publicados sobre nuestra historia y patrimonio. Un libro que todos los amantes de nuestra arquitectura, de nuestro patrimonio y de la fotografía deberían tener.

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domingo, 30 de noviembre de 2008

Heroica tierra cruel. Crónicas africanas

John Carlin
Seix Barral, 2004
412 pp.






Cuando vuelven a llegar noticias de guerra desde la regiones de África próximas a los Grandes Lagos, cobra nueva actualidad Heroica tierra cruel, de John Carlin.

Carlin es un escritor polífacético con raíces de periodista. Su punto fuerte es África, que conoce bien y donde ha vivido largo tiempo. El prólogo, cortísimo, de Nelson Mandela al libro pone de relieve el afecto que el político sudafricano profesa a Carlin y avisa a los lectores de que deben prestar atención a lo que se dice en el libro.

Para mi, el secreto de Carlin es la concreción, su modo de llegar a lo general partiendo de los hechos más concretos: su defensa de las ideas a partir de realidades evidentes, que investiga para hacerlas más evidentes aún y que acaban por convertirse en auténticos alegatos.



Heroica tierra cruel tiene dos partes, ambas impresionantes. La primera hace referencia a Sudáfrica en el momento en que inicia –con la liberación de Mandela- su transición desde un régimen de apartheid a un régimen democrático. La segunda que hace referencia Ruanda, a la terrible guerra que vivió con la operación de exterminio más sangrienta que el mundo ha conocido desde la Segunda Guerra Mundial, y a los años posteriores de regreso a la normalidad y a la convivencia de las partes enfrentadas.

¿Qué es lo que impresiona de Carlin? Para mi, la eficacia de su discurso y su visión. Me explico. Leo en los periódicos el desastre en el este del Congo, leo sobre el descalabro en Zimbabwe, leo sobre muertos por asuntos de religión en Nigeria, leo sobre Darfur, Somalia, Chad…  Pues bien, ante un panorama tan desolador, Carlin aporta la mirada positiva de quien analiza la situación con más elementos que los que juegan exclusivamente a favor de la catástrofe y abre la perspectiva de que otra solución es posible.

La realidad es que Carlin no está solo. Su voz forma parte de una estela más amplia –Jeffrey Sachs, por ejemplo- que parece hoy utópica frente a la contundencia de los acontecimientos que refleja la prensa. En los periódicos se habla poco de la construcción de la paz porque la noticia necesita del aspecto escandaloso de los hechos de guerra.

¿Y cuál sería el motor que trabaja a favor de la paz según Carlin? El título del libro no es casual y encierra la respuesta a esta pregunta: el heroísmo y la dignidad de una enorme población dispuesta a recomponer los horrores de la guerra.

De Sudáfrica el papel de Mandela, su fina inteligencia, su olfato y su absoluto rechazo al rencor y a la revancha explican esa transición que necesitó también que muchos otros actores confluyeran hacia el mismo proyecto y con la misma actitud y, desde posiciones opuestas, en situaciones muy difíciles, alcanzaran acuerdos, comprendieran que tenían grandes intereses en común y abrieran un espacio a la colaboración para construir juntos el futuro.

De Ruanda vuelve Carlin a poner de relieve el mismo proceso basado en la disposición de los dirigentes a mirar hacia el futuro y a cerrar heridas por crueles que hubieran sido, con generosidad.

Las élites –Mandela, Kagame en el caso de Ruanda- han sido providenciales, pero el heroísmo al que hace referencia Carlin, por supuesto, no se refiera solamente a ellas. Habla de la población entera. Destaca la capacidad de millones de personas dispuestas a reconocer lo que pasó, a perdonar y a mirar hacia el futuro. Destaca, sorprendido y admirado, después de tratar con una población maltratada, perseguida y sufriente, su dignidad y su apuesta decidida por la reconciliación.

¿Será que África, con su cultura oral y no escrita, es menos rehén de la historia de lo que son los pueblos de otros lugares donde se guarda la memoria en libros? ¿Será el éxito de Sudáfrica y de Ruanda un espejismo o el resultado parcial de un partido que está lejos de concluir?

Todo es posible. Pero el caso es que el libro de Carlin ilumina sobre aspectos de la realidad poco conocidos, los ilumina con una claridad y precisión muy poco habituales y desvela la posibilidad de un final feliz en medio de ese panorama cruel que parece haber condenado sin remedio a África al fracaso y a la desesperación.


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lunes, 24 de noviembre de 2008

El corazón del cazador


Laurens van der Post
Península, 2008
286 pp.





Laurens van der Post era un personaje excepcional, que dedicó gran parte de su enorme energía a combatir el apartheid y el exterminio de pueblos en peligro, especialmente los bosquimanos. Rodó documentales, escribió libros y movilizó las conciencias del público británico alertando del peligro que suponía la desaparición de este pueblo nómada y cazador. A ellos les dedicó dos libros, ya clásicos, El mundo perdido del Kalahari y este, El corazón del cazador. En él recoge una parte de sus exploraciones por el desierto y especialmente las relaciones que mantuvo con diversos grupos de bosquimanos, que ya recelaban abiertamente de su contacto con las poblaciones blancas.


Su interés no es sólo descriptivo, aunque describe y muy bien los imponentes y durísimos paisajes del desierto, la riquísima y casi invisible vida que alberga y la potencia infinita que tiene la naturaleza cuando el hombre se sumerge en ella y las muletas que la civilización le presta se revelan inútiles. El objetivo de su libro es acercarnos al corazón del bosquimano, a su modo de entender el mundo y la vida, a su concepción del universo y a su conocimiento del mundo natural. 

Y este acercamiento no lo hace con la frialdad del antropólogo, sino con la cercanía de un amigo y la pasión de quién defiende un causa justa. Van der Post sostiene que la humanidad no se puede permitir la extinción del más primitivo de los pueblos que la forman; que ellos son quienes nos mantienen cerca de nuestras raíces comunes, de quiénes fuimos y de quiénes seguimos siendo por más que nos sofistiquemos: mamíferos cazadores que viven en grupos.

El libro mezcla sabiamente la descripción de los paisajes y personajes individuales y sus peripecias con la reflexión acerca de su importancia para el bien de nuestra alma; plantea así el asunto moral de la responsabilidad que todos compartimos por el destino de los más débiles de nosotros.

Y los más débiles son los bosquimanos: de pequeño tamaño, escasísimo desarrollo técnico y una forma de vida tan absolutamente integrada en el entorno que las alteraciones que se producen en él amenazan su existencia. Medidas teóricamente proteccionistas, como limitar la caza de determinadas especies animales, les resultan profundamente incomprensibles; durante siglos han cazado para alimentarse, aquel es su territorio y no conocen ni pueden conocer otra forma de vida. Son asediados tanto por los pueblos negros como por la extensión de la colonia blanca, que quiere incluirlos en sus listas de personas obligadas a pagar impuestos. Y se puede imaginar la magnitud de la catástrofe que esto supone para un pueblo que, de hecho, vive en la Edad de Piedra.

El grueso del libro está dedicado a recoger y comprender los mitos y narraciones que los bosquimanos han creado para explicarse el mundo y que se han transmitido de padres a hijos desde los tiempos más remotos. El autor sabe bien que esta cosmogonía es un tesoro a punto de perderse y dedica ímprobos esfuerzos a recoger lo que podrían ser sus últimos capítulos. En estos últimos capítulos que forman la tercera y última parte, el libro alcanza un gran vuelo poético, que nos acerca a concepciones ajenas al racionalismo y que son profundas y por eso muy africanas. 

Cuando el autor interroga con insistencia a un cazador para que le explique los comienzos del mundo, él le responde.- “Es muy difícil porque debes comprender que siempre hay un sueño que nos sueña.” Y aquí hay resonancias de Calderón, Shakespeare y Freud que inician una exploración no del Kalahari sino del corazón del cazador, que es el bosquimano pero también el lector.

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domingo, 23 de noviembre de 2008

Torneo de Sombras: El Gran Juego y la pugna por la hegemonía en Asia Central


Kart L. Meyer y Shareen Blair Brysac
RBA, 2008
586 pp.





A poco que se mire, habrá que concluir que ninguno de los puntos calientes o de los conflictos que aparecen en las páginas de política internacional de los periódicos es nuevo. Todos se arrastran desde hace tiempo y revolviendo en sus orígenes descubrimos que echaron raíces siglos atrás.

De ahí la actualidad de Torneo de Sombras. La caída de la Unión Soviética dejó en el centro de Asia un espacio que ocuparon repúblicas nuevas, algunas de ellas de grafía impronunciable. Para quienes –como nos ocurre a los españoles- tuvimos en el pasado nuestra mirada puesta en otros intereses –y me refiero más que nada a América del Sur-, la situación de Asia con la emergencia de estas nuevas entidades es un elemento inédito. Pero para muchos otros países, esta novedad no es más que el último episodio de una historia que se escribe desde tiempo atrás y a la que han estado muy atentos.

Torneo de Sombras recupera esta historia. Y para enmarcar el libro, pienso que es bueno mirar hacia el pasado y advertir al lector sobre un hecho que tienen meridianamente claro los ciudadanos y los políticos del este de Europa: Asia, a diferencia de otros continentes, es una gran llanura sin barreras naturales en el paso hacia el oeste. De ahí que una y otra vez, hordas asiáticas se hayan puesto en marcha y hayan llegado y desbordado las fronteras de Europa. Ese desierto que es el corazón de Asia, despoblado y yermo, es también un crisol donde se han cocinado las mayores migraciones, próximas en el recuerdo y perfectamente documentadas. En Asia se esconde –si hay que hacer caso a la historia- un enemigo real.


¿De qué va Torneo de Sombras”? Torneo de Sombras se mueve en la segunda o la tercera derivada de lo dicho más arriba y nos conduce al presente. Nos da las claves para empezar a entender el conflicto de hoy.

Inglaterra, en el siglo XVIII ha conquistado la India. No lo ha hecho el Estado, lo ha hecho una sociedad: la Compañía de las Indias Orientales, que pone en pie sobre este territorio colonizado una administración y un ejército propios como si de un Estado soberano se tratara.

Para políticos y militares asegurar el presente es anticipar el futuro y empezar a actuar para que cuando llegue sea lo más parecido a lo que interesa que sea. Y en esa anticipación es en la que se basa lo que se denominó The Big Game: el conjunto de movimientos militares y políticos que durante el siglo XIX emprendieron las grandes potencias para asegurarse el dominio del Asia Central.

Por un lado Gran Bretaña convertida en potencia marítima y por otro Rusia. Una Rusia atrasada, ineficaz, que mantiene todavía vivas instituciones muy parecidas a la esclavitud pero cuya expansión natural es Asia y cuyo potencial los ingleses empiezan a temer.

Pone los pelos de punta mirar ahora cómo los estrategas británicos deciden prevenir el desorden que supondría que los rusos alcanzaran la frontera de la India si llegaban a Afganistán. Esa gran potencia que es Inglaterra –la Compañía de las Indias se desvanece cuando va en serio la operación que se prepara- se arma y envía a su ejército a ocupar un país donde hay poco más que riscos, cabras y unos habitantes díscolos sin más recursos que lo que los riscos y las cabras dan. El relato que hace Torneo de Sombras convierte lo inimaginable en sencillo y claro. La tremenda derrota del ejército inglés, destruido y perseguido en retirada, caería sobre Londres como una maldición de la que tardaría décadas en recuperarse.

Torneo de Sombras en un libro de historia a la inglesa, si se me permite decirlo así. Seguramente, hace demasiado hincapié en las personas, en los protagonistas de la aventura sobre Asia Central contando la vida y las penalidades de los de casa. Lo hace así y lo avisa.

Los autores han querido rescatar las andanzas de quienes protagonizaron los hechos pero quedaron en el olvido, ocultos por las sombras intencionadas del torneo que tenía lugar. Sombras intencionadas porque la información –o lo que es lo mismo el espionaje- compuso lo esencial de los movimientos que tuvieron lugar en la región, intencionadas también porque lo mismo que en los naipes se trató de un juego de posiciones donde los gestos sustituyeron tanto a los hechos como a las intenciones reales e intencionadas, al fin, porque los desastres de la guerra, la ineficiencia del ejército y los errores de los políticos obligaron a sepultar la realidad de lo que debía haber sido una epopeya a mayor gloria de la Inglaterra de la reina Victoria.

Pero Kart L. Meyer y Shareen Blair Brysac desbordan el siglo XIX y proyectan la sombra del célebre torneo hasta hoy. Recuerdan que fue Tocqueville, el intelectual americano, quien daría el indicio de cuál iba a ser la evolución del Big Game que se estaba disputando.

Vio con una intuición sorprendente que la confrontación feroz entre Oriente y Occidente, que se sólo emergía en episodios puntuales como los de la célebre carga de la Caballería Ligera en la Guerra de Crimea, tenía en los dos grandes oponentes Inglaterra y Rusia los protagonistas equivocados. Tan distintos por tantas cosas, Tocqueville advirtió que el eje de la confrontación sería, con el tiempo, entre Rusia y Estados Unidos.

Y por ese camino se desliza Torneo de Sombras. El siglo XX no cabe ya casi en el libro. Pasa por él de puntillas porque la investigación se inclina sobre todo por desvelar el origen. Pero aunque sea sólo de pasada, llega a la Segunda Guerra Mundial, a Mao Zedong, Eisenhower, Kennedy, Kiessinger, Allen Dulles y un rosario entero de nombres de los personajes que hicieron la historia del mundo a lo largo del último siglo.

Pueden ponerse reparos a Torneo de Sombras. A su enfoque tan inglés, a la forma casi de película de mostrar a los personajes o al excesivo peso de unas cosas en relación a otras. Pero en conjunto hay que reconocer que es un libro espléndido que despertará las ganas de saber más a cualquiera que lo lea.


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martes, 18 de noviembre de 2008

Botchan


Natsume Soseki
Impedimenta, 2008
238 pp.





Botchan es un clásico en Japón. Es uno de esos libros que todo el mundo conoce y que los chicos han leído en la escuela o en casa de manera general. Ha sido una referencia, como libro entretenido y jocoso, para varias generaciones.

Se escribió Botchan en el momento justo en que empieza el siglo XX. Japón hace muy poco ha iniciado una transformación rotunda al abrirse hacia occidente. Sigue siendo un país de tradiciones y de cultura muy distintas de las europeas, pero el fin del período Edo marca, además de la liquidación del régimen feudal, el principio de un interés por el mundo exterior que tiene a Inglaterra y a Estados Unidos como referentes.

Natsume Soseki, el autor de Botchan, va a Londres para conocer de primera mano lo que ocurre en Europa. Su propia historia da pistas del país en el que transcurre la historia de Botchan. Su familia procede de viejos samurais venidos a menos que lo entregan en adopción a unos sirvientes. Esta familia que entrega al hijo se ocupa, sin embargo, de que estudie. Pasado el tiempo y con más de treinta años, después de haber ejercido de profesor en escuelas modestas, Soseki consigue una beca para marcharse a Londres donde, confiesa, vive los años más tristes de su vida.

Botchan se publica por entregas en un periódico y es un rotundo éxito. Trata de un joven estudiante, Botchan, que termina su carrera y encuentra trabajo como profesor en un instituto perdido en alguna de las numerosas islas que componen Japón. La experiencia de Soseki, que ha vivido la misma trayectoria, se refleja en el libro, pero el secreto del éxito de Botchan no está tanto en las circunstancias y hechos que narra, como en la curiosa personalidad del protagonista, imprevisible, ilógica y casi siempre con alguna componente que a quien lee le parece fuera de lugar.

El lector esperaría de Botchan un joven maduro en el momento en que se incorpora a las tareas de profesor: sensible al entorno, previsor, prudente… En lugar de eso, Botchan es un joven disparatado, aunque no vacío. Se guía por un alto sentido de lo que considera los principios morales. La verdad, el deber, el respeto, la fidelidad son para él imperativos a los que no renuncia. Pero la vida lo enfrenta a situaciones en que lo trivial e incluso lo miserable se entremezclan con ese mundo de elevados valores con el resultado de situaciones de esperpento.

Botchan causa estupor y risa. Pero también lástima como sujeto de ingenuidad extrema sometido a las intrigas del mundo real. Porque a las débiles armas de que dispone nuestro héroe para manejarse a sí mismo en un mundo que lo desborda se añade la maldad del entorno, reflejada en las luchas de intereses y en las inquinas poco confesables que mueven a los perros viejos que son los colegas del instituto.

El libro empieza poniendo el foco de la acción sobre Botchan que se va dibujando como personaje centrado en su propia realidad, lo que equivale a decir descentrado con respecto a la realidad que le rodea. Pero a medida que avanza, el relato se abre y lo que aparece es un Botchan empujado por el oleaje, para él incomprensible, que levantan quienes le rodean, todos más maliciosos que él.

Tal vez la mejor descripción de Botchan la hace el traductor, José Pazó, en la introducción del libro. Dice que Botchan es como Forrest Gump. Y salvando las distancias es probablemente la comparación más ajustada al personaje.

A pesar de lo que dicen numerosos comentarios sobre el libro, no creo que hoy sea Botchan una lectura recomendable para los chicos. Quienes nacieron en una cultura televisiva difícilmente encontrarán seductor al personaje de Botchan ni a la historia que se teje alrededor suyo. Pero en cambio, al lector más sosegado, a quien desee leer entre líneas, a quien tenga el humor de desentrañar todo cuanto hay detrás de este personaje quijotesco y de la sociedad que hace posible que exista, el libro le parecerá divertido, lleno de interés y un buen reflejo del mundo en el que la acción transcurre.


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domingo, 9 de noviembre de 2008

Rumbo a las 7 Islas



Josep A. Pujante
Nacional Geographic/RBA Libros, 2008
383 pp.





Desde el inicio de la lectura de Rumbo a las 7 Islas se aprecia que J. A. Pujante ha nacido para viajar. Se mueve de un lugar a otro con soltura, disfruta del viaje y consigue vivirlo sin aparente esfuerzo y siempre con gusto.

Es importante reseñar esto porque Rumbo a las 7 Islas no es una aventura cómoda y se prestaría a hacer de ella un relato con las tintas cargadas en el esfuerzo y en el sacrificio por superar los obstáculos. No en vano, el viaje que nos cuenta J. A. Pujante no es un recorrido de placer. ¿O sí lo es? La duda es lo que hace singular al libro y a su autor.

Rumbo a las 7 Islas es la crónica de una expedición cuyo objeto es recalar en las siete islas más grandes del planeta y en cada una de ellas coronar la cumbre más alta. Viajar y subir montañas son palabras mayores cuando estamos hablando de ascensiones de unos cuantos miles de metros. El viaje no es un paseo. Muchas de las cumbres entrañan una dificultad técnica elevada y la ascensión obliga a quien la emprende ser algo más que un aficionado. Pujante y el equipo que lo acompaña tienen ese algo más. Son expertos en escalada y se han medido con las cimas más complejas en todos los continentes. Antes de sus siete islas, Pujante lleva a cuestas –entre otras hazañas montañeras- una ascensión al Everest de la que dejó constancia en otro libro: Alcanzar la cumbre de cristal.

Equipo de escalada, información, preparación con tiempo, obtención de permisos, aproximación a la base, instalación de un campamento, evaluación de la meteorología, ataque a la cumbre… todo lo que rodea al alpinismo en serio figura en la aventura de Pujante y sus amigos. Y todo nos lo cuenta el autor, con soltura y en detalle, de una manera fresca y que capta el interés del lector incluso cuando no siente especial afición por las proezas deportivas camino de la estratosfera.

Confieso que este es mi caso. Pensé que el mundo de la escalada no me llamaba especialmente la atención y sin embargo la lectura me satisfacía. Pero la realidad es también que el centro de gravedad del libro no está tanto en las montañas como en el viaje que conduce hasta ellas. El título, Rumbo a las 7 Islas, lo indica así. Y estoy seguro de que el autor no vería con malos ojos si digo que la ascensión a las siete cumbres más altas, tanto como un objetivo, es una excusa para emprender un largo viaje alrededor del mundo y para disponer de un guión que lo aleje de los recorridos más trillados.

J. A. Pujante no es un viajero cualquiera. Basta repasar su historial para preguntarse qué hace escribiendo libros de viajes y andando por ahí en lugar de dedicarse a ocupaciones más serias. La solapa del libro asegura que es doctor y especialista en neurocirugía. Es experto en alta dirección hospitalaria, campo en el que no solamente tiene títulos sino que ha trabajado de verdad. Además de doctor en medicina lo es también en Relaciones Internacionales y parece que colecciona masters en alta dirección empresarial por ‘las más reputadas escuelas de negocios’. Es académico de la Real Academia de Medicina …

Pues bien, resulta que añadida a esta lista envidiable de títulos, habilidades y virtudes es también paracaidista, corredor de ultramaratones, explorador de desiertos y selvas y escalador, además del Everest, del K2, del Annapurna y de otros ochomiles que no mencionaremos aquí por no agobiar.

Esta condición polifacética es la que hace a J. A. Pujante singular y es la que se refleja en su libro dándole un interés especial. He dicho más arriba que el centro de gravedad del relato no está en las montañas. Y creo que conocida la personalidad del autor es fácil comprender el por qué. El interés que le suscita el viaje es mucho más amplio que el que reflejaría una sola veta de todas cuantas lo traspasan. Y el mismo Pujante nos lo cuenta: ‘Conocer, aprender e integrarse en las costumbres nativas es un objetivo más serio y más profundo que la mera búsqueda de un reto deportivo, Y para comprender es conveniente disponer de información previa a fin de disponer de determinadas referencias imprescindibles. El montañero debe observar con curiosidad e interesarse por todo (…); muy especialmente por la historia y la cultura de los territorios que visita, donde moran los habitantes de los valles en que se alzan los altivos picos que tanto anhela.’

Es así como el relato que contiene Rumbo a las 7 Islas se engrandece y en el horizonte que abarca desfilan los maoríes de Nueva Zelanda, los aborígenes australianos, los habitantes de regiones perdidas de Madagascar, los de Mauricio y Nueva Guinea o de Groenlandia, además de un sinnúmero de personajes que en la expedición encuentra el autor y de los que nos habla para enmarcar su crónica y para conseguir el propósito de dar alas al conocimiento.

Rumbo a las 7 Islas es un largo paseo por el mundo lleno de aventuras, de anécdotas y de información. Es una fructífera lectura y una ocasión para asomarse a lugares poco conocidos y para participar de un proyecto –el de subir a las cumbres más altas de las siete islas más grandes de la tierra- singular y emocionante.

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jueves, 6 de noviembre de 2008

Historias secretas de Birmania. A la sombra de George Orwell


Emma Larkin
Altair, 2008
260 pp.





Publicado por Vanesa García Cazorla

“¡Ah, el profeta!” De estar en un país musulmán, no nos extrañaría semejante exclamación. Pero estamos en Birmania y quien lo dice es un budista para referirse, no ya siquiera a Buda -que es más maestro que profeta-, sino a un escritor: al inglés George Orwell. Porque, según los birmanos, Orwell no escribió un libro sobre Myanmar (su primera novela, Los días de Birmania), sino una trilogía que se abre con éste, sigue con Rebelión en la Granja y se cierra con 1984.

Y es que, un lector dado a las ensoñaciones literarias, podría esperarse que tras el título de este libro, Historias secretas de Birmania: A la sombra de George Orwell, la autora se limitara a hacer un recorrido turístico-literario por los espacios que habitó el escritor en la Birmania de los veinte durante los cinco años que estuvo al servicio de la Policía Imperial británica. Pero no. El libro va más allá. La autora no sólo va a los lugares de Orwell, sino que indaga en los acontecimientos recientes de este país del Sudeste Asiático a través de las historias e intrahistorias de sus habitantes. Unos habitantes condenados al silencio y al secretismo por miedo a un régimen militar que en su empeño por borrar la memoria colectiva de su pueblo rebautiza calles y ciudades. En Birmania las cosas no suceden, sino que, como por arte de magia, se des-suceden en la propaganda emitida por ese prestidigitador dictatorial que es la Junta Militar.

Así, que recorrer Birmania a la sombra de Orwell no es para Emma Larkin un mero recurso literario: esa excusa tan manida en la literatura de viajes que consiste en seguir los pasos de un gran escritor o viajero de otra época para regocijarse de un cierto fetichismo literario tiznado de exotismo. Lo que justifica que sea Orwell y no cualquier otro personaje el que nos guía en este periplo es el contenido de su obra, esa especie de presagio literario sobre la historia de Birmania que conforman las tres novelas antes citadas.

Orwell profetizó con una clarividencia espeluznante la historia del país: si de los días del Imperio Británico da muestra su primera novela, Los días de Birmania, Rebelión en la granja sería una especie de trasunto del camino birmano hacia el socialismo y 1984 sería la pesadilla escalofriante -por lo que tiene de real- de la omnímoda mano que todo lo controla y del ojo “omnividente” del gran hermano que es el régimen de la Junta Militar.

El libro de Emma Larkin se puede contar entre la mejor literatura de viajes. La autora le recuerda a uno a esos grandes viajeros del XIX, como Richard Burton (Mi peregrinación a Medina y La Meca, Laertes) o como el menos conocido Edward Granville Browne (Un año entre los persas, El Cobre), ambos grandes eruditos, conscientes de la importancia de hablar la lengua local para integrarse en el entorno que les rodeaba y para comprender así, no sólo la manera de pensar de un pueblo sino, sobre todo, las historias oídas de “primera boca” que surgían de las conversaciones con sus gentes.

Así, si Burton aprendió el árabe y se disfrazó de mahometano para entrar en La Meca y Browne aprendió concienzudamente el persa antes de su viaje a Irán, Emma Larkin se embarcó en el estudio de la lengua birmana en la prestigiosa universidad de Londres antes de ponerse rumbo a Birmania.

Con ese conocimiento del idioma, la autora recoge historias que escucha de los birmanos con quienes se encuentra. El escenario no puede ser más simple: a menudo alrededor de una tetera en una de esas típicas casas de té al aire libre, que bajo la vegetación exultante de los árboles milenarios que jalonan las aceras de Rangún y Mandalay y con banquetas y mesas que no superan la altura de la rodilla, se convierten en un lugar de encuentro y en un centro social donde se discute de casi todo.

Historias secretas de Birmania no sólo resulta ameno y divertido, sino interesante y didáctico. Porque el acierto de la autora está en haber entrelazado magistralmente elementos típicos de la literatura de viajes (el viaje en sí, las descripciones de los lugares) con un análisis sociopolítico en profundidad del país.

Es de agradecer que Emma Larkin se haya despojado de ese insidioso paternalismo etnocéntrico que aqueja a tantos relatos de viajes y de esa latosa superficialidad que da lugar a tantos malentendidos culturales. Y también hay que celebrar que la autora-viajera no se presente ante sus lectores como la heroína de su libro: no hace ostentación de ser una avezada viajera que se arriesga en un país sometido a una terrorífica dictadura, con todos los peligros imaginarios o reales que eso pueda entrañar. En un ejercicio de humildad y sensatez, Larkin cede el paso al verdadero protagonista de su libro: el pueblo birmano. Y quizás sea esto lo mejor del relato, ese diálogo coral articulado a partir de las voces de los diversos personajes autóctonos que pululan por sus páginas. Emma Larkin no nos cuenta historias: nos permite a sus lectores escucharlas directamente de sus protagonistas.

A estas bondades hay que sumar el tino con el que la autora ha seleccionado las citas de las obras de Orwell que salpican aquí y allá las páginas del libro, con lo que los amantes de la literatura quedarán más que satisfechos.

En resumen: aventuras, geografía, historia, literatura y la voz viva de un pueblo son los ingredientes que hacen de este Historias secretas de Birmania un plato suculento para los amantes de la buena literatura de viajes.

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viernes, 31 de octubre de 2008

Ramata


Abasse Ndione
Roca Editorial, 2008
346 pp.





Ndione es uno de los grandes escritores africanos. Reconocido en su país, Senegal, ha publicado con éxito en Europa y su último libro Ramata ha causado un fuerte impacto. El tema del que trata es duro: "Ramata Kaba, una mujer de belleza turbadora y enigmática, está casada con Matar Samb, el poderoso y acaudalado fiscal general del Estado, que cuenta con el dinero para satisfacer todos sus caprichos. Pero no para mitigar el dolor que le provoca ser frígida como consecuencia de una ablación que sufrió siendo niña."

En Senegal la acogida del libro ha sido más que polémica. Ndione ha tocado temas, el de la ablación, el de la corrupción, el de la violencia que afectan a aspectos culturales y a creencias profundas que muchos hubieran preferido que no salieran a la luz. Y en Europa la polémica tampoco ha estado ausente porque otros hubieran deseado del autor una actitud más militante en el ejercicio de la denuncia.

Pero Ndione es un novelista, un novelista muy particular. Aunque parece ser que un santón le anunció de niño que iba a ser un escritor de provecho, no alcanzó la fama como novelista hasta llegar a la madurez de la vida. Entre tanto vivió como enfermero y fue desde la experiencia que le dio este oficio como aprendió a ver a su país y a vivir sus problemas.

Ndione en Ramata habla de Senegal. Y lo hace con el tono sombrío y la tensión de la novela negra. Los sobornos, la muerte, la injusticia afloran en la ficción y dibujan una realidad del país. “La violencia está muy presente en esta novela porque la sociedad senegalesa es violenta. Es imposible leer un periódico sin que aparezca algún crimen” explica.

La melancolía acompaña a la novela negra porque la violencia forma parte de ella y está presente en todos los escenarios donde se desenvuelve la vida. Esa especie de rendición a la inevitabilidad del mal lleva al autor a desplegar su historia dejando que sea el lector quien juzgue. “Me he limitado a poner un problema sobre la mesa. No soy partidario de decir si es bueno o es malo porque no soy político.” Y sin embargo, refiriéndose a la ablación, también aclara “..he sido enfermero y conozco el problema. Es de todos nosotros y debemos hablar de ello.”

Ndione conoce bien lo complejo de escarbar en la propia cultura y de encontrar el equilibrio justo donde se asienta la realidad. Las mujeres siguen siendo quienes más peso soportan en la sociedad senegalesa, aunque las socialmente más avanzadas y, por ello mismo, las que menos sufrieron, sean también las que más tienden a exagerar el sacrificio que imponen las viejas costumbres y a exagerar también la imagen negativa del país. Su propia opción –la de Ndione- es la de volver al estilo tradicional de los contadores de historias, de los narradores orales o los griots en los que se asienta la tradición africana. La novela negra se presta bien a ello y se ajusta eficazmente al objetivo del autor de que África deje de ser una desconocida y salga a la luz desvelando, desde la ficción, su presente y también sus raíces.

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sábado, 25 de octubre de 2008

Viaje a una guerra


C. Isherwood y W. H. Auden
Ediciones del Viento, 2008
334 pp.





Para la mitología viajera los ingleses han sido siempre pioneros y sus hazañas se mantienen como históricas y dignas de admiración. Se trata de algo parecido a lo que ocurre con la novela policíaca en cuyas raíces Sherlock Holmes reina todavía y conserva la condición de figura indiscutida.

En el elenco de esas hazañas de ingleses viajeros, tocados –para quienes no somos ingleses- con un punto de excentricidad, se inscribe Viaje a una guerra. El título describe bien el tema del que trata el libro.

Como preludio a la Segunda Guerra Mundial, Japón invade China –ha reclamado Manchuria como propia- y ha lanzado sus poderosos ejércitos para doblegarla. Occidente tiene importantes intereses comerciales en China y observa con preocupación la situación del país sujeto a un equilibrio peligrosamente inestable. El Kuomintang de Chiang Kai Chek se enfrenta a un emergente partido Comunista que mantiene una sólida actividad de guerrilla. Las ciudades, con una pequeña población ilustrada se sostienen sobre una masa miserable a la que el presente no ofrece perspectivas de redención ningunas. Y el campo, anclado en la más vieja tradición, en la ignorancia y en la extrema pobreza representa a la gran mayoría del país, sin esperanza y sin la idea clara de pertenecer a nación ninguna.

‘Si China resiste un par de años, Japón será vencido porque su economía no soportará el coste de la guerra’ anuncia un personaje de los que aparece en el libro. ‘¿Y la economía China podrá soportarlo?, pregunta el autor del libro a su interlocutor chino. ‘La ventaja de China es que no tiene economía. Es un país agrícola que mal vive de lo poco que cosecha’.

Esa China pobre y a pesar de todo enorme, vecina del imperio japonés en el que bullen deseos de expansión y vecina también de la Rusia soviética con un Stalin a la cabeza dispuesto a buscar cualquier ocasión para ampliar su influencia interesa sobremanera a Occidente. Por ello, cuando los editores encargan a Isherwood y a Auden el relato de un viaje por Asia y los autores proponen que el viaje sea a los escenarios de la guerra en China, la idea es aceptada, el viaje se efectúa con presteza y se convierte en un libro que se publica de forma inmediata.

Los autores, Isherwood y a Auden, son dos jóvenes más atraídos por el mundo intelectual, la literatura y la poesía que por el de la exploración y el riesgo. Son, como se ve a lo largo del libro, universitarios ajenos a la escena, intelectuales curiosos y distanciados de aquello que les rodea, inexpertos y con sentido del humor, ingleses conscientes de que ser inglés es también asumir un papel en esa comedia que da a los hijos de la Gran Bretaña una superioridad gratuita pero aceptada por la tradición.

No tiene Viaje a una guerra un tono jocoso, pero desprende una ironía burlona que caracteriza al relato y que llama la atención del lector. Tratándose de un tema sin duda dramático, de tanta importancia y de tanta complejidad podía haber resultado un libro con hondura histórica, social o política y no lo es.

Para los autores el viaje es sobre todo un pasatiempo. Viajan, como Phíleas Fogg, con un patrón de viajeros del siglo XIX. De viajeros ingleses, lo que significa, con un punto de vista etnocéntrico y siempre en el papel de sorprenderse por las rarezas de los demás, tan distintos de lo que corresponde a la normalidad que dicta el modo de ser británico. Isherwood y Auden no son ingenuos, por supuesto. Juegan con su propio papel y con el papel que atribuyen a los demás: a los ingleses que viven en China, a los extranjeros que encuentran y con los que entran en contacto a lo largo del viaje y a los chinos de quienes extraen la esencia del país que presentan a sus lectores.

De alguna manera, su libro es un ejercicio de estilo donde las claves se adivinan con facilidad porque son explícitas y no hay voluntad de ocultación. Isherwood y Auden entran en China como turistas curiosos y como periodistas. Periodistas que acopian información para lo que podría ser un gabinete de curiosidades al gusto inglés. Los horrores de la guerra quedan desvanecidos por la imagen mucho más real de la anécdota diaria, del absurdo que siempre tiene el comportamiento de las gentes de países lejanos, de la ironía que aparece cuando el vecino es observado con la distancia que pone el entomólogo cuando observa a un insecto y habla con la lógica del hombre a cerca del comportamiento del objeto de su atención.

Viaje a una guerra se lee fácilmente como una curiosidad. Tiene el atractivo de los relatos de otra época y dice tanto sobre China, como sobre la mirada de los ingleses cuando se interesaron por China y sobre el modo de ser de los propios ingleses en su relación con los demás.

Hay que añadir que Isherwood y Auden tampoco fueron unos ingleses cualesquiera. He hecho referencia al principio a su condición de intelectuales. Ambos acabaron en los Estados Unidos. Isherwood fue el autor de la novela que inspiró la famosa película Cabaret. Auden, que escribió poesía y teatro, fue a parar a Brooklyn, rodeado de un medio artístico e intelectual. El libro que escribieron recoge una visión de China muy particular. Pero tiene el atractivo de un relato vivido en primera persona y en un momento –el de la China capitalista- a punto de cambiar de manera radical para tomar un curso, entonces imprevisto, que ha tenido continuidad y ha marcado la realidad del mundo entero hasta hoy mismo.

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domingo, 19 de octubre de 2008

Crónicas birmanas




Guy Delisle
Astiberri, 2008
272 pp.





Un cómic, una novela gráfica, un tebeo... no sé cómo se calificará Crónicas birmanas entre los aficionados a este tipo de libros, pero en cualquier caso este es un diario de viaje dibujado. Y además, es estupendo: lleno de vida y hecho por un observador muy atento a los detalles y con sentido del humor.

El autor, Guy Delisle, se traslada a Birmania para vivir allí durante un año, el tiempo que su mujer va a colaborar con Médicos Sin Fronteras en este país. Sus planes son dedicarse a sus dibujos y cuidar a su hijo, Louis, que solo tiene unos meses de edad. El libro es un diario de su vida, en el que se suceden las anécdotas domésticas, la relación con las personas que cuidan su casa, los vecinos, los problemas que su mujer encuentra en el trabajo, la colonia de expatriados de la que forman parte, el calor, la búsqueda de casa, la situación política; en definitiva todos los aspectos que podríamos encontrar en las cartas o en el blog de un amigo que se traslada a otro país. Un amigo informado y curioso, interesado por todo.


Delisle es un excelente observador, y aporta detalles llenos de vida, que solo los residentes suelen percibir de un lugar, como la música que suena en el supermercado o los insólitos trucos que se usan en las oficinas para combatir el calor y la humedad; imbatible la bombilla encendida en el cajón del papel para que se mantenga seco. Y nos lo relata sin pretensiones, en dibujos sencillos y minimalistas que destilan ironía y sencillez.
El relato no esconde grandes historias ni aventuras; se organiza en capítulos breves, cada uno de los cuales da una pincelada sobre un asunto concreto, y que poco a poco nos introducen de la mano de Delisle en un país tan desconocido para el lector como para el autor.

Delisle es un dibujante canadiense que ya ha relatado dos experiencias semejantes en anteriores libros. El primero y quizá más popular es Pyongyang, en el que describe su experiencia laboral en la hermética Corea del Norte. Años depués publicó Shenzen, sobre su estancia en esta ciudad china.
Son tres excelentes libros que como el Persépolis de Satrapi y algún otro ejemplo, nos hablan con lenguajes nuevos y frescos de asuntos eternamente interesantes. La falta de familiaridad con las novelas gráficas no debería frenar a ningún lector interesado en los relatos de viajes a leer este libro; al contrario, es una estupenda puerta de entrada a un mundo rico en voces y en temas y lleno de futuro.

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domingo, 12 de octubre de 2008

Mediterráneos


Rafael Chirbes
Anagrama, 2008
159 pp.





Chirbes lleva escribiendo del Mediterráneo desde hace mucho tiempo, porque el Mediterráneo es el lugar del que procede: es su país. Por eso, él mismo reconoce que el que escribe de lugares que descubre lo hace mirando hacia fuera porque necesita avanzar. Pero él, por lo que al Mediterráneo se refiere, tiene que mirar hacia adentro, volverse hacia sí mismo, porque el objeto de su atención está en su interior, en su propia raíz.

Será el resultado de esta exploración íntima o será su extraordinaria calidad como escritor, pero el lector se encuentra en Mediterráneos casi frente a una obra poética. Cuidado. Nadie debe tomar al pie de la letra lo que acabo de decir. Es un exceso y debo aclararlo ante el poder disuasorio que tiene el género poético para la mayoría de lectores, y sospecho que aún más para los lectores inclinados a los quehaceres viajeros. Pero no puede hablarse de Chirbes in destacar su deleitosa y cuidadísima prosa que tanto comunica y tanto habla al alma del lector.



Creta. “Olía a mar, a salitre, a sentina de barco, a mazmorra, a piedra mojada, yodo y humedad, y a él –al viajero al que se refiere Chirbes- aquel olor le parecía importado del otro extremo y pensó que el Mediterráneo es un mar redondo como una circunferencia. Se acordó el viajero de las lejanas noches en Tánger, en Alejandría, en Djerba, en Porto Fino, en Estambul. Y supo que es casi imposible elegir entre cualquiera de los infinitos puntos que componen una circunferencia.”

Mediterráneos es el libro de un viajero. Un viajero en primera persona que habla de Creta –ya se ha dicho- y también de Valencia, de Estambul y de Génova, de Venecia, como no podía ser de otra manera, y de Alejandría y otra vez del Mediterráneo más próximo: de Denia …

Tantas ciudades, tantos puertos en un solo libro no pueden pretender una presencia que permita aparecer a cada una en detalle. No pueden aspirar a verse reflejadas del modo como lo haría una guía dedicada a ellas en exclusiva. Pero no es esa la intención del libro ni algo que el lector eche de menos, porque Chirbes apunta a las sensaciones que se despiertan en el viajero y con ello consigue un destello de intensidad seductora que se apodera del lector. 

¿Por qué será que Chirbes parece llegar a la esencia de estas ciudades y condensar su alma para mostrarla en forma de palabras a quien lee?

El de Chirbes es un relato hecho desde la sensibilidad. Una sensibilidad íntima y profunda que enlaza con esa raíz mediterránea del autor a la que me refería al principio. Esa mirada sobre Creta, los paisajes, la tierra, las plantas, su mar, el ocaso… es la que se hunde el lo profundo de una historia que nos hace a todos herederos de un Mediterráneo original. Ese deambular por el mercado en Valencia, por las calles de Venecia, por la cubierta de un ferry en Estambul despierta resonancias que llevan al lector a un mundo que no le es ajeno y que recupera como un tesoro perdido en alguna parte de la memoria la magia de las palabras.

Mediterráneos no es una guía de lo concreto, pero un vez leído lo calificaría yo de libro imprescindible para viajar a cualquier lugar relacionado con este mar tan ligado a nuestra propia existencia. Un libro imprescindible para abrir el espíritu del viajero y ponerlo en disposición de disfrutar de todo cuanto contiene el más bello y profundo de los mares.

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domingo, 5 de octubre de 2008

Ciudad fantasma. Historias de Manhattan de ayer y de hoy


Patrick McGrath
Herce, 2008
211 pp.





Tres historias magníficamente construidas. Tres situaciones y tiempos distintos. Y sólo un lugar: Nueva York.

Lo suyo sería esperar al final de esta reseña para ponerle una calificación al libro. Pero creo que no hay inconveniente alguno en adelantar que estamos ante un texto excelente que merece la mejor de las notas. Literatura pura, ficción poderosa en un escenario siempre presente y esencial que es Manhattan.

Patrick McGrath elige tres momentos para situar sus relatos. Los tres son claves en la vida de Nueva York. Una vida corta, pero con instantes decisivos que han marcado la senda que ha llevado a la ciudad hasta ser lo que es hoy.

Vuelvo a mi propia sensación -sé bien que es infundada y propongo al lector que eche una mirada a El nacimiento de los Estados Unidos, en este mismo blog- de que la juventud de la América del Norte la ha privado de una historia con entidad suficiente para merecer este nombre. Y, sin embargo, la realidad es otra. Confieso mis prejuicios y, por ello mismo, el atractivo que siento al comprobar que este Nueva York tan instalado en el presente y tan proyectado hacia el futuro se asienta igualmente en un pasado rico en acontecimientos, en proyectos e ilusiones y en incertidumbres también.

Ciudad Fantasma es un libro para amantes de Nueva York. Para quienes desean rastrear su pasado y acercarse a sus misterios y a su intimidad evitando el discurso superficial de un narrador demasiado explícito. Broadway, Battery, Chambers aparecen en el primer relato de McGrath en un contexto que nada tiene que ver con el presente. Nos descubren un mundo en el que Nueva York no era ni la simple sospecha de la gran ciudad en que iba a convertirse.

Los protagonistas son gente llana de una ciudad en guerra con los ingleses que han desembarcado en ella y la han ocupado. Caminos embarrados, edificios precarios, calles insalubres, huertos y campos pedregosos a la vuelta de la esquina componen un panorama que es el germen de la ciudad de hoy. 

¿Nueva York en guerra? ¿Ocupada por el enemigo? Ese origen oculto de la ciudad, olvidado hoy como un accidente que nunca debió producirse, parece un reflejo del caos anunciado en Blade Runner al que la imaginación pone más cerca de la realidad que los hechos que de verdad ocurrieron y con los que arranca nuestra lectura.

Ese pasado desvanecido en el tiempo, imposible a los ojos de hoy, pero que explica tantas cosas, es ese mismo que empuja el interés del amante, -no olvidemos que el célebre I love NY responde a la poderosa seducción que la ciudad ejerce sobre quienes la conocen- por recuperar, en el rastro que dejan las historias, el rostro de la ciudad dibujado a lo largo del tiempo y visible hoy, desde ángulos diversos, en los distintos barrios, en el variado aspecto de sus construcciones y en la atmosfera direrente que distingue unos lugares de otros.

Siguendo con la lectura, el Nueva York de la época revolucionaria deja paso a ese otro momento, a mediados del siglo XIX, de creación de las grandes fortunas y de consolidación de la ciudad como gran metróplis americana. Y a este segundo momento le sucede el instante traumático del 11S que cierra el ciclo de historias y que marca la ciudad y a sus habitantes con el golpe brutal e inesperado de la catástrofe.

Ciudad fantasma. Historias de Manhattan de ayer y de hoy es un libro excelente y cautivador. El autor no es ni neoyorquino ni tan solo americano. Es inglés. Y tal vez es la distancia -unida a  su magnífica calidad de escritor- el componente imprevisto que hace del texto un libro tan afortunado.

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viernes, 3 de octubre de 2008

Crónicas de la América profunda


Joe Bageant
Los libros del lince, 2008
272 pp.





Este es un magnífico reportaje sobre la cara menos conocida de los estadounidenses: la de los blancos pobres, los rednecks, los fracasados que viven en caravanas y carecen de seguro médico.

El autor, Joe Bageant, es uno de ellos: creció en una de esas poblaciones que desde la perspectiva europea encogen el ánimo: comida basura, población obesa, un bar destartalado, caravanas para vivir y una gran superficie en la que pasar el escaso tiempo libre. Pero al contrario que sus vecinos, Bageant también forma parte de la otra América, la de las grandes ciudades, los ciudadanos inquietos y cosmopolitas, tolerantes y cultos. 


En este libro, nacido de un blog que goza de un enorme éxito, trata de salvar el abismo de prejuicios y tópicos que impiden que estas dos américas se entiendan. Él explica que trata de contestar a la pregunta que demócratas y liberales se hicieron tras las elecciones del 2004. “¿Qué había ocurrido en el corazón del país [...]?¿Y por qué la clase trabajadora había votado tan evidentemente en contra de sus intereses?”

Para contestar a esta gran cuestión Bageant toma innumerables cervezas en los bares, describe las vidas de sus familiares y amigos de la infancia y escucha sus argumentos.

Así llega a conclusiones lúcidas y aterradoras: se vota a los republicanos porque “tienen más pelotas”, el racismo y la intolerancia están en alza y el neoconservadurismo alcanza cotas difíciles de imaginar desde estos pagos. Y sin embargo sus vidas son de una enorme dureza: jornadas laborables larguísimas, sueldos escasos, endeudamiento, escasa atención médica, ningún sistema de protección social....

En cada capítulo el autor desmenuza un aspecto esencial de la vida social: el trabajo, la política, la vivienda, las armas y la caza, la religión, el ejército, la sanidad, etc. El último capítulo está dedicado a lo que él llama el holograma americano: los argumentos que la televisión ha inculcado en sus vecinos y ellos defienden con ardor: esperar ayuda de la comunidad es ser débil, América es un gran país y todos tienen la oportunidad de triunfar. Han comprado la poesía del sueño americano –el holograma– que parece ser solo virtual, porque la realidad lo desmiente tozudamente cada día.

Una de las mayor aportaciones del libro es su punto de vista: el autor cita datos macroeconómicos y encuestas de opinión pero sobre todo describe con un humor ácido y políticamente incorrecto lo que la gente corriente siente y piensa cada día. Trata de comprender, no de juzgar, y da así el primer paso para saltar la barrera de incomprensión que hay entre las dos américas. Reserva todo su sarcasmo para los poderosos, y compadece a sus vecinos, atrapados en una red de ignorancia y prejuicios.

En definitiva, un análisis lúcido y además divertido pero que deja una sensación profundamente inquietante: estos ciudadanos profundamente desinformados son los que deciden el futuro de su país y, en buena medida, el de un mundo al que temen y desconocen.

Joe Bageant tiene una excelente página web en la que hay frecuentes aportaciones de lectores y debates muy reveladores: www.joebageant.com

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domingo, 28 de septiembre de 2008

Los Virreyes


Federico De Roberto
Acantilado, 2008
725 pp.





No es este un libro para lectores apresurados. Requiere atención y tiempo porque la acción transcurre tanto –o exactamente menos- en el plano superficial y físico como en el que se deja adivinar a través de las intenciones, de los comentarios dichos de pasada, de las insinuaciones, indirectas y sobreentendidos con los que juega el sinnúmero de personajes que pueblan la ficción.

Catania, segunda mitad del siglo XIX. Llega al palacio la noticia de la muerte de la princesa y, con la noticia, un torbellino de actividad y de personajes envueltos todos en las inquietudes, las intrigas y ambiciones que suscita el futuro de la casa y del linaje principesco.

Estamos ante una novela –una gran novela- decimonónica. Voluntariamente lenta y detallosa para no precipitar los acontecimientos y llevar el suspense de las situaciones con la calma que exige ese entorno nobiliario, mediterráneo y calmoso en el que discurre la escena.

Complejas son las relaciones entre la familia en cuyos entresijos se mezclan personajes de generaciones distintas, en situaciones y con sensibilidades diversas, de caracteres opuestos y, todos a su manera, calculadores en medio del juego de intereses que les afectan y en el que se ven zarandeados por efecto de los demás.

Una nobleza antigua, en un decorado palaciego y con los ecos callejeros de la revolución podría llevarnos a pensar en El Gatopardo. Pero no hay aquí el oropel viscontiniano que tiñe de romanticismo la acción, ni tampoco el brillo seductor de un protagonista con hondura intelectual y espíritu cultivado.

En Los Virreyes es una constelación de personajes la que arma la historia y la que va definiendo el lento acontecer por el que se desarrollan los hechos.

El detalle con el que De Roberto va encajando los personajes, las palabras con las que estos se expresan y se definen, las situaciones en las que se mueven dibujan la imagen de una Sicilia señorial, necesariamente endogámica y única. A través de la ficción aparece esta Sicilia que rebosa cultura y tradición y que contrasta con la yerma aridez de los pedregales que asolan tantos de sus paisajes: la Sicilia que fascina al viajero y que le remueve con el misterio que se oculta tras las fachadas barrocas de las grandes iglesias y en la penumbra de los ventanales, siempre con las persianas echadas, de los palacios que aquí y allá salpican calles y plazas.

Tiempo para disfrutar del intencionado encaje de bolillos sobre el que se asienta la trama es lo que reclama Los Virreyes al lector. Tiempo para la lectura cuidadosa y para gozar de una novela sobresaliente que transporta a otro tiempo y a un lugar lleno de historia y de historias apasionantes.

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