domingo, 14 de diciembre de 2008

La Mansión del Califa. Nuestro primer año en Casablanca


Tahir Shah
Alcalá, 2008
398 pp.






Si existiera el género, diría que La Mansión del Califa pertenece al de la ‘literatura tranquila’. Es un libro que fluye poco a poco, sin sobresaltos, a un ritmo indolente como corresponde al de la vida habitual en Marruecos, donde sucede la historia.

El libro se inscribe en esa tradición europea que consiste en romper con la dureza del frío y de los cielos grises de los largos inviernos –hablo, naturalmente de la Europa que cuenta para estas aventuras que es la atlántica- y busca en el sur la liberación que significa vivir en lugares de atmósfera luminosa y cálida donde la gente desconoce la prisa y en buena medida el orden.

Esos relatos que cuentan asombrados el descubrimiento de la luminosa Italia o España, tienen en este caso una versión más moderna que encuentra en Marruecos la utopía soñada. Huir de Londres es el objetivo de Tahir Shah, escritor, para hallar con su familia no sólo un entorno más grato, más cálido y más natural también sino, además, una cultura más próxima a lo humano. Las exigencias de la civilización urbana en occidente tienen remedio fuera de Europa en un país cuya trayectoria lo ha llevado a mantener unas formas de vida más pausadas que las que marcan la cotidianidad, para el caso que nos ocupa, de Londres.

El autor –y el nombre lo delata- no es un personaje cualquiera. Hijo de afgano pero nacido en la capital británica, es en primer término inglés, aunque no le es ajeno el mundo árabe y musulmán. Ha escrito de viajes, conoce el mundo pero descubre, lo mismo que otros ingleses cuyas ocupaciones les daban libertad para establecerse en cualquier sitio, que hay un mundo más enriquecedor lejos de Londres.

Él mismo es consciente del carácter utópico de sus deseos y conoce el riesgo de arrastrar a su familia a vivir a Marruecos, donde la fantasía de encontrar un sueño tropieza con realidades que no son todas color de rosa. Pero frente a las dudas se impone el hallazgo de una casa, encontrada casi al azar en Casablanca, cuyo gran atractivo impide echarse atrás. Su dimensión enorme con jardines, patios, porches con columnas, altísimas puertas, grandes ventanas y una arquitectura magnífica difícilmente repetible componen el argumento para no dejar escapar la oportunidad.

No es en el libro todo poesía ni mucho menos. Sus primeras páginas arrancan con el atentado que conmovió a la ciudad hace muy pocos años. Con ello Tahir Shah nos sitúa en el Marruecos moderno. Y es precisamente esto lo que da personalidad a su relato, porque al hacerlo mezcla de forma amable, e interesante también, el ‘choque –particular- de civilizaciones’ que se produce cuando él y su familia desembarcan en su nueva casa y tratan, con ayuda de quienes se ocupan de ella –vigilantes, jardinero, cuidadora de los niños, cocineras- de poner orden e instalarse lo más pronto y cómodamente posible.

El orden –el orden material y el lógico- londinense se da de bruces con el desorden material de la casa y de la gran capital marroquí y sobre todo con la forma de actuar y de ver las cosas de las gentes del nuevo país. La lógica y la experiencia del Tahir Shah londinense chocan con las de sus interlocutores de los que depende y que supuestamente lo deben ayudar. Por supuesto no hay mala intención en el desencuentro. Hay solamente tradiciones distintas, creencias y formas de afrontar la realidad que dan lugar a jocosos incidentes y a una visión del Marruecos de hoy que el viajero casi nunca tiene oportunidad de vislumbrar.

¿Hasta qué punto no hay una exageración de Tahir Shah para resaltar con ironía los aspectos más folclóricos de los personajes con quienes se encuentra? Seguro que la hay y que su relato vive del juego de la caricatura hábilmente manejada. Pero en líneas generales es también verdad que en el Marruecos moderno persisten viejas tradiciones que proceden tanto del mundo musulmán como del mundo propiamente rural del que se han nutrido recientemente las grandes ciudades y que siguen vivas, mezcladas con las apariencias más modernas y menos llamativas.

Un Marruecos donde se cree en los espíritus, se los cuida y se los apacigua, donde la familia extiende sus redes casi hasta el infinito, donde la nobleza, la ayuda, la fidelidad, y la solidaridad crean poderosas relaciones que lo mismo son un apoyo providencial que un engorro abrumador del que casi es imposible liberarse aparecen en La Mansión del Califa en un relato de vida cotidiana animado por una ironía muy inglesa y por el buen humor.

La Mansión del Califa habla de costumbres y de anécdotas, de gentes distintas y de un país con admiración y con la curiosidad del viajero que hace una parada larga, se detiene a mirar a su alrededor, trata de entender lo que ve y se siente como en casa, a la vez que sorprendido por el mundo que descubre en tantas cosas distinto del suyo.


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