martes, 26 de agosto de 2008

Río Fugitivo


Edmundo Paz Soldán
Libros del Asteroide, 2008
354 pp.





Sostiene Jeffrey Sachs (El fin de la pobreza –no se lo pierdan, aunque hay quienes disienten de su oportunidad política) que Bolivia no tiene solución. Geografía de relieve complicado, comunicaciones pobres y ninguna salida al mar lastran al país tanto o más que la falta de cultura o de idoneidad de sus gobiernos.

Pero no es de los cimientos del país de lo que habla Río Fugitivo sino de la vida cotidiana. Desde la arena del día a día las cosas se ven distintas, porque miradas desde cerca se convierten en escenas cotidianas parecidas, en muchas cosas, a las que ocurren en cualquier otro lugar.

Un adolescente de una familia de clase media (una familia más que privilegiada cuando se considera la realidad del país) habla de sus amigos, de su casa y en definitiva de su propia vida con la frescura de la edad y la espontaneidad de quien se está hablando a sí mismo.

Roby –así se llama quien lleva la voz en esta novela- no es un personaje cualquiera. No lo son ninguno de sus compañeros de colegio. Pero él quiere ser escritor y por ello entre los trazos más profundos de su personalidad está el saber contar y el escuchar lo que los demás le cuentan.

Estamos en la Bolivia anterior a la emergencia de Evo Morales, la de las crisis económicas reincidentes y las amenazas constantes de asonadas militares. Y estamos en un entorno de blancos porque los indios o no existen o, sin tener un espacio propio, son para la sociedad de la que trata la novela invisibles.

Ningún dramatismo, ninguna sensación de estar sobre un volcán. Simplemente, la vida cotidiana a los ojos de un adolescente, con los condicionantes de todo lo que le rodea pero también con la vitalidad y el ansia, las travesuras y las transgresiones, las aspiraciones y los sentimientos propios de la edad.

Edmundo Paz Soldán es uno de los más sólidos escritores de la literatura boliviana y latinoamericana hoy. Con Río Fugitivo traza la “crónica sentimental de toda una generación” en su país y ofrece un retrato sin estridencias de Bolivia.

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jueves, 21 de agosto de 2008

California


Eduardo Mendicutti
Tusquets, 2005
303 pp.





Pura literatura y una sola California. Porque californias hay muchas y el libro que nos ocupa se centra exclusivamente en un mundo de gays.

¿Es esa la California que conviene a la literatura de viajes? Seguramente en parte sí, porque California, la de Hollywood y el cine, la de los coches aparatosos, la de las palmeras bordeando avenidas de nombres sonoros y playas con jóvenes de físicos extraordinarios es sobre todo un mito. Y este mito -que han contribuido a crear los gays y del que forman parte- es inseparable del país real. Es California misma, la que todos quienes hemos viajado a ella esperamos encontrar en menor o mayor medida.

California de Mendicutti, conviene avisarlo, es un despropósito porque recurre hasta la caricatura a todos los clichés que rodean a una serie de personajes excesivos en su condición y en sus expresiones. No hay en Mendicutti propósito humorístico. Pero sí hay en la realidad de este mundo de locos en el que sitúa su novela, una vida de ficción siempre al borde del disparate donde los personajes deben sobreactuar y sostener así el papel que les da un lugar en el mundo si quieren seguir en escena.

En medio del desvarío, el hecho es que California pone en contacto al lector con una realidad marginal pero glamorosa y conecta con la vertiente homosexual –más real y menos novelesca- que conforma las señas de identidad del estado reconocido como el más dinámico e innovador de los EE.UU. Pero en la novela que nos ocupa, la cosa se desmelena hasta el escándalo. Artistas, personajes caprichosos, viejas glorias y buscavidas se entremezclan y despliegan una actividad constante para no perder el equilibrio que los mantiene en una vida cogida por los pelos.

¿Es California una novela picaresca fuera de siglo y ambientada en el país más rico en lugar de la España pobre al borde del naufragio como es norma en el género? Probablemente sí y por ello mismo expresa una realidad, aunque deformada, y permite al lector ejercer de mirón de un mundo que acaba reflejando al real. Escandalosa, procaz muchas veces, inmoral casi siempre, California muestra una de las californias posibles en clave de caricatura literaria.

Sin duda, divertirá a quien quiera acercarse sin demasiados prejuicios a esa sociedad de ficción que hemos entrevisto en otras novelas, en la televisión y en el cine.

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domingo, 17 de agosto de 2008

El delator


Liam O’Flaherty
Libros del Asteroide, 2007
253 pp.





Son tantos los excelentes escritores que ha dado la literatura irlandesa que no es de sorprender que nos encontremos con uno de ellos en un libro de reciente edición.

Se trata de Liam O’Flaherty, un personaje polifacético que probó suerte alistándose al ejercito, que participó en varias guerras, que intentó abrirse camino en Hollywood, que vivió la clandestinidad como fundador del partido comunista de Irlanda y que se convirtió en uno de los grandes novelistas en inglés y gaélico del s.XX.

El delator es una novela negra. No quiero decir con ello que sea una historia de detectives y asesinos. Quiero decir que es oscura, lúgubre y bruta a través de la realidad que refleja. Es verdad que Irlanda tiene una versión alegre en esa imagen verde y soleada que sabe a primavera y a fiesta campestre. Pero lo es también que exhibe, a menudo, la cara desconsolada de la miseria y del frío, de la humedad bajo un cielo de plomo y de la oscuridad de los días desapacibles de invierno.

Por supuesto Liam O’Flaherty ha optado por este último decorado para su novela, cuyo título añade por sí solo una buena dosis de miseria moral a la miseria real de los personajes que andan por sus páginas.

Tipos duros, hambrientos, destruidos por el fracaso se mueven en un argumento de tintes políticos y de bajos fondos donde no hay inocentes. Toda la novela transcurre en un plazo brevísimo de tiempo y, por ello, el ejercicio de descripción del momento, de las caras y de los rasgos físicos, del gesto y del modo de expresión de los personajes ocupa un papel importante y refuerza la visibilidad de las escenas para meter en ellas con toda la fuerza al lector.

El delator no es una novela amable, como no lo debió ser la Irlanda de los años veinte para toda esa legión a la que le tocó vivir el lado mísero de la sociedad. Y no lo es, además, porque no puede uno evitar el estirar la historia y buscarle parecidos premonitorios a la trágica aventura del independentismo del IRA, empedrada también de delaciones, venganzas y muerte.

El delator, que nos llega ahora en traducción española, fue llevada al cine por John Ford y recibió un oscar. La Irlanda en la versión más dura y negra, con ese desasosegante estilo que le gustaba a Conrad, se ofrece al lector para darle ocasión de disfrutar de la literatura. Un disfrute que corre en paralelo a la sofocante sordidez de la historia que nos cuenta.


Mas (y bien interesantes) comentarios en Letras Libres.


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Asesinato en el kibbutz

Batya Gur
Siruela, 2006
372 pp.




Publicado por María Antonia

La novela policíaca siempre me ha parecido –como a muchos otros lectores y a críticos- una forma fácil de acercarme a una sociedad. Las tramas suelen revelar todas las contradicciones y debilidades del sistema en el que se desarrollan y, pese a ser un género de ficción, las descripciones de los lugares y los personajes transmiten veracidad.

Esta es una de esas novelas fáciles de leer, con una trama policíaca que no hace concesiones y se mantiene fiel a los esquemas más clásicos del género. Y además nos introduce en un kibbutz israelí de los años 90.

Probablemente no hay ninguna institución tan profundamente israelí como un kibbutz, la utopía creada por el sionismo laico y socialista que durante tantos años fue sinónimo de vida en común, de sociedad igualitaria y de desarrollo económico. Ya hace mucho tiempo que todas las informaciones relativas a Israel están monopolizadas por el sangrante conflicto con Palestina, y en mi caso los kibbutz se habían quedado en el recuerdo. Sin embargo, es obvio que siguen existiendo, aunque hayan cambiado y deban adaptarse a nuevos contextos.

Y precisamente de este cambio trata el libro; del enfrentamiento entre la visión de los pioneros y la de sus hijos, del coste personal que la vida comunitaria ha supuesto para las generaciones que se criaron en ella, de la dificultad de cambiar algo que es la esencia misma del desarrollo israelí, y de enfrentarse a los padres fundadores, siempre rodeados de un halo mítico porque encarnan en sí mismos la supervivencia al holocausto y el nacimiento del país. Y sin embargo, deben cambiar, porque el mundo lo hace y trae nuevos vientos. La libertad individual es un derecho que los jóvenes sienten como irrenunciable y cada vez resulta más difícil admitir que el futuro profesional de cada uno, o sus estudios, esté determinado por la votación de una asamblea.

Como todas las historias que suceden en sociedades cerradas – sean conventos o cuarteles – la narración va desenredando la trama de los odios y amores, los apoyos y las rencillas de cada personaje y, finalmente, el lector consigue recrear un cuadro extenso y complejo de los distintos aspectos de la vida en un kibbutz: el funcionamiento de sus asambleas, las medidas de seguridad, la relación con el exterior, el trabajo organizado en turnos, y muchas otras cosas.

En mi opinión es una estupenda lectura para acercarse al Israel cotidiano a través de las vidas de personajes que no son políticos, rabinos ni soldados sino administradores, granjeros y jardineros.

Su autora, Batya Gur, fue durante muchos años profesora de literatura en la universidad de Jerusalén y antes de dedicarse a la novela policíaca con enorme éxito había publicado eruditos ensayos sobre los asentamientos judíos y la ciudad de Jerusalén. Su conocimiento profundo de su país se nota en cada uno de sus libros, ambientados muy conscientemente en entornos diferentes: una comunidad de psicoanalistas ortodoxos, un barrio central de Jerusalén atravesado por los conflictos étnicos, el kibbutz de esta novela, etc.

Sus novelas son muy populares en su país, han sido traducidas a multitud de idiomas y cuentan con miles de lectores en todo el mundo. Si es un lector aficionado a P.D James, Mankell, Camilleri o Márkaris, seguro que Gur pasará a ser uno más de sus autores.

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Viaje de California


Viaje de California
José María Marco
Pretextos, 1991
61 pp.





Sesenta páginas son pocas para un libro. Por eso se hace rara la sensación de empezar a leer Viaje de California, un corto relato que tiene uno la impresión de que va a terminar casi antes de haberlo empezado.

La escritura se desenvuelve, de principio a fin, en un estilo extremadamente directo. “El avión aterriza en L.A.X , aeropuerto internacional de Los Angeles, a las tres y media de la tarde. Hemos salido de Madrid a las once de la mañana. Larga cola para el control de aduanas. Rutina, ¿comida?, ¿regalo? Paso un buen rato en el vestíbulo esperando a S. Cansancio, ¿irritación?”

Y de nuevo el casi-libro depara esta sensación de extrañeza que se disuelve al recordar que José María Marco, el autor, es el director de la revista Dezine. Y al caer en la cuenta de que más que frente a un libro, lo que tenemos entre las manos es una película. O la escaleta de una película.

Cuesta algún minuto –si fuera más llegaríamos al final del libro- hacerse al tono tan exageradamente sintético de la redacción. Pero el curso lineal de la palabra crea por sí mismo una atmósfera, y el contenido estrictamente descriptivo siempre acaba por dibujar una historia que el autor administra en forma de diario.

Más que como un relato, Viaje de California transcurre como una sucesión de fotogramas que apuntan a escenas cotidianas y actuales. Los distintos flashes que construyen la narración sitúan en el mismo plano los acontecimientos que retratan. Hacen de ellos una simple colección de sucesos. Y en ese proceder acumulativo crean una realidad sólo ordenada por el transcurso de tiempo, sin explicaciones ni valoración de ningún género.

Pero en medio de esa frialdad, no hay en Viaje de California una mirada ingenua o desprovista de intención. El mundo gay y el sida están presentes en la historia y la sustentan. Y la frialdad radical del discurso, en lugar de disolver todos los temas en una mezcla sin perfiles, paradójicamente los realza y omitiendo estos perfiles da relieve y sentido a las escenas que cuenta.

Viaje de California se publicó en 1991 y sigue siendo actual. A lo largo de un recorrido por Los Angeles, el Death Valley, San Francisco, Carmel, Santa Rosa, Monterrey y otros lugares, casi todos con nombres de resonancias españolas, se va dibujando en el texto una California convertida ya en un icono. Se trata de una realidad legitimada por el tiempo y que coincide con la imagen que nos hemos hecho de aquella época que se caracterizó por la emergencia de la homosexualidad y también del sida.

California tiene hoy mismo otras referencias y otras preocupaciones primordiales, pero el mismo impacto que tuvo la generación beat, tiene hoy y se deja sentir con mayor proximidad el retrato –o la road movie, por mantener la referencia cinematográfica- centrado tan singularmente en la relación gay que nos ofrece José María Marco en su Viaje de California.

No hay que buscar en el libro una novela compleja, elaborada o extensa. El autor ha elegido trazar su historia recurriendo a pinceladas precisas y sobrias, a una forma de comunicación esquemática. Pero el relato que resulta traslada al lector la imagen y el sentimiento de una California que reconoce como real y que compone de la esencia misma de un lugar único.

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