jueves, 20 de agosto de 2015

Australia. Biografía de una nación

Australia. Biografía de una Nación

Phillip Knightley
Almed, 2014
544 pp.

Con la lectura de Australia-libro, el suflé idílico de Australia-país se deshincha y una realidad hecha de penalidades, de tremendas injusticias y de feroz violencia toma cuerpo para componer un mosaico más equilibrado y objetivo de cómo han sido las cosas


Phillip Knightley
Almed, 2014
544 pp.






No hay países sin historia, por corta que ésta nos parezca. Y no hay historia que no sea interesante y mucho más compleja de lo que pueda aparentar a primera vista. Tampoco hay país que no sorprenda cuando se bucea en él y se busca lo que hay debajo de su superficie. Por ello es oportuno recomendar la lectura de este libro, Australia, que profundiza en un país del que, por lo general, sabemos poco y del que nos llegan sobre todo imágenes de una población próspera y feliz, alegre, juvenil y saludable.

A pesar de las apariencias en Australia no ha sido todo fácil, ni su historia ha transcurrido sin contradicciones y fuertes desgarros. Aislado, enorme en extensión y escasamente poblado, el país no ha sido un lugar libre de incertidumbres y amenazas: libre de las mismas 'maldades' que han afectado a los demás. Al menos así lo expresa quien asegura "Me gusta la forma en la que hemos sido capaces de joder aquí las cosas, tan bien como en cualquier otro sitio y en la mitad de tiempo".

Con la lectura de Australia-libro, el suflé idílico de Australia-país se deshincha y una realidad hecha de penalidades, de tremendas injusticias y de feroz violencia toma cuerpo para componer un mosaico más equilibrado y objetivo de cómo han sido las cosas.

Phillip Knightley, el autor, es periodista, un oficio que para un país tan joven como es Australia es quizás más conveniente que el de un historiador para hacer las radiografías sobre las que componer un relato. Desde luego, Australia no es un país 'normal'. El autor recoge al principio del libro una serie de escenas de vida cotidiana que sitúan al lector ante un lugar donde la vida es distinta a la del resto del planeta. Un lugar hecho de enormes distancias, con una población muchas veces aislada, con inventiva, solidaria y positiva.

Australia es un país sin complejos, de gente satisfecha, de individuos y familias que corrieron el riesgo de apostar por lo desconocido. Gentes para quienes disfrutar de la vida no es sinónimo de holgazanería sino un signo de identidad y de reconocimiento de las virtudes de su país. Incluso se diría que la evolución ha buscado aquí un camino distinto del que nos contó Darwin y en lugar de embarcarse en la lucha por la supervivencia del más fuerte eligió el camino de la cooperación como manera de sobrevivir a un entorno generalmente hostil. El compañerismo y la confianza mutua están en las raíces de la relación de unos con otros en Australia.

Pero esta visión tan positiva se vuelve enseguida confusa porque por debajo discurren contradicciones que empujan al mismo tiempo en direcciones contrarias. Muchos de los australianos son descendientes de antiguos presos, deportados de Inglaterra o expulsados por el hambre de Europa. Seguramente esta extracción les alejó, por un lado, de las ideologías radicales y fomentó un entendimiento en torno a un ideal de justicia y de búsqueda de lo razonable. Mucho de ello hay, sin duda, en el hecho de que, al cabo del tiempo, al llegar el año 2000, más de la mitad de cada dólar recaudado por el gobierno se gaste en salud y en asistencia social. Pero por otro lado, la ambición, la búsqueda del poder, los mismos vicios e intereses insanos que los siguientes inmigrantes trajeron desde Europa o que impuso la administración del Imperio Británico afloraron también en Australia y lo hicieron con la misma intensidad con que lo habían hecho en cualquier otro lugar.

La discriminación de la mujer estuvo a la orden del día y se defendió con ahínco. Y sobre todo el racismo se desarrolló de forma violenta y cobró carta de identidad entre los australianos más cultivados y los menos. La idea de la supremacía del hombre blanco, la de la limpieza de la sangre, el horror a la mezcla se introdujo en la mentalidad de las gentes y se convirtió en una de las bases de la conciencia nacional. Y de ahí a la caza del nativo no había más que un pequeño trecho. He dicho caza, porque ese es el término que mejor describe el exterminio que se produjo de la población maorí.

Y no sólo eso, porque no hay campaña de grandes vuelos que no se apoye en alguna teoría. Los australianos argumentaron bien a las claras la necesidad de alinearse con el racismo. "(Las) personas de sangre aborigen casi invariablemente se emparejan con blancos de la peor calaña y, en muchos casos, las hembras se convierten en prostitutas" decía un informe oficial, de modo que el peligro de propagación de esa tara afectaba al país entero. Una operación de control de los mestizos se desarrolló al mismo tiempo en forma de secuestro de los hijos de sangre mezclada que el Estado apartaba de sus familias y llevaba a centros de reeducación para borrar cualquier traza de sus orígenes.

Y ¿de qué época estamos hablando? Pues de los años 30 hasta mediados de los años 60 del siglo XX. ¿Y de cuántos casos? Pues de cien mil, que no es poca cosa. Un apunte más: hasta 1973 no se legisla que para ser australiano no hace falta ser blanco.

Pero vayamos un solo paso más allá para llevarnos otra sorpresa. "Entre 1931 y 1932 Australia estuvo más cerca de la guerra civil que en ningún otro período de su historia" nos dice Phillip Knightley refiriéndose a los conflictos sociales que se agudizaron con el descalabro económico que siguió a la crisis del 29. Movilizaciones del ejército federal, los de los estados, de los ejércitos clandestinos de las 'derechas' y de las 'izquierdas' sembraron el país de violencia y lo dividieron de forma que parecía irreconciliable.

Nada de todo eso imagina quien en Sidney pasea hoy por The Rocks o junto al extraordinario edificio de su Ópera. Nada de este pasado traumático aparece ante quienes viajan hasta el gran arrecife de coral y toman el sol en las playas plácidas y alegres de la costa este. Por ello, esta 'biografía de una nación', como indica el subtitulo del libro, resulta tan interesante y se hace tan aconsejable. Para quienes no conozcan de cerca lo que fue Australia, su lectura será la mejor ayuda para poner en su sitio a esa nación-continente que contemplamos como un país de éxito pero que tampoco lo tuvo fácil para llegar al punto donde la encontramos hoy.

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jueves, 6 de agosto de 2015

La casa de hielo. Veinte pequeñas historias rusas

La casa de hielo. Veinte pequeñas historias rusas

Serena Vitale
Marbot, 2014
197 pp.

'La casa de hielo' es un pequeño divertimento hecho a base de veinte relatos cortos ambientados en la Rusia que va desde principios del siglo XVIII a finales del XIX.


Serena Vitale
Marbot, 2014
197 pp.







Hay libros de historia y los hay de historias. La casa de hielo es más bien de los segundos. Serena Vitale, la autora, es especialista en literatura rusa y, de pasada, lo es también en cultura rusa. Y con estos mimbres ha emprendido lo que parece un pequeño divertimento que consiste en crear una serie de veinte relatos cortos ambientados en la Rusia que va desde principios del siglo XVIII a finales del XIX.

Todos los relatos -las pequeñas historias rusas, como las anuncia el subtítulo del libro- tienen un trasfondo histórico explícito. No hay en ellas campesinos pobres ni más miseria que la imprescindible para construir la periferia del argumento. Los personajes son miembros de la familia real, nobles, hombres ricos, funcionarios... aunque no a todos la vida les haya ido bien.

Justamente, eso es la Rusia indómita y en tantas ocasiones cruel que trata de desvelar la autora. Detrás de la literatura compuesta por dramas enormes a lo largo de una historia poblada de personajes terribles, de gobernantes opulentos y de tragedias y maldades extraordinarias, Serena Vitale busca construir, en forma de historias cortas, una suerte de vida cotidiana que acompañe a la gran historia. Se inventa, a partir de un exhaustivo conocimiento del mundo ruso, una especie de historia menor, a escala más doméstica, para servir de contrapunto a los grandes acontecimientos.

Quienes no estén muy versados en la historia de Rusia harán bien en asomarse a wikipedia para situar a zares y a emperatrices y otros acontecimientos que marcan los tiempos del relato. El hacerlo no es ningún estorbo porque con ello cada una de las pequeñas historias que componen el libro cobra la dimensión histórica que le corresponde.

Si a la autora le interesa descender del zócalo donde se sitúa la gran historia para enmarcarla en la cotidianidad sobre la que transcurre, al lector le será útil recorrer el camino contrario y poner la cotidianidad en relación con la historia de la que forman parte y son partícipes los personajes principales.

Veinte pequeñas historias inventadas, distintas unas de otras, llenas de guiños a la realidad, cargadas de detalles, mundanas o trágicas, inverosímiles o razonables se ofrecen al lector para jugar con la gran literatura y sacarla de la ficción, desde la que fue escrita, a través de esta otra ficción que pretende hacerla aterrizar para acercarnos a una Rusia mucho más real.

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