domingo, 21 de septiembre de 2008

Dos viajes al Monte Athos


Eugène Melchior de Vogüé y Nikolái Strájov
Edición de Selma Ancira
El Acantilado, 2007
148 pp.





Basta con asomarse a las primeras páginas del prólogo para caer en la cuenta de que se está ante un libro singular y lleno de atractivos.

Si para un lector de literatura de viajes el exotismo es ya un elemento que predispone a favor de la lectura, el Monte Athos y su particularísima situación y historia ofrece un claro interés de entrada.

Una república –por llamarla de alguna forma- aislada del mundo, teocrática en sus leyes y forma de gobierno, regida por religiosos, fundada en los años de esplendor del imperio bizantino y que ha llegado hasta hoy con pocos cambios, es sin duda de una rareza que sorprende y despierta la curiosidad. Residuo de la iglesia griega más tradicional, requiere todavía un permiso especial para acceder a ella y sigue manteniendo las viejas restricciones de vedar la entrada a toda mujer y a todo animal hembra o por motivos doctrinales prohibir el uso de las cámaras de video, pero no el de las fotográficas.

Dos viajes al Monte Athos es, como el mismo nombre indica, un libro de viajes. O más exactamente, de dos viajes emprendidos en el siglo XIX por dos personajes distintos: por Eugène Melchior de Vogüé y por Nikolái Strájov, ambos intelectuales de relieve. El primero, noble francés, diplomático, escritor, fue miembro de la Academia Francesa. El segundo, ruso, confidente de Tolstoi, biógrafo de Dostoievski, fue el introductor en Rusia de importantes pensadores y literatos franceses y alemanes.

Los dos viajan al Monte Athos y dejan sus relatos que el libro que nos ocupa recupera después de haber quedado olvidados durante largo tiempo. Pero se trata de relatos divergentes y por ello mismo doblemente interesantes.

El viajero, al menos el viajero moderno, es propenso a la fascinación. Convertido en un bien de consumo de quien busca emociones y experiencias en otros lugares, el viaje predispone a la satisfacción porque quien lo emprende acostumbra a hacerlo con actitud positiva y abierta a obtener gratificaciones.

Dos viajes al Monte Athos rompe con este presupuesto y ofrece dos visiones divergentes, positiva la una y negativa la otra. Eugène Melchior de Vogüé, racional, hombre de su tiempo, partidario del progreso ve en el arcaico mundo religioso que se mantiene en el Monte Athos un sistema perverso que obstaculiza el curso natural del avance de las sociedades y añade sólo infelicidad y oscuridad a un mundo dotado de una naturaleza rica y bella. No es que el autor pierda la ecuanimidad. Conoce bien la historia, interpreta bien el presente, describe bien y objetivamente lo que ve. Pero destaca una visión crítica porque ve difícilmente defendible la persistencia de modelos medievales derivados de situaciones caducas y enquistados en ese Monte Athos, varado en el pasado, sin grandeza y que depende aún del sultán de Estambul con arreglo a una fórmula política absolutamente excepcional administrada con ineficacia y dejadez.

‘Seguramente jamás hemos experimentado hasta tal punto la sensación de caer en el pasado…’ exclama, casi con irritación, en su encuentro con los monjes.

Strájov, en cambio, se acerca al Monte Athos con una mirada diametralmente opuesta. Y no es que vaya a ser menos objetivo, es que va a poner de relieve aspectos que le interesan sobre manera y que valora. Va a realzar precisamente el valor de la particularidad religiosa que vive el Monte Athos que le fascina y que le acerca, en este sentido, al viajero más moderno. Nikolái Strájov vive la polémica del despertar de los valores religiosos que tanto influye en el Tolstoi de la madurez y que tanto se mezcla con el revivir de los sentimientos nacionalistas de la Europa de fin de siglo.

De este modo, la posición de Strájov en relación a la de de Vogüé no es la de quien desconoce el presente y vive de la tradición, sino paradójicamente y como la de este último, la de un hombre de su tiempo. Los lectores tendrán en Dos viajes al Monte Athos dos versiones del mismo momento, por supuesto en algunas cosas coincidentes, pero en otras divergentes y sin embargo valiosas las dos. Tendrán además, y no es poco, la ocasión de acercarse al análisis magistral que hace de Vogüé de la pintura, del arte y en general de la evolución del espíritu y de la cultura en el Monte Athos relacionándolas con la que tuvieron en la Italia del Renacimiento y en la Europa occidental. Unas páginas esclarecedoras y brillantes.

El Acantilado acostumbra a deleitarnos con libros inesperados, siempre excelentes. Lo ha hecho una vez más y los lectores no podemos más que agradecerlo.

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