lunes, 3 de septiembre de 2018

Japón perdido

Japón perdido

Japón perdido
Alex Kerr
Alpha Decay, 2017
297 pp.

"Japón se ha convertido en uno de los países más feos del mundo". Quien dice esto, sin pelos en la lengua, es Alex Kerr un gran conocedor de Japón y de la cultura tradicional japonesa, y un enamorado del país. En "Japón perdido" nos cuenta el por qué de sus palabras.


Japón perdido
Alex Kerr
Alpha Decay, 2017
297 pp.





"Japón se ha convertido en uno de los países más feos del mundo." Quien dice esto, sin pelos en la lengua, es un gran conocedor de Japón y de la cultura tradicional japonesa, y un enamorado del país.

Basta con empezar la lectura de la introducción de este ‘Japón Perdido’ para que la sensibilidad del lector despierte y se deje llevar por el entusiasmo contenido y melancólico del autor cuando habla de Japón. En muy pocas palabras Alex Kerr contagia su interés, o mejor, su amor por Japón, enfrentado a un cambio irreversible porque todo lo antiguo que dio a la cultura japonesa tanto relieve y tanta riqueza de expresiones y matices está al borde de la desaparición o se perdió ya para siempre.

Kerr es un profundo conocedor de Japón, pero no es un académico al uso ni un estudioso nostálgico. Como él mismo cuenta, dedicó parte de su actividad al negocio inmobiliario y a la compraventa de antigüedades. Pero entre sus anhelos estaba el conocimiento de la cultura japonesa y de la china y lo que pudo no haber sido más que un trabajo le sirvió también de atalaya desde la que conocer Japón y contemplar los cambios enormes que estaba sufriendo en las últimas décadas.

En pocos años una ola de modernización imparable cambió el país entero para renunciar al pasado como una planta arrancada del suelo y separada de sus raíces. La sistemática demolición de las casas tradicionales, la pérdida del paisaje urbano que había dado carácter a pueblos y ciudades, la del paisaje natural también intervenido por el ansia de progreso, las formas de vida y la cultura que guiaron al país hasta el presente se vieron arrinconadas cuando no sustituidas por entero.

Nostalgia y sentido de la realidad se mezclan en este Japón perdido donde el autor, abordando distintos temas, promete no ser el llorón o el gruñón de turno aunque se permita alguna expresión de disgusto al comprobar la pérdida de un tesoro tan preciado.

Hay que empezar diciendo que Alex Kerr conoció Japón de joven. Un Japón que se parecía mucho más a aquel del que hablaban los viajeros de comienzos del siglo XX que el que acabó siendo cuando estaba a punto de empezar el siglo XXI. Su experiencia de lo que fue Japón es lo que le permite hablar del Japón de ahora.

La ‘apisonadora de la modernidad’ de la que habla no es solamente para él una frase bien encontrada. Es el resultado de su propia experiencia después de haber visto desaparecer ese mar de tejados que hacía únicos a sus pueblos y ciudades o los kimonos que todavía llevaban la mayoría de mujeres maduras y los zuecos de madera que resonaban en las calles y creaban una atmósfera como de cuento.

Y si habla de ciudades, Alex Kerr habla también de la naturaleza de lo que podía ser el país más bello del mundo, mágica en tantos aspectos y llena de misterio. Una naturaleza que ha cedido ante la acción del hombre y que, siendo extraordinaria todavía, ha perdido buena parte de su alma y de su profundo secreto.

¿Qué le pasó a Japón para que haya perdido la consistencia de una cultura armónica y extraordinariamente depurada? ¿Cuál es el motivo para que viva hoy envuelto en lo que llama una cultura Frankenstein hecha de retazos cosidos improvisadamente en lo que parece una deriva errática y sin sentido. A diferencia de occidente donde la revolución industrial se hizo en siglos y permitió ir adaptando pasado y presente, dice Kerr, en Japón se produjo en muy pocos años y el resultado no fue una adaptación sino simplemente una sustitución, un barrido sin matices a favor de un mundo lanzado hacia la occidentalización y el futuro.

Sin duda, es la condición de extranjero la que permite a Alex Kerr abordar su análisis desde la distancia. Y es también su condición de estudioso y de enamorado de Japón lo que le lleva a profundizar en ese tesoro perdido y valioso como el de una especie en extinción.

El arte de la caligrafía, por poner un ejemplo, le sirve para sumergirse en el mundo de la exquisita sensibilidad de la cultura tradicional, lo mismo que su condición de coleccionista le abre las puertas a distinguir los matices de un orden y una armonía que definen la extrema sutileza del aprecio de la belleza destilada a lo largo de los siglos.

El kabuki, por poner un ejemplo más, se convierte en un nuevo ángulo desde el que mirar al Japón antiguo y descubrir la complejidad de sus matices y la sabiduría que contiene, más allá de lo que puede percibir una simple mirada. Un universo de convenciones encierra el teatro tradicional, en curso de disolución,  por el que aflora el alma de Japón de forma singular y con enorme riqueza.

Japón perdido es una pequeña joya para los interesados en Japón y sobre todo para los amantes de la cultura japonesa. Describe tanto el curso de esta última a lo largo de las últimas décadas, como sus raíces, su velada complejidad, su depurada riqueza y el enorme caudal que ha fluido por ella y que se agota arrollado por la marea del progreso.

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