Arthur Conan Doyle
Confluencias, 2016
260 pp.
Si hubiera un club de personajes polifacéticos Conan Doyle pertenecería a él por méritos más que sobrados.
El creador de Sherlock Holmes y del doctor Watson fue muchas cosas más que eso, aunque ambos personajes fueron quienes le dieron la fama que ha mantenido hasta hoy. Es más, para el célebre escritor sus novelas de detectives fueron casi un accidente del que obtuvo más reconocimiento que satisfacción.
Al mismo tiempo que se iniciaba en la literatura como aprendiz, Conan Doyle cursaba estudios de medicina y tenía la mente menos puesta en los estudios que en la posibilidad de emprender una aventura que diera más emoción a su vida. Y la oportunidad apareció cuando, sin haberse licenciado aún, con sólo veinte años, le ofrecieron embarcarse como cirujano en un barco ballenero que faenaba en el Ártico. Estamos a finales del siglo xix y al comienzo de una carrera llena de éxitos y reconocimiento.
Pero aquí, en el libro al que nos referimos, el que cuenta su aventura es todavía un chaval, consciente de su bisoñez y encantado de haberse 'colado' en un entorno duro, en medio de un clima extremo y envuelto en una labor tan áspera como peligrosa.
Porque nuestro hombre, además de médico, se presta a actuar de arponero como el resto de la tripulación y a mezclarse en una actividad salvaje de persecución y de muerte sin tregua de focas, morsas y ballenas.
El joven Conan Doyle escribe un diario. Escribe para él y para su recuerdo. Un diario que da cuerpo este volumen que ahora publica Confluencias, en una edición que recupera el gusto por el libro objeto, de diseño esmerado y animado por los dibujos con que el propio autor ilustró su escrito.
Hablamos de dibujos que dan frescura al texto pero que reflejan también su tono. Un tono informal y con un punto ingenuo de quien sabe que a pesar de su puesto de cirujano y de su relación cordial con el capitán, es más un grumete en una expedición compuesta por rudos marineros, que un igual en lo que a méritos y experiencia se refiere. Más tarde un Conan Doyle más maduro se alegraría de no haber tenido que atender ningún accidente grave, de los muchos que amenazaban la caza de las ballenas, con unos conocimientos médicos tan precarios como los que tenía cuando embarcó.
La exploración del Ártico la hicieron unas pocas expediciones de unos contados países europeos. Pero quienes se adentraron en el mar y mejor lo conocieron fueron los balleneros que persiguiendo a sus presas se adentraron hacia el norte entre témpanos de hielo, por los resquicios que dejaba abiertos la banquisa y tratando de avanzar más y más para llenar sus bodegas de aceite, carne y pieles de los animales que cazaban. La caza, sanguinaria y peligrosa era al mismo tiempo excitante y agotadora. La persecución de una enorme ballena echando botes al agua para acercarse a ella y arponearla, en un clima helador, administrando el riesgo y con la adrenalina a flor de piel era la cruz de una moneda cuya cara consistía en largos días de inactividad en un mar poco amigo, catalejo en mano a la espera de alguna señal que anunciara la presencia de un cetáceo.
Conan Doyle describe este ambiente, con poco que contar muchos días y con muchas observaciones y detalles sobre la pesca cuando había zafarrancho de combate y la tripulación entera salía en persecución de la pieza a la que se había puesto el ojo. Pero siempre con indicaciones sobre cómo era la vida en los balleneros, en los puertos donde la industria de la pesca de las ballenas era o había sido una actividad relevante y sobre la industria ballenera que estaba decayendo y en la que quedaban solamente escoceses y noruegos cuando en los buenos tiempos, pocos años atrás, navegaban también por las aguas del Ártico holandeses, daneses, franceses y vascos.
Cierran el libro cuatro relatos más de Conan Doyle que recogen sus experiencias de ese viaje juvenil al Ártico que dio lugar a artículos en periódicos y conferencias de gran éxito y reconocimiento para el autor. Tres de estos artículos forman parte de estos relatos donde la narración deja de tener la forma de un diario y se vuelve màs explicativa. Y un corto episodio de la serie de Sherlok Holmes compone el cuarto, basado en un misterioso asesinato en el que se ve envuelto el capitán de un barco ballenero.
Mucho ha cambiado el asunto de las ballenas desde el momento en que Conan Doyle hizo su iniciático viaje y mucho también se ha avanzado en el conocimiento de un Ártico que se derrite y ha abierto vías navegables en un hielo que había permanecido intacto durante siglos y siglos. Pero por eso mismo se lee con interés lo que cuenta un testigo tan singular como nuestro autor al descubrirnos lo que fue un modo de vida y cómo era un territorio en los límites de lo conocido, a través de un viaje envuelto en penalidades, en una opaca incertidumbre y en un espeso misterio.
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