John Carlin
La Línea del Horizonte, 2016
134 pp.
Islandia es un país excepcional. Se encuentra en el límite de los territorios habitables porque su clima extremo hace difícil la supervivencia en un ambiente frío y oscuro la mayor parte del año. Y por si ello fuera poco, su geología de carácter volcánico ha dado origen a un suelo cubierto de lava, allí donde el hielo y la nieve no se han instalado, que impide prácticamente todo cultivo además de hacer sumamente difícil la cría de ganado.
Los volcanes exterminaron con sus gases en varias ocasiones a buena parte de la población animal y humana. Estimularon la imaginación de Julio Verne, que situó en la isla el punto de entrada a su Viaje al centro de la tierra. Y crearon unos paisajes absolutamente extraordinarios que no paran de producir sorpresa en todos aquellos que viajan al país.
En Islandia los paisajes son tan llamativos que ocupan la atención entera de quienes la visitan. Pero conocer un país va mucho más allá de quedarse extasiado por lo que hay en su superficie, por una naturaleza que muchas veces se diría extraterrestre. Es también conocer a su gente y su modo de vida. Su pasado y sobre todo su presente.
Ocurre en Islandia que con sólo trescientos mil habitantes, concentrados casi todos ellos alrededor de su capital Rejkiavik, da muchas veces la impresión de ser un país deshabitado. Y el paso por Rejkiavik resulta el encuentro con una ciudad tranquila, de personas amables, con un dominio del inglés perfecto, que solo deja una huella pasajera en el visitante y una cierta sensación de envidia por la placidez que reina en todos sus rincones.
John Carlin ha ido más allá en estas Crónicas de Islandia y en lugar de hablarnos de paisajes decide hacerlo de personas, para bucear en lo que descubre que es una sociedad única, extrañamente feliz y próspera, segura de sí misma, culta, vital y creativa.
Carlin acude a Islandia lleno de curiosidad y con la mirada del periodista que quiere desentrañar el secreto de un pequeño grupo humano miserable hasta el extremo hasta bien entrado el s. XX y que ha conseguido unos niveles de desarrollo que la sitúan en los primeros lugares del mundo sea cual sea el índice desde la que se observe.
Encuentra en el país gente de espíritu extraordinariamente joven, con independencia de su edad. Gente sumamente comunicativa y abierta con quienes hablar. Y gente, sobre todo, satisfecha de ella misma y de su país. Quizás su primera sorpresa sea la disposición de todo el mundo a hablar con él, sea el político de mayor rango que lo recibe de manera cordial y sin afectación alguna, sea un escritor o cualquier otro personaje. Uno a uno, sus entrevistados desvelan unos rasgos de carácter que parecen compartir y que ayudan a dibujar una sociedad llamativamente viva.
"Vivimos -dice una de las personas con quienes se encuentra- desde hace mil cien años en una naturaleza extrema y exigente, aunque asombrosamente bella. Para sobrevivir tuvimos que luchar contra el frío y la oscuridad en una tierra en la que la agricultura se reduce a criar ovejas y alguna que otra vaca. Y sobrevivimos la mayor parte de estos mil cien años, aunque fuimos espantosamente pobres hasta hace cuarenta. Cuando yo era niño no veíamos la fruta. Siempre me quedaba con hambre salvo en Navidad. Siempre nos hemos considerado duros y curtidos, pero pese a ello hemos creado una cultura peculiar basada en el amor a la literatura. Eso es un islandés"
Muchos rasgos del carácter y las costumbres que apuntalan la sociedad islandesa parecen proceder de los vikingos. Con seguridad, lo más importante, según cuenta Carlin, ha sido la extraordinaria importancia que han tenido en todos los aspectos de la vida, doméstica y pública, las mujeres. Una sociedad mucho más equilibrada, más femenina, más rica en matices y en sensibilidad ha permitido llegar a lugares a donde una cultura masculina no hubiera alcanzado jamás. Y ha sido fundamental para sacar al país de la crisis.
El 'nuevo' libro de Carlin es en realidad un compendio de artículos que escribió para el diario El País y que se publicaron a partir de 2006. Los primeros hablan de una Islandia exultante y exitosa cualquiera que fuera el ángulo por el que se la viera. Una Islandia segura de sí misma e inconsciente de sus debilidades. Los últimos hablan de una crisis que rompió el espejo de la prosperidad sin límites y enfrentó al país y a sus pocos habitantes a una inesperada derrota. Quizás aquí es donde el papel de las mujeres resultó más decisivo y el carácter islandés probó de nuevo su capacidad para afrontar la adversidad.
En medio del inmenso trauma de una bancarrota, las mujeres ocuparon algunos de los lugares clave que hasta el momento habían ocupado los hombres, orientaron el país en una dirección más sensata, más sostenible, alejada de una ambición desmedida y absurda y mantuvieron el mismo espíritu coherente, confiado en los resultados del trabajo y emprendedor que había sostenido el país desde hacía siglos.
Carlin desvela con la frescura habitual que encontramos en todos sus escritos las interioridades de una sociedad tan particular como ejemplar. Una sociedad moderna, abierta y cordial que ha velado por la cultura y ha logrado la felicidad de sus miembros como ninguna otra. Conocer Islandia más allá de su asombrosa naturaleza es entrar en los hogares, en los lugares de trabajo y los despachos y conversar con su gente. El libro de John Carlin da ocasión de hacerlo y ofrece al lector una visión tan imprescindible sobre el país como entretenida y amena.
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