Paul Theroux
Alfaguara, 2015
360 pp.
Paul Theroux vuelve a seducirnos con su último libro de viajes. Último, porque es el de publicación más reciente, y último porque como él mismo deja entrever en el título resulta un punto final en su larga carrera como viajero.
El último tren a la zona verde relata el viaje del autor por tierras sudafricanas y por esa África pegada al Atlántico que componen Namibia y Angola. Un libro de viajes, aunque no uno más porque está lleno de conocimiento, de sensibilidad y de experiencia. Y porque en sus raíces hay un deje de humildad que le da al relato un tono especialmente humano.
Paul Theroux, el gran viajero y exitoso escritor, se ha hecho mayor para seguir andando por estos mundos. La edad le pesa y la energía no es la misma que la de años atrás. No soy yo quien lo dice. Es él. Es el hombre que quiere mostrar que el tiempo pasa y que su sensibilidad es quizás otra: más trascendental, de perspectiva más larga y más profunda de lo que fue antes, y seguramente más desesperanzada.
Dos preocupaciones sobrevuelan el libro y de alguna manera le dan un sabor especial. No es que estas preocupaciones sean un lastre para el viaje desde Ciudad del Cabo hacia el norte siguiendo el perfil occidental de África. Pero sí que articulan su mirada y las reflexiones que hace llegar al lector.
Una de ellas es personal e íntima. Es la que tiene que ver con la vejez y con los miedos que con ella se generan. No es un ataque de melancolía de quien descubre que ya no es joven. Es un ejercicio de realidad, una especie de balance que resulta interesante por la personalidad de Theroux y por la perspectiva que aporta quien ha sido un viajero impenitente desde su juventud.
La otra preocupación que revela el libro tiene un carácter más social o más político. En definitiva más actual y que revela el gran dilema que plantea África: tras los últimos cincuenta años, y una vez hemos llegado al presente. ¿Cuál es el resultado de este balance?¿el continente avanza o ha retrocedido? No es fácil contestar a estas preguntas porque son muchos los elementos que intervienen en el juicio. Pero muchas son las informaciones que nos llevan a concluir que estamos ante una catástrofe.
'Mi bisabuelo, el difunto jefe Kabazembi, nunca fue a la escuela pero tenía veinticinco mil cabezas de ganado en 1903, antes de que nos conquistaran. Yo tengo un título universitario pero no soy dueño ni de una gallina' figura en la declaración de un miembro de la etnia herero ante una comisión de la ONU en Dar es Salam.
El viaje que emprende Paul Theroux persigue, entre otros asuntos, ver en qué han quedado las tribus bosquímanas que habitan el África meridional. Unas tribus que han tenido un valor incalculable para la antropología porque resultaban el eslabón humano más próximo a la vida en la edad de piedra. Se trataba de comunidades enraizadas en un mundo que había desaparecido ya del resto del mundo pero que seguía vivo y sostenía a una comunidad humana culta estructurada y autosuficiente.
El mundo de los bosquímanos es solo un ejemplo de un proceso de exterminio y de expolio que ha afectado al continente entero con resultados devastadores. Y que es una pérdida para el conjunto de la humanidad. Theroux es lector tanto como escritor. Conoce la historia y el trabajo de los antropólogos. Sabe lo que encontraron los primeros que se adentraron en el continente y lo estudiaron en el siglo XIX y conoce lo que sucesivamente han escrito los que vinieron detrás.
Los encuentros con personas son el empedrado sobre el que discurren los libros de viajes. Pero en este caso, dichos encuentros encuentran a un testigo informado, atento a lo que escribieron otros y a lo que sus ojos ven, y sin las urgencias de un escritor joven por destacar, jugando con los hechos o las penalidades del viaje.
La miseria que acompaña a estos pueblos 'primitivos' que resultan auténticos monumentos del patrimonio humano, la dureza del clima y las penalidades que pesan sobre los lugares más perdidos pesan también sobre aquellos donde la modernidad supuestamente ha triunfado. A Theroux le puede la curiosidad y las ganas de salir del camino trillado. Por ello las ciudades aparentemente exitosas le descubren -y descubren al lector- sus enormes deficiencias. Se diría que de la mano de Theroux nada es lo que parece.
Pero no tema el lector. El último tren a la zona verde no es para nada un libro apesadumbrado. Y menos aún un panfleto de denuncia. Es un libro ponderado, que huye de los aspavientos, pero que plantea una realidad que invita a una profunda y grave reflexión y que contribuye de manera muy positiva a tomar posición sobre muchos de los problemas que padece África.
No hay comentarios:
Publicar un comentario