Graham Green
Península, 2015
340 pp.
Por la misma razón que cuesta hacerse a la idea de un viaje sin un mapa que lo sitúe, cuesta entrar en este libro de Graham Green que desconcierta al lector y que lo deja, al principio desorientado.
Habría que preguntarle al autor si ha buscado a propósito o no la sensación de desconcierto que crea en este relato, cuyo arranque me atrevo a calificar de confuso, en torno a un viaje por la costa occidental de África, que acaba por llevarlo hasta Liberia. Adelanto que el término confuso no es necesariamente negativo. Hablo de un relato confuso con toda la prudencia sabiendo que Graham Green es uno de los escritores importantes en lengua inglesa del siglo XX. Confuso es El corazón de las tinieblas y acaba uno por concluir que la confusión es un atributo inseparable de África, de un continente donde las sombras desdibujan la aparente claridad del contorno y donde siempre hay algo oscuro y amenazante -la violencia, la enfermedad, la opacidad que rodea a lo desconocido- que condiciona el ambiente.
Graham Green con esas raíces católicas a las que no renuncia y con la sensibilidad moral que subyace a su escritura, contempla un continente enfermo donde es difícil descubrir rayos de esperanza. Enfermo como consecuencia de la destrucción de su forma de vida: como resultado de la imposición de una cultura europea que arrasó sus raíces. Los ingleses, dice al referirse a Freetown "habían plantado su sórdida civilización y luego habían escapado de ella todo lo lejos que habían podido. Todo lo feo era europeo (...) si había algo bello en el lugar era indígena". Y no es sólo la apariencia lo que delata la miseria que en África han sembrado los blancos. Es en lo más profundo del hombre donde su veneno ha hecho mella y ha destruido las virtudes naturales de los africanos. Green se indigna cuando denuncia que la administración colonial disfruta viendo como sus súbditos se convierten en bufones. De los negros "se esperaba que representasen el papel como hombres blancos y cuanto más copiaban a los hombres blancos, más cómicos les resultaban a los prefectos". El resultado de la aventura colonial -dice- es que la figura del criollo ha acabado pareciéndose a la de un "chimpancé tomando el té".
Si algo desea no parecer Graham es pretencioso. No presume de las penalidades del viaje ni quiere construirse un papel de héroe explorando la desconocida África. Como viajero se reconoce un don nadie. "Era la primera vez que salía de Europa; era un completo aficionado (...) no tenía ni idea de la ruta que iba a seguir ni de las condiciones con que me encontraría". Por eso, sin un mapa preciso, sin más objetivo que el de terminar en Monrovia, el viaje que hace Green, y que nos cuenta, es el compuesto por una sucesión de lugares, imprevistos muchas veces, donde se detiene camino a su objetivo final.
De manera diletante, cambiando el foco de atención de un tema a otro, Graham Green va siguiendo un hilo que se hace evidente a medida que avanza el relato. Las escalas de su viaje a Liberia, sus paradas distintas van marcando el discurrir de su libro y dibujando esta perversa destrucción que descubre paso a paso y que acompaña el fondo del relato.
Pero hay mucho más y muy interesante en el relato de Green más allá de la visión general de la decadencia africana, porque su viaje, el viaje por tierra con un equipo de criados y porteadores por caminos de los que no hay noticias están llenos de situaciones y de experiencias que hablan -a pesar de estar en los años 30- de un África remota donde la civilización europea ha rozado la piel pero lo africano conserva una presencia abrumadora.
Las dificultades del viaje -dificultades físicas que imponen el clima y la geografía-, las dificultades de la organización, con el descontento de los porteadores inquietos a medida que avanza la expedición, la incertidumbre de los encuentros en las distintas poblaciones que atraviesa a lo largo del camino, el contacto con culturas extrañas con un fondo de espiritualidad casi clandestino, la duda constante sobre cómo continuar el camino hasta el destino final en Monrovia transforman la narración en un libro de aventuras. Un libro de aventuras cuyo protagonista ya no es un lejano Livingstone o un Stanley sino un viajero contemporáneo que habla desde un ayer muy cercano e igualmente sorprendente.
El de Graham Green es efectivamente un viaje sin mapas. Un viaje casi a ciegas en pleno siglo XX. Sin noticias ciertas, preguntando a cada paso, por senderos poco o nada transitados se adentra en un África que hubiera podido ser, en muchas etapas, la del siglo XVI, con sus comerciantes musulmanes venidos algunos de tierras lejanas, con sus jefes y sus hechiceros, con las penalidades de las tierras de naturaleza poderosa y en buena medida vírgenes. Viaje sin mapas resulta un libro apasionante. Nada mejor que empezar sus primeras páginas para introducir al lector en una aventura por este continente, misterioso y no domado todavía, que ha sido África hasta prácticamente hoy día.
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