Murong Xuecun
Kailas, 2014
272 pp.
No es como Torrente porque en China la cultura es antigua y a todas luces más refinada que la nuestra y aseguran además que Confucio vela todavía por mantener los valores básicos de la vida. Sea eso o que el extraño régimen de Pekín no está todavía para creaciones literarias demasiado inconvenientes, el caso es que Déjame en paz tiene algo que se parece a nuestra película más taquillera aunque su vuelo sea un poco más bajo -quiero decir un poco menos estridente.
Queda advertido el lector, con todos los matices, del tono del libro y también de su interés. Entendámonos, superado el primer sofoco, el espectador debe reconocer que Torrente es un reflejo de España. Un reflejo casposo y exagerado, pero un reflejo al fin y al cabo cuyos excesos acentúan una realidad con la que nos habíamos acostumbrado y de cuya brutalidad habíamos dejado de darnos cuenta.
Déjame en paz sigue el mismo camino porque refleja una realidad de China que después de tanto análisis y de tanta noticia en el periódico hemos empezado a interiorizar y a considerar que es lo que es. China es así. Pues bien, es así pero aquí nos la cuentan al detalle y sin sonrojo, con un desparpajo y una falta de contención que no puede más que asombrar y que despertar en el lector alguna risa.
Nada como prescindir desde la primera línea de toda referencia moral, para colocar el relato en un nivel de ficción que permite a la trama discurrir por los senderos más caprichosos y desmelenados. Nada como decretar que hay barra libre, para que todo sea posible y para que la realidad se convierta en un disparate. Murong Xuecun, el autor de la novela, no es un comediante. Es un disidente, condición que en China tampoco debe ser tan difícil de conseguir si se propone uno hablar sin pelos en la lengua. Y las chanzas y bromas que se suceden en Déjame en paz son el recurso para mostrar un país en pleno desafuero donde nadie, o mejor, donde unos cuantos que seguramente son muchos medran y hacen su vida en la mayor impunidad y sin la menor vergüenza.
El sexo acompaña la acción de la novela sin que nadie se corte lo más mínimo como una parodia del éxito y de la necesidad de exprimir el momento para sacarle todo el jugo como sea. En el todo vale, nada es grave porque todo se mezcla en ese nivel aceptable de los comportamientos pícaros donde quien más quien menos debe colocarse si quiere prosperar.
Por supuesto, el sexo y sus devaneos son el lado divertido del relato. Pero lo demás, el funcionamiento de la sociedad, de la policía y la corrupción que lo envuelve todo resultan igualmente divertidos, porque sin contención moral de ninguna clase, todo se convierte en el juego de quién es el más listo y acaba por llevarse el gato al agua.
Entre disparate y disparate, da la impresión de que la corrupción es el auténtico cáncer que corroe el país. El que ha anidado en las generaciones jóvenes que han vivido en un mundo muy distinto del que vivieron sus padres. Padres que no entienden y que sufren y que son, entre otros, la sombra que permite a Murong Xuecun sazonar con sabor amargo el pretendido éxito de tanto desenfreno. La loca juventud se carga de lados oscuros que acaban por hacerse presentes en el relato. El jolgorio se acompaña también de las facturas que en plena marcha nadie pensó que habría un día que pagar. Y asoma, en algún lugar de la conciencia un anticipo de ese mensaje Game Over que da fin a la loca aventura de los videojuegos.
Déjame en paz es una caricatura sobre la sociedad China lanzada al enriquecimiento y es una novela indudablemente divertida. Si es uno partidario de relacionarse solo con cosas políticamente correctas debería ahorrarse la lectura. Pero si quiere asomarse al patio de vecinos y no le importa escuchar más de una ordinariez, tendrá ocasión de contemplar una China que quizás intuía pero que muy probablemente le quedaba aún por descubrir.
2 comentarios:
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