viernes, 7 de enero de 2011

El botones de Kabul


El botones de Kabul
David Jiménez
La esfera de los libros, 2010
278 pp.

Dos personajes forman los hilos con los que se teje esta novela que transcurre en el Afganistán de la época de los talibanes, hace muy pocos años. Uno es un botones de hotel. El otro un extranjero...


David Jiménez
La esfera de los libros, 2010
278 pp.







Dos personajes forman los hilos con los que se teje esta novela que transcurre en el Afganistán de la época de los talibanes, hace muy pocos años. Uno es un botones de hotel. El otro un extranjero, de mentalidad práctica, que asume el papel de mercenario de los negocios para una ‘haliburton’ cualquiera, dispuesto a dar un pelotazo vendiendo lo que sea que los talibanes quieran comprar. Nada que reprocharse, porque al fin y al cabo se trata de comercio y de estrechar relaciones entre el régimen islámico y América.

La novela discurre en un terreno de ansiedad, porque la vida en Afganistán es dura. Lo es el clima y lo es el país sometido a una dictadura cruel. Ni siquiera nuestro vendedor, acostumbrado a faenar en plazas poco cómodas, casi siempre a la sombra de duros conflictos, lleva bien la pesadumbre excesiva que impone el régimen de los clérigos. Todo es abrupto y todo acaba por contaminarse en la realidad de un país a cuyo rigor no escapan ni los extranjeros que van a hacer su trabajo sin más preocupación que terminar cuanto antes y volver a las comodidades de la vida en occidente.

David Jiménez, el autor, conoce bien el tema. Es periodista, ha sido corresponsal en Asia y ha cubierto las guerras que durante años se han cebado con las regiones más conflictivas de continente. Afganistán ha estado en su campo de acción y ha buscado en la novela el modo de sacar a la luz la realidad cotidiana y la vida de la gente.

No hay poesía en el texto, ni recompensa por la vieja cultura del país o por la solidez de sus tradiciones, recias, antiguas y admirables. Kabul, no está para florituras porque lo que aparece a primera vista es la desolación. Es la vida cotidiana hecha ruinas, y soportada por personas que se esfuerzan por seguir viviendo en medio del desorden, en un entorno miserable. El extranjero, un norteamericano joven, empuja el desarrollo de la novela con las escenas que va abriendo su actividad comercial y con su mirada de turista como llegado de Marte a una tierra en la que es difícil entender casi todo.

El botones es el contrapunto indígena que el autor desdobla como para dar más oportunidades al país a expresarse y al lector a enterarse de lo que se cuece en él. Primero este botones es un hombre mayor que ha conocido épocas de esplendor en el mejor hotel de la ciudad. Luego es su hijo quien hereda el puesto y deja espacio a una voz joven para cubrir así una diferencia generacional, igualmente sometida y desgarrada.

Con todo su dramatismo, El botones de Kabul es una suerte de novela de aventuras que en cualquier momento podríamos ver en el cine. El guión tiene los aderezos de un relato de intriga, que deja en el lector esa inquietud melancólica de los paisajes sobre los que planea la desgracia. Desasosiego, remordimientos, ambición, amistad son los sentimientos contradictorios que van orientando la acción que aproxima a personajes tan dispares como el vendedor y el botones. Y son las lentes a través de las cuales el lector se asoma a ese Afanistán inhóspito y peligroso.

No es habitual encontrar a un autor español en un tema de ficción que nos parece lejano y más propio de escritores de países con más tradición en asuntos relacionados con el Oriente Medio. David Jiménez que publicó con éxito Hijos del monzón se ha atrevido a ello y ha conseguido una novela que se lee casi de un tirón. Intriga, por un lado, y también un conocimiento sobre Afganistán desde un ángulo poco corriente es lo que encontrará el lector en este libro, además de un buen rato de entretenimiento.

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