martes, 7 de septiembre de 2010

Diario de Oaxaca


Diario de Oaxaca
Oliver Sacks
RBA, 2010
159 pp.

Sacks nos sorprende con su "Diario de Oaxaca" que no es otra cosa que un divertimento donde vuelve a poner de relieve su soltura a la hora de narrar y su buen hacer de escritor...


Oliver Sacks
RBA, 2010
159 pp.





No es precisamente una combinación habitual la de la novela y la neurología. Y sin embargo Oliver Sacks es célebre por ello. Con El hombre que confundió a su mujer con un sobrero llegó al gran público y se acreditó no sólo como un escritor de éxito sino como un gran escritor.

Su perfil es el de un hombre con curiosidad por todo, con pasión y con capacidad para entrar en territorios de lo más diversos llevado por el gusto intelectual de conocerlos y de disfrutar de ellos.

Ahora nos sorprende con su Diario de Oaxaca que no es otra cosa que un divertimento donde vuelve a poner de relieve su soltura a la hora de narrar y su buen hacer de escritor.

El Diario de Oaxaca cuenta la excursión del autor a la histórica ciudad mexicana en compañía de otros miembros de una sociedad de aficionados a los helechos. El objetivo es recolectar –con el debido respeto a la naturaleza-, conocer y ver sobre el terreno las casi infinitas variedades de este tipo de plantas que se desarrollan en el lugar.

El asunto es, cuando menos, particular. Por un lado, pone de relieve ese gusto por lo insólito que suele acompañar a los genios y, por otro, ofrece al lector la oportunidad de entrar en uno de esos mundos -el de los helechos- reservados a los especialistas y centrados en algo tan especial que llama por sí mismo la atención y sorprende por la cantidad de registros y por la fascinación y el entusiasmo que son capaces de suscitar.

El diario no es un texto penosamente trabajado y pulido. Es el resultado de una escritura casi improvisada. Cuaderno en mano y sobre la marcha, Sacks escribe sobre lo que ve y sobre todo lo que piensa. Y es esa expresión acerca de lo que piensa donde el lector conoce al autor y se familiariza con su llamativa personalidad.

¿Pero no se trataba de un viaje a Oaxaca? Si, pero es más bien un viaje de Sacks, rodeado de lo que llamaríamos ‘freaks’ de los helechos para trotar y encaramarse por sendas y a árboles, piedras y riscos en busca de una felicidad en forma de planta en algún lugar más o menos próximo a Oaxaca.

Estamos –y es prueba del ramalazo de sabio despistado que nos ofrece Sacks de sí mismo- ante la peor trangresión que puede hacerse a las normas más elementales que rigen la literatura de viajes. Estamos ante el relato de un viaje en grupo. Y para más deshonra de un grupo de la tercera edad. Pues bien, Oliver Sacks está encantado con él. Y lo está porque los compañeros de viaje son todos apasionados, cultos, expertos y desinteresados. No es un viaje entre competidores. Al contrario es un viaje en el que prima el placer de compartir y de transmitir generosamente conocimiento como sólo los aficionados –cualquiera de ellos más dotado que un profesional- son capaces de hacer.

Pasan por el libro, a rebufo de los helechos, comentarios sobre botánica sesudos y también sabrosos. La historia del cacao y la del chocolate con sus raíces en el imperio azteca tiene ocasión de asomar la cabeza. Las frutas en el mercado, con su enorme variedad, lo mismo que la inacabable lista de chiles de color, tamaño, forma y nombres distintos que acaban en el guiso de las casas oxaqueñas llaman la atención de Sacks, que se detiene igualmente en las legumbres y sobre los que echa alguna reflexión científica propia de un erutito en casi cualquier cosa que se ponga delante de sus ojos.

La mirada de Sacks no puede reprimir la admiración por casi todo. Se trata de una mirada penetrante que se sitúa enseguida en el corazón de la complejidad de las cosas y que por ello mismo le parecen sorprendentes sea cual sea el ángulo por donde se las mire. Hay en Sacks una constante fascinación por la sabiduría de la naturaleza, por la filigrana que es la vida incluso en manifestaciones todavía tan primarias como son los helechos y sin embargo tan inesperadas.

Haciendo una concesión al viaje, Sacks encuentra también el momento, para hablarnos de Oaxaca. Bien es verdad que para ello tiene que desengancharse del grupo que lo acompaña, aprovechar para sentarse en un café en el Zócalo y dejar pasar el tiempo mirando la catedral, la gente que pasa y reflexionando sobre un país cuya historia se inició con quienes lo poblaron procedentes de Asia, después de atravesar el estrecho de Bering, y volvió a empezar -me refiero a la historia- después de que Cortés llegara desde Europa y con la derrota del singular imperio azteca diera entrada a unos nuevos tiempos.

La personalidad tan excéntrica de Sacks de vida a su diario de viaje. Es capaz, a base de innumerables comentarios de hablarnos de cuanto lo rodea y de todo cuanto burbujea en su cerebro. La naturaleza, en un tono que sugiere lo que debió ser para Humboldt o para Darwin, y su erudición están siempre presentes. El lector que quiera acompañarlo en esta corta travesía por valles y montes que rodean a Oaxaca está más que invitado a través de este singular relato.

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