Benjamin Black
Alfaguara, 2014
336 pp.
Quizás es Miami, con su arquitectura artdecó, con su legión de ricos y famosos refugiados en ella y con su entorno de marismas cuyos fondos parecen guardar oscuros secretos, la ciudad que mejor conserva esta atmósfera, despreocupada e inquietante a la vez, que puso de moda la novela negra más clásica –la de Chandler o Dashiel Hamet- y que fue la imagen de los Estados Unidos en los años cincuenta. La que conoció Europa a través de la novela y del cine.
Después, con el tiempo, una América más moderna, más joven y creativa y menos apesadumbrada ha sustituido a aquella de la que casi no queda recuerdo. Google, Apple, o Amazon hablan ahora de un país que parece siglos más moderno que aquél de detectives malcarados, de oficinas oliendo a tabaco y de rubias abrumadas por graves secretos.
La América digital y creativa ha enterrado a la de los polis con sombrero y gabardina, hasta el punto de que la nueva no guarda ya recuerdo de la antigua. No parecen ni de la familia… hasta que llega a las librerías La rubia de ojos negros. Un libro con el que hemos podido regresar a la América que conocimos.
Como en las novelas policiacas, los muertos acaban apareciendo y en nuestro caso aparece la América de los años cincuenta en la versión más auténtica. Y no en Miami sino en Los Ángeles. Los Angeles de Philip Marlow porque el juego que se trae Benjamin Black es justamente enlazar con los episodios del famoso detective y servirnos en bandeja uno más.
La verdad es que el reto tenía enjundia y, además, una buena dosis de riesgo. No es nada fácil seguir el rastro de Raymond Chandler, de uno de los más grandes del género, y suplantarlo frente a la máquina de escribir. Pero el resultado ha sido un éxito. Máquina de escribir y no un ordenador es lo que parece resonar en la lectura de la nueva novela y con ella parecen regresar también todos los ingredientes que componían esa América que dimos por olvidada.
Ni la América y la novela de Chandler son literatura fina. No hubiera funcionado bien un estilo demasiado sutil, ni un relato que hubiera aspirado a la perfección. Un toque marrullero y algún deje de ordinariez eran necesarios para retratar a una sociedad cuyas élites, desde lo más alto se hundían en lo más bajo mientras guardaban en el armario algún que otro cadáver y quebraban la imagen idílica de la propaganda de un país ejemplar y salvador del mundo tras el descalabro de la segunda guerra mundial.
Benjamin Black domina los trucos y las maneras de Chandler y construye con ellos un Marlowe tan creíble como el de su creador. Derrotista, inoportuno, de humor melancólico, ingenioso para cosas sin importancia, sobrado sólo en apariencia … así es nuestro hombre. ¿Y qué hay de América en todo ello? Pues hay todo lo que la propaganda no muestra y unas cuantas pinceladas del país real. Hay la imagen del fracaso que se oculta tras el escaparate de una sociedad triunfadora, la imagen también del individuo solitario y envuelto en la rutina que contradice el mundo feliz de las mil oportunidades que se exportó para el consumo nacional e internacional, la imagen de provincianismo y de una falta general de cultura que alcanza a las élites y que empaña el orgullo del gran sueño americano y están los ricos riquísimos con sus disparatadas mansiones con criados y piscinas donde suele aparecer, hecho un amasijo, algún muerto incómodo en el fondo.
Todos los ingredientes se han dispuesto cuidadosamente en la cocina de esta novela y de esta rubia seductora que corta el aliento de Marlowe y de todos quienes se tropiezan con ella. Todos los ingredientes para regresar a Los Ángeles de los años cincuenta y para llevar al lector por un rosario de peripecias que lo divertirán hasta descubrir, de sorpresa en sorpresa, el desenlace final de la trama.
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