miércoles, 18 de septiembre de 2013

Algún día escribiré sobre África

Algún día escribiré sobre África

Binyavanga Wainaina
Sexto piso, 2013
324 pp.

¿Es o no es verdad lo que cuenta Binyavanga Wainaina cuando escribe sobre África? Y si es verdad, ¿por qué no hay más voces como la suya?...



Binyavanga Wainaina
Sexto piso, 2013
324 pp.






¿Es o no es verdad lo que cuenta Binyavanga Wainaina cuando escribe sobre África? Y si es verdad, ¿por qué no hay más voces como la suya? Esta es la pregunta a la que responde el autor con los hechos: con el hecho de escribir un libro que quiere ser distinto y que se propone mostrar el otro lado de la realidad, tan real como aquel del que se habla más a menudo.

África aparece la mayor parte de las veces envuelta en tragedia y la verdad es que motivos hay para ello. Pero que haya motivos para mostrar un África sufriente no significa que no los haya también para volver la mirada hacia otros registros y mostrar la vida en clave ‘normal’, la vida cotidiana de tantos africanos hecha de experiencias familiares, de proyectos e ilusiones, de sentimientos y de las reflexiones a las que mueven el paso de los días.

Esa y no otra es la intención que mueve a Binyavanga Wainaina para reivindicar África y mostrar que es un continente donde es posible una vida ilusionada, que se mueve, y que está poblado por una juventud con proyectos y con una vida parecida a la de la juventud de cualquier otra parte del mundo.

Algún día escribiré sobre África es el enunciado de este proyecto que Binyavanga Wainaina se plantea para contar al resto del mundo que existe un África alejada del horror y que lleva a cabo a modo de autobiografía, haciendo el relato de su propia vida, desde que es niño hasta que se convierte en escritor de éxito. Hablamos del tiempo que transcurre desde finales de los años setenta hasta 2010, un tiempo largo para África porque empieza con la época de desmantelamiento del sistema colonial y el acceso a la independencia de buena parte de los países africanos, y largo sobre todo considerando la vida del autor que pasa de niño a adulto a través de una experiencia vital llena de transformaciones.

La familia de Binyavanga Wainaina muestra al lector que existe también en África –en Kenia, para ser concretos, y más exactamente en una pequeña ciudad de Kenia- una clase media africana, modesta, si se quiere, con un padre profesional en un puesto importante de una compañía, una madre con un pequeño negocio, coche y recursos para mandar a los hijos a una buena escuela. Un África difícil, es verdad. El autor habla de Sudáfrica inmersa, cuando él es joven, en el régimen del apartheid y Uganda, donde vive parte de la familia de la madre, sometida al yugo del esperpéntico dictador Idi Amín. Pero un África, al fin y al cabo, que tiene recorrido y que por fin entra en la era moderna.

La infancia de Binyavanga Wainaina es reveladora y el modo que el autor tiene de contarla es extraordinario. Frases cortas, un fluir de ideas ingenuas y complejas al mismo tiempo, y un torrente de sensaciones dibujan el universo de un niño. Un niño tan espontáneo, tan vital y tan consciente que resulta inevitable que el lector se plantee si sería posible un niño así en Europa o en Norteamérica. Se pregunte si no estaremos ante un niño necesariamente africano, nacido en un mundo diferente, resultado de una mezcla de razas, de lenguas y de países como no la hay en otra parte y resultado también de un contacto primario con la naturaleza y de mantener en su entorno formas de vida y tradiciones que se perdieron hace mucho en los que llamamos países desarrollados.

Binyavanga Wainaina niño, un niño de cinco años que va creciendo a medida que avanza el relato, habla de su ciudad –Nakuru-, del paisaje que la rodea, de sus lecturas, del presidente Keniatta, de la guerra en Uganda, de los bandidos de Somalia, de los reyes y de los generales, de sus propios hermanos y de sus padres, de sus juegos y de las sensaciones. De esas sensaciones que son el resultado de tocar la vida con las manos y de jugar con ella, de dejarle un hueco a la imaginación y de crear un mundo propio, acogedor y amigo. Binyavanga Wainaina es feliz y el lector no tiene más remedio que dejarse llevar de la mano a través de esa frescura pegada a la tierra, o lo que es lo mismo, pegada a un África sin atributos hostiles ni dramáticos que es tan real como la otra y que aflora para desmentir que todo sea tragedia.

Pero lo dicho hasta ahora es sólo el principio del libro. La adolescencia en Sudáfrica es también aleccionadora. Muestra a nuestro protagonista en su papel de universitario, pero como cualquier joven en cualquier parte del mundo, deseoso de sentirse libre, de olvidarse de la tutela familiar, de llevar una vida perezosa de mal estudiante y también de tantear sufridamente para salir en busca de un camino propio. La Sudáfrica de los años de universidad es la que acaba de despertar con un Mandela fuera de la cárcel, en plena ebullición y llena de oportunidades. Y es también el país donde florece una Ciudad del Cabo que, lo mismo que París en otros momentos, es el faro que atrae a jóvenes de todo el continente en busca de experiencias nuevas que solo pueden darse en esta ciudad que parece cualquier cosa menos africana.

La vida sigue y Binyavanga Wainaina regresa a su Kenia natal, mientras poco a poco se abre camino en el mundo de las letras, viaja por el continente africano, recibe sus primeros premios como escritor y acaba como profesor en una universidad norteamericana.

Me he preguntado a lo largo de la lectura por qué Un día escribiré sobre África resulta un libro tan absorbente, por qué retiene con tanta fuerza el interés del lector, por qué una vez terminado queda en el recuerdo como un libro extraordinario. No hay una sola respuesta a todo ello. Sin ninguna duda está magníficamente escrito y la vida que transcurre a lo largo de sus páginas resulta una aventura llena de interés. Pero sobre todo es la sensibilidad que despliega la que abre la mirada a un mundo por el que asoma un África que para el lector se convierte en un descubrimiento. Un África cuyas claves están en los matices de las distintas lenguas, en la convivencia de las diversas etnias, en el modo de estar con los amigos o simplemente de estar. Los africanos, dice Binyavanga Wainaina ‘… nos mantenemos juntos por la elegancia, por los detalles de cortesía, por las relaciones interpersonales, por la confianza en el lenguaje personal’. De cada una de estas ‘claves’ y de muchas más está hecha el África sobre la que escribe Binyavanga Wainaina haciendo honor al propósito que un día se fijó de hacer justicia a su propia tierra y de todas ellas también la mirada con la que el lector divisa ese continente distinto y mucho más amable que Binyavanga Wainaina le ayuda a descubrir.

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