domingo, 18 de enero de 2009

El chino

Henning Mankell
Tusquets, 2008
471 pp.





Menos de una tercera parte del libro trata directamente de China. Suecia y los Estados Unidos son también los escenarios donde transcurre una intriga que arranca con un asesinato en masa.

Una larga historia con raíces en el pasado, la vida cotidiana de la jueza, que aquí sustituye al familiar policía Wallander de las obras anteriores de Mankell, las miserias de la salud y los afectos que tienen su lugar reconocido en el género de la novela negra componen un thriller que sigue los patrones que con tanta maestría maneja el autor.

A primera vista, estamos ante un libro para el viaje. Un libro que retiene la atención del lector y que resiste las interrupciones y las incomodidades de la lectura en los aeropuertos o en los momentos de espera en la habitación del hotel. Si sólo fuera por eso, El chino, sería ya un libro a tener en cuenta.

Pero mi sensación es que hay bastante más, debido a una inclinación que muestra el autor -y se hace visible en muchos otros de sus libros- a entrar en el ámbito de lo social y de lo político, a veces rozándolo y a veces como complemento necesario en el guión.

En La quinta mujer, un primer episodio situado en Argelia ponía ante el lector el panorama del terrorismo fundamentalista islámico simplemente como un apunte que aludía en la ficción al país –Argelia- que sufría el atentado y a Europa, que proporcionaba las víctimas. Y al hacerlo, despertaba con muy pocos trazos la conciencia de un problema con el que jugará el autor en el curso de su intriga para atar al final todos los cabos.

Ese recurso al tema político cobra protagonismo en El chino. Es un elemento fundamental entre todos los que aportan energía para que la historia se mueva y la acción cobre consistencia.

Con El chino tiene uno la sensación de estar ante la novela negra global. Queda muy lejos el ambiente opresivo de los despachos por los que se movía el comisario Maigret y la pequeñez de los tropiezos administrativos que imponía cualquier prefectura de provincias. Ahora es un mundo moderno y abierto el que sostiene la trama y, además, con la inserción de ese plano que discurre por la política, es también un mundo próximo. Porque el acierto de Mankell es tratar de temas que el lector conoce por el periódico y sobre los que tiene opinión –aunque quizás no del todo formada.

Espero no desvelar nada al adelantar que en El chino se habla de China. La imagen de la portada del libro insiste en lo que el título avanza y las manchas de rojo que contrastan con blancos y sepias hablan, sin duda, de sangre y de asesinatos.

Que China se está poniendo de moda no es una novedad. Que despierta todo el interés y que es y seguirá siendo objeto de un interminable rosario de libros en el futuro es algo sobre lo que no cabe dudar. Y ello, en muy buena parte, por el hecho de que lo chino pertenece a un mundo opaco cuyo conocimiento residía en el pequeño círculo de los que se llamaban sinólogos y cuya interpretación se basaba en el arte de saber leer entre líneas las declaraciones oficiales salidas de las instituciones y también las que se deslizaban a través de la prensa y los rumores.

Esta ‘negrura’ que preside el corazón del poder en China, se aporta al flujo de negruras propias de las novelas de asesinatos y detectives. Y surge en El chino no en la forma de una mafia más de las muchas que parecen haber brotado en la China de hoy, sino como un imperativo de esa complejísima y sorprendente transición que el país hace desde el comunismo original a esa otra fórmula, cargada de éxito, a la que no me atrevo yo a poner nombre. Una transición llena de posibles lecturas entre las cuales no es la menor en importancia el sorprendente paso de un país anclado en la tradición, en el mundo rural y en el cultivo de la tierra a una potencia industrial moderna, con ciudades de una energía arrolladora, cuya sombra se proyecta ya sobre todo el mundo.

Libro para el viaje, pero al final, resulta que también libro de viajes, porque El chino entra en las tripas del presente y del devenir del país. Mankell ejerce de buzo en el mundo de la política y nos lleva por las profundidades. Lo que se ve en las calles de Pekín, las avenidas o los precios de los restaurantes es lo de menos. Entender a la gente de la calle está fuera de la misión de su libro. La novela negra trata de desvelar el hilo que relaciona la vida y la muerte. Sigue el rastro que permite pasar del mundo cuerdo de la vida cotidiana a la loca perversión que agota el camino de la convivencia. Busca, en definitiva, sacar a la luz los elementos esenciales que mueven a los hombres y que los hombres mueven para favorecer sus intereses y alcanzar sus quimeras.

Y ahí es donde China aparece en la novela de Mankell, observada desde el interior, siguiendo los pasos de las autoridades del partido, descubriendo el secreto de los comportamientos superficiales a través del condicionante profundo de la lucha por el poder y sobre todo del desencuentro que nace de una visión distinta, según la facción de la que se trate, sobre el futuro del país, sobre el de la sociedad y sobre cómo manejar el presente.

El chino es una bien medida mezcla de temas, de planos, de lugares y de personajes. Pero quizás no he dicho lo más importante: es una novela magnífica. La acción no es desbocada, la intensidad la administra Mankell con mesura al tiempo que añade elementos que tapan huecos y aportan luces, pero también sombras, a la visión del conjunto, como corresponde a un buen relato de intriga.

Libro de viajes y para el viaje, la lectura de El chino no podrá dejarse hasta el final. Con esa mezcla de emoción, curiosidad y suspense propia del género negro, el lector encontrará en él una novela espléndida y la mejor ocasión para el disfrute.


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